Todo empezó a mediados de febrero, cuando una de las páginas de fotografía de naturaleza más prestigiadas en redes sociales organizó una dinámica de fotografía sobre los colibríes de México. La comunidad respondió con muchas y muy valiosas imágenes que llegaron a la página web de la Comunidad durante los días de vigencia de la dinámica.
Una de las fotografías que recibió la atención de los conocedores del tema, fue la de la Coqueta de Atoyac, un colibrí que por sus características, es difícil de ver y más aún de fotografiar, como narraré más adelante. La fotografía fue publicada por Ángel, un biólogo originario de la zona dónde habita esta elusiva ave, que es una estrecha franja de la Sierra Sur de Guerrero.
Daniel, que es uno de los fundadores de la Comunidad y uno de los fotógrafos de naturaleza más reconocidos en México, siempre anda buscando nuevas adiciones a su vasto acervo de imágenes y al ver la fotografía de Ángel, se puso rápidamente en contacto con él, para averiguar cómo podría organizar una expedición para fotografiar a esta pequeña joya voladora.
Con excelente disposición, Ángel preparó para Daniel un plan de dos días para visitar la Sierra de Atoyac y se dio a la tarea de conseguir alojamiento y la logística de alimentos, puesto que la zona por visitar no contaba con infraestructura turística.
Afortunadamente, Daniel es un excelente amigo mío, con quién ya he compartido varias expediciones, en busca de nuevos avistamientos de especies de aves (Que llamamos lifers). Una vez que él tuvo armado el plan, me invitó a compartir la experiencia y como en otras ocasiones, él volaría desde Saltillo y emprenderíamos el viaje desde la Ciudad de México, en mi auto.
En esta oportunidad, pasaríamos por Ángel a Chilpancingo, donde estudia en la Universidad y de ahí, viajaríamos hasta la zona de Atoyac, donde no sólamente buscaríamos a la Coqueta, sino que habría la posibilidad de ver otras especies valiosas, una buena cantidad de ellas, endémicas de México e incluso varias endémicas del Estado de Guerrero.
A nuestro grupo de tres, se añadieron dos participantes más: Uno de ellos, mi amigo biólogo Rául, que por mera casualidad pasaba por enfrente de un restaurante en el que Daniel y yo comíamos, planeando el viaje. Salí a la calle a buscarlo y cuando le contamos el plan, tardó como tres segundos en decidirse a acompañarnos. Raúl es un excelente observador de aves, localizándolas de manera visual o por su canto. Cuando alguien así se incorpora a las pajareadas, sus habilidades benefician a los demás, que incrementan sus avistamientos.
El último integrante de la expedición fue un amigo de Ángel, llamado André, que es biólogo y conservacionista en la zona de Acapulco y que por un admirable compromiso personal y determinación propia, ha hecho mucho por la conservación de la Isla de la Roqueta, en la Bahía de Acapulco.
Raúl, Daniel y yo salimos de Ciudad de México, para pasar por Ángel a Chilpancingo y por André a las afueras de Acapulco.
Aunque la inclusión de Raúl y André sucedieron a última hora, la confianza y la buena convivencia fue inmediata. Para cuando llegamos a la zona de Atoyac, el trato entre todos nosotros era de amigos. Ésa es una situación normal con los observadores de aves: En general son gente adaptable y tolerante, que sabe convivir y que coopera para que la experiencia colectiva sea agradable y para mitigar cualquier incomodidad o dificultad que pueda presentarse.
Atoyac está lejos de la Ciudad de México. Habiendo salido muy temprano, llegamos a la primera zona de observación de aves ya por la tarde. El destino final era el pueblo de “La Pintada”, sin embargo, hicimos una primera escala en un lugar llamado “La Estancia” lo cuál fue un inicio alentador pues pudimos ver algunas especies muy interesantes y poco comunes, como el Saltador cabeza negra, la Títira puerquito y el Carpintero corona gris.
A lo mejor te estás preguntando desde el inicio del relato ¿Y los balazos? ¿Y los soldados y las camionetas de los narcos? Tendré que contestarte que yo tenía algún recelo de ir a la Sierra de Guerrero, por toda la connotación de inseguridad que tiene el Estado y en particular la zona… Pero afortunadamente no vimos nada alarmante, en los trayectos o nuestra estancia. Efectivamente, pasamos un retén militar de ida y al regreso, pero aún ahí, no sentí el ambiente de tensión y riesgo que he podido percibir en otras regiones del país.
Nos hospedamos en La Pintada, enclavado en la Sierra de Atoyac y muy cerca de los parajes donde buscaríamos a las aves de nuestro interés. La Pintada es un pueblo pequeño y tranquilo, a tal grado que salimos por la noche a buscar aves nocturnas (Sí, lo reconozco: somo unos adictos desahuciados).
A pesar de lo tranquilo que luce hoy el pueblo, hay en él cicatrices visibles de una tragedia que sucedió hace unos años, cuando se desgajó un cerro a causa de lluvias torrenciales. Más de 80 cruces en el centro del pueblo conmemoran el terrible evento y se pueden ver en los cerros aledaños los refuerzos de cemento que se han construido, en prevención de futuros cataclismos.
El paisaje de los alrededores es muy bello y complementa maravillosamente la experiencia de observación de aves. A pesar de ser temporada de secas, hay mucho verdor y cauces de agua, que se presentan como postales, casi en cualquier dirección que uno mire.
Estuvimos dos días en la zona, siguiendo varias veces la misma rutina: Acercarnos en el auto a la vereda que sigue el cauce del río y que se va elevando en la ladera de los cerros que rodean el pueblo. Dejar el coche y avanzar ascendiendo por el sendero un par de kilómetros, hasta la zona de los árboles, que por la primavera florecen abundantemente y que son la ubicación en la que Ángel había tenido mejores resultados en la búsqueda del ansiado colibrí.
Entendíamos de antemano que ver y fotografiar a la Coqueta no era tarea sencilla: Se trata de un colibrí muy pequeño y casi silencioso, que le gusta alimentarse de flores que crecen en la fronda de árboles a más de 15 metros de altura. Por si esto fuera poco, los demás colibríes que comparten su estrecho y fragmentado hábitat, les hacen “bullying” constantemente, ahuyentándolos de los mejores sitios de forrajeo.
Entre los “abusivos”, se encuentra el también endémico y hermoso Colibrí de Guerrero, con su característica cola blanca por el interior, sus alas color canela, con la cabeza y dorso de un verde intenso. En vez de estar en peligro de extinción, como la Coqueta, la clasificación la ubica como especie amenazada y está en la lista de la NOM 59 (Así que tampoco las tiene todas consigo).
Otro de los que hostigan a la Coqueta es el Ermitaño Mexicano, que es endémico de México y puede verse cerca del Litoral del Pacífico, entre Nayarit y Colima, además de Guerrero y Oaxaca. Afortunadamente, no tiene clasificación NOM 59, lo cuál significa que la especie no está amenazada.
Continúa la lista con el Colibrí picudo coroniazul, con su enorme pico recto, que le confiere su nombre científico: Heliomaster longirostris. No es una especie endémica, sino que su distribución se extiende mucho hacia el sur, llegando hasta el norte de Bolivia y Brasil.
Finalmente, también está presente en la zona el Colibrí cola pinta, que escapó a mi lente y tendré que esperar otra oportunidad para fotografiarlo. Es una especie amenazada, pero no es endémico, ya que su distribución se extiende hasta Sinaloa, a lo largo del Pacífico y por el sur llega hasta Nicaragua.
Para nuestro pesar, constatamos que todos los inconvenientes que nos habían comentado para captar a la Coqueta de Atoyac eran ciertos: Después de varios minutos de esperar, de repente se veía un pequeño punto volador acercarse a las flores, que primero había que cerciorarse de que no fuera un abejorro. Una vez identificado y ubicado el objetivo, a los tres segundos, llegaba otro colibrí y el primero huía hacia el follaje más cerrado o simplemente desaparecía en silencio. Oleadas de emoción y frustración nos invadían cada vez que este episodio se repetía.
De estas dificultades se desprende la escasez de fotografías disponibles de la Coqueta de Atoyac, incluso hay en Internet imágenes de otros colibríes, que erróneamente se han etiquetado como esta especie sin serlo.
El hábitat es una estrecha franja de la Sierra de Atoyac, que se encuentra sumamente fragmentado y en continua presión por la presencia humana. Es una especie en peligro de extinción, “protegida” por la NOM 59 y se encuentra en nivel de vulnerabilidad 19 (donde el 20 es el máximo).
Como señales tangibles de las amenazas cotidianas que enfrentan los colibríes y de hecho, todas las aves silvestres, pudimos ver un gato feral, que seguramente no será el único y estos animales provocan un daño difícil de imaginar.
También de manera fortuita, entramos a una tienda de pueblo, de ésas que son a la vez miscelánea, tienda de materiales de construcción, recaudería y ferretería. Ahí pudimos ver entre los juguetes, una gran cantidad de resorteras. Daniel preguntó al dueño de la tienda si se las podía vender todas, lo cuál sorprendió al hombre. Daniel le explicó que quería evitar que los niños le tiraran a las aves y en general, a lagartijas, ardillas y cualquier tipo de fauna. El tendero le dejo entrever, que si se las vendiera, tendría que reponer ese inventario, es decir, que no las dejaría de vender.
Efectivamente, la solución no es cortar la oferta, sino que CON EDUCACIÓN, los niños aprendan que los animales silvestres no son blancos para que ellos ensayen su puntería, sino que son seres vivos, importantes para nuestro entorno y para su futuro.
Al final del primer día y con mucha dificultad, logré algunas imágenes del macho y la hembra de Coqueta de Atoyac, después de muchos intentos fallidos. Tenía los hombros cansados por la cámara y tortícolis por tener demasiado tiempo los binoculares apuntados hacia la zona de forrajeo de los colibríes, muchos metros por encima de nuestras cabezas. Las fotos tenían calidad apenas aceptable, con una perspectiva lejana, donde podía notarse que se tomaron desde un ángulo muy forzado, pero por lo menos, no me había quedado con las manos vacías. Habría que intentarlo al día siguiente, buscando un mejor ángulo y más cercanía.
En el proceso de buscar a la Coqueta de Atoyac, encontramos otras aves maravillosas. Algunas de ellas no son endémicas de la región, pero de cualquier forma se distribuyen en zonas restringidas y no son comunes, por lo cuál siempre es emocionante verlas, como son el Loro corona lila, el Saltapared Sinaloense o el Trepatroncos corona punteada. En total, la expedición a Guerrero me reportó 91 especies avistadas, entre las cuáles 5 fueron nuevos avistamientos, o Lifers.
La segunda noche hicimos un intento de ver aves nocturnas, como chotacabras o tecolotes. La noche sin luna nos dio la oportunidad de admirar el cielo estrellado, que lucía esplendoroso, con las constelaciones más conocidas y muchas más, pudiendo apreciarse estrellas mucho más pequeñas al apagar nuestras linternas. Más tarde, durante la cena, estábamos contentos, pero se sentía un poco de tensión, ya que el tiempo seguía su marcha y nos quedaba solamente la mañana siguiente para lograr nuestro objetivo, antes de regresar a casa.
La última mañana, seguimos el mismo procedimiento, subiendo por el sendero junto al río para llegar a la zona de los árboles en flor.
Buscando un ángulo más favorable para fotografiar a la Coqueta y ya un poco desesperados, Daniel y yo trepamos unos metros de la ladera de un cafetal frente a los árboles, atravesando una cerca de púas para colocarnos a una altura más favorable hacia las frondas de los árboles. En particular pusimos nuestra atención en una especie de árbol que llaman nanche y que tiene unas hermosas florecitas blancas, sobre unas guías que traen a la mente los arreglos florales de las bodas. Al parecer esas flores les gustan mucho a todos los colibríes.
Y seguimos intentándolo un buen rato, sin lograr un resultado muy satisfactorio. En el proceso, pasaban otras aves y tuvimos oportunidad de fotografiarlas. La suerte me sonrió cuando me disponía a bajar de la ladera del cafetal y empecé a descender unos metros, puesto que una Coqueta macho empezó a alimentarse en el árbol frente a mí, ubicándose lo más cerca que lo tuve durante todo el viaje. Disparé muchas veces en los 30 o 40 segundos que el colibrí estuvo a la vista. Algunas imágenes salieron en la sombra, mal enfocadas, entre las ramas, con el colibrí de espaldas y en todas las condiciones desfavorables que puede haber. Pero entre toma y toma, sentí que algunas de ellas serían útiles, por lo que apenas hubo desaparecido la Coqueta de Atoyac al llegar un Colibrí de Guerrero a ahuyentarla, con agitación empecé a revisar la serie de fotos en la pantalla de la cámara.
Sin ser sobresalientes, las imágenes habían resultado superiores a las del día anterior: Podían verse mejor los colores y se apreciaba la cresta característica del macho y el cinturón blanco, con cola color broce, inconfundibles en esta especie. Todavía faltaba optimizar un poco la imagen mediante la edición, pero finalmente la tarea se había completado decorosamente.
¿Fue un final feliz? No tanto: Más bien, fue como ver una película y llegar al final de la misma, donde aparece un letrero que dice: “Continuará…” ya que sin duda regresaremos, para hacer nuevos intentos y lograr mejores imágenes.
Espero que la Coqueta de Atoyac mejore su precaria situación y tengo fe en que así será, con la participación de gente comprometida como Ángel, para tener una mejor supervisión y protección del entorno y de la sumamente valiosa fauna y flora de la Sierra de Atoyac.
Urge una participación decidida de las instituciones del Gobierno estatal y federal que deben poner foco en la protección ambiental de esta espectacular región, que en paralelo, debe liberarse del estigma de inseguridad que actualmente padece. Sinceramente espero que esta narración sea un pequeño avance en esa dirección, que muestre una cara más agradable de la Sierra Sur de Guerrero.
Ésta historia NO ES FICTICIA. Cualquier parecido con personajes de la vida real es totalmente intencional y si los conoces, sabrás inmediatamente quiénes son.
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