HABÍA UNA VEZ… un cliente muy lejano, que había que visitar en Los Mochis Sinaloa. En lo que parece un complot antichilango, los vuelos entre la Ciudad de México y algunas ciudades más pequeñas con pocos vuelos, están programados de manera que la persona que va del interior a la Capital pueda viajar por la mañana, hacer sus negocios y regresar por la tarde. Pero cuando el chilango es el que viaja, tiene que salir de tarde y regresar de mañana, lo cuál implica volar por la tarde llegando a pernoctar, atender sus negocios el día siguiente y regresar al tercer día por la mañana.
Así las cosas, planeé mi viaje tomando en cuenta esas circunstancias. Inicialmente pensé en salir un domingo por la tarde, para trabajar el lunes y regresar el martes por la mañana, pero después decidí abrir un espacio para pajarear, saliendo desde el sábado y corriendo con los gastos por mi cuenta el domingo, que aprovecharía de manera personal. El resto del viaje de negocios sería como lo había pensado originalmente.
Revisando en la plataforma de registro e-bird las especies que podría localizar cerca de Los Mochis, había una lista de aves acuáticas y otra de terrestres, en las que encontré varias especies nuevas para mí. Decidí que el domingo iría a la Playa el Maviri, al norte de los Mochis y para el lunes, tendría unas tres horas antes de mi junta, por lo que elegí el Parque Sinaloa, que es un parque urbano grande, que me permitiría regresar al hotel a cambiar las ropas camufladas por algo más propio para una reunión de negocios.
Dentro de las especies terrestres, estaban en la mira la Urraca Cara Negra, la Perlita Sinaloense y el Carpintero del Desierto, que no había visto hasta entonces. Por lo que toca a las acuáticas, vi una lista de Topolobambo, que está relativamente cerca y que me llamó la atención, puesto que tenía el Rabijunco, el Playero vagabundo y otras especies muy llamativas, aunque no con registros abundantes y recientes. Decidí ser optimista y pensar que por ser una latitud tan distante a mi hogar, de seguro encontraría especies interesantes.
Los Camiones para el Maviri salen de una pequeña terminal, junto al mercado del Centro de Los Mochis. La ruta pasa por las afueras de Topolobampo, dónde hay una desviación que sigue hacia la playa. A partir de ese punto, el camino se volvió escénico a más no poder, entre esteros, caletas y manglares. Yo estiraba los ojos con ansiedad, porque se veían muchos lugares propicios para observar aves y con resignación veía cómo iban quedando atrás.
No me fue posible fotografiar ese espléndido paisaje, ya que el camino era relativamente bueno, pero la suspensión del camión y la conducción del chófer, terribles. Me prometí que regresaría en auto en otra ocasión, para ir parando en algunos de esos sitios, que me parecieron tan prometedores. El tramo final del camino incluye una península y dos pequeñas islas unidas por puentes, una de forma caprichosa y la última, que es una estrecha franja de tierra alargada y es propiamente Playa el Maviri.
Después del azaroso camino, durante el cuál, la música de Banda, no dejó de sonar por cortesía de nuestro amable conductor, me paré y pude contemplar el hermoso paisaje. Empezaron a surcar el cielo las aves acuáticas, y de inmediato me cambió el humor y me sentí muy afortunado de poder estar ahí, contemplando el azul profundo del Mar de Cortés, las hermosas caletas, las laderas llenas de cactáceas y la multitud de gaviotas, fragatas y demás aves recortándose contra un cielo limpio y radiante.
Yo soy una persona a quién no le pesa estar solo y que puedo disfrutar las vivencias sin necesidad de una compañía, pero algunas experiencias como ésta, siento el deseo de compartirlas y en este momento, te agradezco que me estás leyendo, porque me permites volver a vivir y disfrutar a través de mi crónica.
La idílica vista hacía un abrupto contraste con la cacofonía provocada por una fila de pickups en la playa, con la gente haciendo “Tailgating” con parrillas para la carne asada, muy a lo gringo, pero con música de Banda, para darle el toque regional. De repente era un poco incómodo tratar de enfocar a una gaviota en vuelo, estando en la zona de fuego cruzado de música a todo volumen de dos camionetas contiguas, pero me logré poner por encima de todas esas pequeñas incomodidades para disfrutar de la maravilla natural. Me dije “si las aves están tranquilas con todo este escándalo, yo también”.
Y así pude concentrarme y ver varias especies de gaviota, así como garza tricolor, fragata tijereta, ibis blanco, golondrina manglera y águila pescadora. De ésta última, había dos ejemplares, que volaban simultáneamente. Desafortunadamente no pude tomar a las dos en vuelo, porque llevaba un telefoto de 300 mm con un convertidor 1.4x, para un total de 420mm fijo, que es un buen acercamiento, pero no da la flexibilidad de un lente zoom, que hubiera permitido abrir la toma para captar a las dos aves. Llevar ese lente en vez del enorme zoom, ahorra alrededor de 1.2 kg y mucho espacio, que es algo para tomar en cuenta en un viaje de trabajo.
Me llamó la atención un playero grande, que pensé que podía ser el Playero Vagabundo (Tringa incana), que no había visto y por esa situación le tomé una gran cantidad de fotos, pensando en tener elementos para distinguirlo con seguridad de otras especies similares. A mi regreso, consultando con observadores expertos, tuve la pequeña desilusión de que no se trataba de esa especie, sino del Playero pihuihuí (Tringa semipalmata) que ya había visto previamente.
Vi un par de fragatas que estaban teniendo un comportamiento peculiar: En macho se elevaba volando a unos 20 metros de altura, con un pez en el pico y lo dejaba caer hacia la hembra, que nadaba sobre la superficie y cachaba el pez, para que el macho bajara, lo tomara y nuevamente subiera a dejarlo caer. Lo repitieron varias veces. No sé si se trataba de un juego, o forma parte de algún ritual.
Y seguí viendo aves acuáticas, pero aparte de la dudosa posibilidad del Playero vagabundo, no había tenido ningún avistamiento nuevo…TODAVÍA. Intentando ver aves terrestres, subí por una vereda que conducía al punto de partida de una tirolesa, que bajaba de un pequeño cerro hacia la playa. A lo largo del camino pude ver una tortolita pico rojo, tórtolas turcas, zanates, pinzones y… ¿Qué era eso? Un pajarillo pequeño saltaba inquieto en las ramas secas de un árbol cercano. El movimiento era familiar, característico de los chipes y más concretamente parecía una perlita… Pero ¿Sería una perlita azul-gris, de las que se ven por montones en otoño-invierno en la Ciudad de México? ¿O Sería la Perlita Sinaloense, ave endémica de nuestro país y que nunca había visto? Con gran expectación me acerqué y empecé a disparar fotos. Como mencioné, son bastante inquietos y no siempre es fácil lograr buenas tomas de ellos.
Finalmente, se alejó volando y yo con el corazón palpitando fuerte, empecé a revisar las fotos… No quería ilusionarme, a veces en la búsqueda de un lifer, las emociones lo hacen a uno ver lo que desea, hasta que en calma se revisa la evidencia y hay que aceptar una desilusión… Sin embargo, esta vez ahí estaba la marca de identificación de la Perlita de Sinaloa, que es una “gorra negra”. De hecho, en inglés se llama “Black-capped gnatcatcher”. Afortunadamente, tenía plumaje reproductivo, que es el que muestra claramente esta característica, siendo mucho más difícil distinguir estas dos especies de Perlita en fase no-reproductiva. Así que tuve mi lifer en el Maviri, no esperaba que fuera una especie terrestre y se podría decir que “me la encontré”, por lo cuál estaba sumamente contento.
El Sol de la costa sinaloense en primavera es tan fuerte, que uno se siente como una paleta helada que se derrite. Aunque hay otros remedios para la deshidratación, ciertamente que la cubeta con “ampolletitas” de cerveza de 250 ml es el kit de primeros auxilios que muchos de nosotros preferimos, después de estar expuestos a un calor tan extremo. Decidí terminar la pajareada en ese momento e ir a rehidratarme y celebrar con las cervezas, que acompañarían necesariamente un platillo con Marlin ahumado, que es un manjar que no me pierdo cuando voy a Sinaloa.
Y el día entero se me pasó muy rápido, tanto que no me había percatado que ya era de tarde. Cuando terminé de comer y me puse a pensar en estas cosas, eran las 4 y el último camión de regreso hacia Los Mochis salía del Maviri a las 4:30. Me acerqué al punto de salida del camión y con preocupación vi una larga fila.
Muchos de los turistas llegan en auto, pero habíamos algunos despistados en la fila. Sin embargo, la mayoría de los pasajeros eran los vendedores ambulantes y los músicos, que atienden al público en la playa. Para empeorar las cosas, era domingo y además, el último día de las vacaciones de Semana Santa y Pascua. Una señora que traía consigo su puesto de collares me dijo, “no se apure güero, sí cabemos todos, nadie se queda aquí”… Y efectivamente, empezamos a subir, toda la gente, la mercancía y hasta los instrumentos de los músicos. Quedamos prensados, pero cupimos. Yo estaba cansado y acalorado y me esperaba más o menos una hora en ese horno humano, por lo que me empecé a enfadar… En eso estaba, cuando de repente uno de los músicos se las ingenió para poder acomodar su guitarra y dijo “Espero que esto les haga más agradable el viaje, si tienen una moneda que me quieran compartir, se las voy a agradecer”… Bueno, eso me desarmó. Respiré hondo y sonreí y ya me fui relajado pensando en las peripecias que uno hace por ir a ver aves.
Al día siguiente, fui al Parque Sinaloa, y como corresponde a un parque urbano, la mayoría de las especies eran comunes. Sin embargo, el parque es grande y sí tuve oportunidad de ver aves interesantes. De hecho, me esperaban todavía dos lifers: El primero fue el Carpintero del Desierto. Me emocioné cuando vi el primero y logré con él unas tomas un poco forzadas, entre las ramas y a contraluz, pero no lo quería dejar pasar. Después vi que el ave era más común de lo que pensaba y vi otros individuos, a los que felizmente pude hacer mejores tomas. El Carpintero del Desierto me parece simpático porque me da la impresión que es un “Carpintero genérico”, como si fuera un Carpintero del Balsas al cuál se hubieran olvidado de adornar, ya que se parecen entre sí, sólo que el carpintero del Desierto es mucho más simple en su plumaje.
Ya estaba pensando en terminar la pajareada, porque no quería pasar apuros para llegar a mi sesión de trabajo, que era el motivo real del viaje, así que me encaminé a la puerta del parque… Y de pronto vi algo bastante grande que pasó volando entre los árboles. No había podido verlo bien, así que me acerqué hacia dónde lo vi desaparecer. De pronto, voló otra vez y aunque lo no vi a detalle, pude darme cuenta que tenía una cola enorme y que en su plumaje predominaba el azul y el negro. “¡LA URRACA!” me oí decir en voz alta y nuevamente la emoción me invadió. Pude verla bien, incluso me pude acercar a ella. Se trata de un ave de belleza impactante. Desafortunadamente para mí, todo el tiempo estuvo alrededor y encima de una banca del parque y por más que lo intenté, no la pude fotografiar en una percha natural, como una rama de árbol.
El tiempo seguía su paso y no podía continuar cazando la pose que yo quería, así que me conformé con las imágenes que tenía y regresé a mi hotel, para cambiarme y al mismo tiempo cambiar mi concentración hacia los temas de negocios que trataría con el cliente. El resto del viaje se desarrollo con normalidad, después de las peripecias que enfrenté y fue final feliz, puesto que pude regresar con mis tres nuevos avistamientos: La Urraca, La Perlita y El Carpintero.
Colorín Colorado…