Para los que se sienten dueños de la metodología de la ciencia histórica y no admiten más que trabajos sobre materiales originales o fuentes primarias, les argumento que no se vale mutilar los deseos de reinterpretar nuestra historia local: por mucho que se haya escrito acerca de un tema determinado, siempre habrá el descubrimiento de nuevos matices y enfoques que le darán plusvalía al estudio de un objeto. No podemos ser arrogantes intelectuales y pensar que un tema histórico está cerrado porque muchos lo han estudiado. La sana desconfianza sobre una supuesta verdad es fuente del conocimiento y del desarrollo de éste. Reconozco la valía del documento escrito como fuente indiscutible de conocimiento histórico, pero también admito y subrayo que toda realización que parta de la actividad humana es una fuente de la ciencia de la Historia.
En defensa de mi tesis me apoyo en la Escuela Francesa de Annales y en la Escuela Filosófica de Frankfurt, donde encontré todos los elementos a favor para reinterpretar el pasado al que “cada generación tiene la obligación de reescribir”. Que ninguna costra de ideología nos impida ver la realidad. Reconozco que la historia y la memoria tienen por campo de estudio al pasado. La historia es ciencia y, ciertamente, todo lo que no sea conocimiento riguroso de los hechos, no será historia, pero, construir a partir de los hechos explicaciones sobre el sentido de los hechos humanos puede ser interesante para esa rica rama científica llamada filosofía de la historia.
Sé que no hay otro camino para la verdad que la historia, pero la verdad es relativa, como la propia historia. Si la historia es contar hechos, como quiere el historicismo, que los cuente todos y que lo cuente todo. “El problema del historicismo es que no hace ni lo uno ni lo otro. Cuenta, sí, lo más notable, pero se olvida de lo pequeño…”
Por otra parte, coincido con Walter Benjamín en el sentido de que hasta hace poco se tomaba al pasado como “punto fijo y se pensaba que el presente tenía que esforzarse para que el conocimiento se asiera a ese sólido punto de referencia. Ahora, sin embargo, esa relación debe cambiar en el sentido de que el pasado se convierte en envite dialéctico, en acontecimiento de la conciencia despierta.” (Benjamín o el primado de la política sobre la historia). También coincido con M. Reyes Mate cuando interpreta a Benjamín y concluye que “El pasado no es un punto fijo a disposición de un conocimiento riguroso y sediento de hacerse con toda la realidad, incluyendo la que ha sido. El pasado tiene vida propia, sorprende a la conciencia presente, toma la iniciativa…Se trata de leer el pasado como un texto que incluso nunca fue escrito” (Idem, pág. 46). Mi atención al pasado queretano no está dirigida por un interés arqueológico sino para incidir en el presente y no volver a cometer los errores del pasado como sociedad o aldea local.