La Barranca de Meztitlán es uno de esos sitios que no son muy conocidos fuera de su ámbito local. Yo lo conocí gracias a Davy Garrido, un excelente pajarero y fotógrafo uruguayo, avecindado en Pachuca. Lo que él ha hecho en los últimos años es de admirar, puesto que se ha aventurado a explorar en solitario importantes sitios de observación de aves en el Estado de Hidalgo, siendo Meztitlán uno de los más relevantes.
Desde la Ciudad de México, el trayecto no es corto: Son 200 kilómetros siguiendo el Corredor de la Montaña y después la Carretera a Huejutla, hasta el Pueblo de Meztitlán. Desde ahí, faltan 20 kilómetros más, hasta la Comunidad de San Cristóbal, que es donde se encuentra el acceso a la zona de interés. Así que saliendo de la Ciudad a las 6 AM, se llega cansado y entumido del camino a pajarear a las 10 AM.
Cuando llegamos me pude percatar que estábamos en el fondo de la Barranca, que seguramente era lo más adecuado para pajarear, sin embargo, yo había buscado en días anteriores algunas imágenes de la Barranca de Meztitlán en Internet y las que encontré eran vistas panorámicas desde lo alto de la Baranca. Esperaba también ver un cañón relativamente estrecho pero en realidad el camino está cerca de una pared de la barranca y al otro lado el espacio está abierto, con el río paralelo a la pared y una gran extensión de sembradíos, con la otra pared de la barranca a varios centenares de metros al fondo. Con tristeza deduje que esas parcelas no hace mucho habrían sido parte del lecho la Laguna de Meztitlán, que se ha venido secando por la reducción del caudal que recibe y porque los pobladores de los alrededores “le echan la mano” en ese proceso para ganar más tierras de cultivo.
Días antes, cuando estábamos planeando la salida, le pregunté a Davy “¿Qué clase de hábitat es?”. Él hizo una pausa y me contestó: “Bueno, es que hay matorral, pero también está el río, hay tierras de cultivo, encuentras aves acuáticas en la orilla de la laguna y de repente aparecen algunas aves de un ambiente más tropical” ¡Aquello sonaba muy prometedor!
Barranca de Meztitlán me parece como esas tiendas de oportunidades, en las que una semana encuentras una oferta sensacional de un producto y regresas días después queriendo comprar más, pero ya no hay… Sin embargo encuentras otro producto interesante y lo compras, porque nada te garantiza que lo hallarás cuando regreses… En forma similar, un día vas a Meztitlán y encuentras una cigüeña americana y después no la vuelves a ver. En otra ocasión puedes ver un Martín pescador verde, o una Aguililla negra menor, un Carbonero cresta negra o un Maullador gris y tal vez te cueste mucho trabajo volver a verlos en visitas subsecuentes.
Pero el más codiciado por mí desde siempre, ha sido el Búho cornudo.
Yo no estaba muy esperanzado en verlo. Es una de esas especies que inconscientemente uno piensa que son muy difíciles de ver, como un quetzal o un águila real. Es bueno siempre llevar entusiasmo, pero no cifrar todas las expectativas de la salida en un avistamiento en particular, puesto que no lograrlo se convierte entonces en una gran frustración, que puede opacar el gusto por la salida.
De hecho, he visitado Meztitlán unas cinco ocasiones y solamente en dos de ellas he tenido la oportunidad de ver al magnífico búho. Entonces, cuando empezamos a escuchar el “huu-huu” se me aceleró el corazón, puesto que ese llamado es característico del ave y con ello sabíamos también que estaba activo en plena luz de día, a pesar de sus hábitos nocturnos. Pero la excitación se enfrío un poco al desparramar la vista en el enorme espacio abierto de la pared de la barranca, con miles y miles de árboles, salientes de roca y cactáceas donde el búho podría pasar desapercibido, gracias a su espléndido camuflaje.
Incluso podía suceder que estuviera cerca de nosotros y que no nos diéramos cuenta, hasta que nuestra cercanía lo ahuyentase. Pocas cosas frustran tanto a un fotógrafo como el ver que uno mismo espanta a ese animal que uno desea fotografiar y una vez que huye, difícilmente nos brinda una buena toma, dando la espalda y alejándose a toda prisa.
De pronto Davy se quedó mirando un punto lejano y dijo en voz baja “¡Ahí está!” Yo empecé a buscarlo ansiosamente con la mirada, sin éxito. Davy me ayudó señalando: “En esos cactos grandes, como a un tercio de la altura de la pared”… Entonces lo vi… y volví a respirar normalmente.
El Búho cornudo es una especie espectacular. Por su mirada hipnótica, por su porte beligerante y sus hábitos nocturnos, lo rodea un aire enigmático y ha sido fuente de un sinnúmero de leyendas, frecuentemente relacionadas con cuestiones sobrenaturales. Lo primero que te impacta al ver un búho, son sus enormes ojos amarillos, que parecen poder fulminarte o hechizarte, si el ave se lo propone. Cuando lo superas, revisas sus “cuernos”, que son plumas dispuestas para ese efecto estético, sigues descendiendo para apreciar su pico poderoso, que no te deja duda de que es una rapaz. Continuas tu escrutinio por el plumaje, que es un gran camuflaje que asemeja mucho las cortezas de los árboles en los cuales percha. Terminas admirando sus robustas garras, de las que muy difícilmente podrá escapar un ratón o un conejo, cuando el búho se precipite sobre ellos.
Un par de años antes de este encuentro en su entorno natural, había podido ver de cerca y fotografiar a placer a un búho cornudo e incluso sostenerlo con un guante de cetrería, en el Aviario El Nido. Esto tuvo lugar durante un curso de fotografía de naturaleza que se impartió ahí y que de hecho contribuyó muchísimo a incrementar mi pasión por esta actividad.
Pero ese contacto cercano en cautiverio no tuvo punto de comparación con admirar al Búho en su ambiente natural: Además de ser para mí un primer avistamiento o LIFER, tuve suerte de poder apreciar por largos minutos su belleza y tomar buenas fotografías. Cuando lo vi volar, mis ojos se humedecieron y sentí una profunda emoción propagarse por mi pecho, haciéndome suspirar repetidas veces.
Desafortunadamente, el embrujo y misterio que gira alrededor de las rapaces nocturnas, constituye una amenaza para ellas. La ignorancia de la gente las pone en peligro de ser capturadas o muertas, sea en busca de algún remedio o amuleto, sea por miedo de que sean bestias malignas.
Uno se podría imaginar que el hábitat preferido del Búho Cornudo es el bosque de coníferas (como en de los cuentos de los Hermanos Grimm), pero sorprendentemente, está ampliamente distribuido en Norte América, hasta parte de Sudamérica, en bosques, pantanos, desiertos, riberas, ranchos silvícolas… Pero el hecho de que su distribución se amplia, es MUY DIFERENTE a que sea fácil de ver y su avistamiento siempre se siente como un gran regalo.
El Búho cornudo caza normalmente por la noche y a veces al atardecer. Observa desde una percha alta y se precipita para capturar la presa con sus garras. Su dieta principal consiste en mamíferos, como ratas, ratones, conejos, también ardillas, tlacuaches y zorrillos.
Su oído es extraordinario y sus ojos están optimizados para la visión nocturna. Sus grandes ojos están prácticamente fijos en sus órbitas y orientados al frente, lo cuál le brinda una visión binocular de 70 grados. Para poder mirar a los lados, debe girar la cabeza completa, lo cuál hace con rapidez y precisión robótica (A mí me recuerda a R2D2, de Star Wars). Su cuello puede girar 135 grados, con lo cuál su rango de visión se extiende a 270 grados. Otras adaptaciones especiales de su anatomía son sus 14 vértebras cervicales (nosotros tenemos 7) y la disposición de los vasos sanguíneos de su cuello, que permiten tan amplio radio de giro.
Más allá del Búho
“Habiendo superado” la experiencia impactante del Búho, había que reconocer que la pajareada ya había tenido resultados sensacionales, con otros LIFERS inesperados, como fue la Cigueña americana, el Carbonero cresta negra (Que tuve que esperar 4 años más para poder fotografiarlo), el Chipe grande y el Maullador gris.
Revisando mis registros en Barranca de Meztitlán, he podido ver 106 especies diferentes… en algunos casos MUY DIFERENTES, por eso me parece un lugar extraordinario. He podido ver 12 especies de chipes, 11 de rapaces, 8 de garzas, 6 palomas diferentes y en general, muchas especies que normalmente habría que visitar varios lugares distintos y distantes para encontrarlas.
Viéndolo bien, no es tan sorprendente la gran variedad de especies, por la ubicación de la Barranca de Meztitlán. Por un lado, está la Sierra Gorda de Querétaro y por otro lado, está cerca la Huasteca hidalguense, cuenta con el matorral xerófilo en las paredes de la Barranca, bosque de galería flanqueando el río y una cuenca lacustre, para albergar especies acuáticas, como garzas, ibis, cormoranes, patos y playeros.
Una especie de Meztitlán que a mí me gusta mucho y que no he podido ver en ningún otro lugar es el Saltapared de las rocas, que me parece muy bello y me llama la atención por el color de su plumaje, puesto que es como la piedra de cantera rosada de los riscos que hay en la Barranca y por lo tanto su camuflaje es muy bueno.
Y esta biodiversidad que estoy comentando no se restringe a las aves, un entomólogo o un botánico me podría reclamar airadamente, por pasar por alto la importancia que tiene este lugar. A manera de muestra me permito incluir un pequeño collage de imágenes de insectos, que fotografíe incidentalmente, ya que no los busqué sino que prácticamente se metieron en mi campo visual.
Quiero narrar una anécdota de otra de las expediciones a Meztitlán. Esa vez, iba con un grupo de biólogos muy intensos, por lo que la pajareada fue bastante minuciosa y tardada. Ya en el trayecto de regreso de la orilla de la laguna, a mis amigos les llamó la atención el comportamiento de una parvada de alrededor de 6 matracas serranas, que revoloteaban y entraban al cuerpo en descomposición de una oveja. Evidentemente se estaban alimentando, pero ¿Era ésta una conducta carroñera de la matraca, de la que ninguno de ellos tenía conocimiento?
Observando con más detalle, mis amigos se percataron que las matracas se estaban comiendo a los gusanos que estaban en el interior de la oveja muerta. El tema les interesó bastante y quisieron estudiarlo más a fondo, para lo cuál decidieron tomar unas muestras de los gusanos, para llevarlas a examinar a un laboratorio… Pero eso implicaba sacar los gusanos del cadáver de la oveja y guardarlos en un recipiente. Uno de ellos vació su botella de agua y otro, con unas pinzas que siempre carga consigo, se dio a la desagradable tarea de sacar los gusanos y depositarlos en el recipiente. A pesar de estar curtido en el campo, el valiente que recolectó los gusanos, tuvo que reprimir un par de arcadas, porque la tarea de recolección fue bastante desagradable.
Yo que tengo formación de ingeniería, veía con interés cómo estos biólogos recolectaban sus muestras, aportaban conjeturas y hacían comentarios acerca de su hallazgo. Ya que veníamos de regreso, cuando llegamos al primer pueblo, uno de ellos dijo “hay que comprar alcohol” y yo pensé “¿Querrá comprar cervezas, un tequila o algo así?”, pero entonces pasamos por una farmacia y dijo “Mira, aquí… párate por favor” y me di cuenta que el alcohol no era para beber, sino para poner en conservación sus valiosas muestras de gusanos. Les conté lo que había pensando y nos reímos todos… Convivir con biólogos tiene momentos muy divertidos.
Sin importar como haya sido la ida, el regreso de la Barranca de Meztitlán casi siempre es igual: Despúes de 4 horas de trayecto de ida y cinco horas de pajareada, poco a poco todos los participantes van saliendo del trance que llamamos “modo pajarero” durante el cuál se suspende el hambre, la sed y el cansancio y se activa la vista y el oído para poder pajarear a tope… Cuando el trance pasa, empieza a aparecer la sensibilidad adormecida. Normalmente acabamos llegando con urgencia a comer y en el caso de Meztitlán lo más eficiente es llegar a uno de los locales de pastes, que como comida regional de Hidalgo, se encuentran a lo largo de toda la carretera de regreso hacia la Ciudad de México. Escogemos algún lugar que esté junto a una gasolinera, para aprovechar la parada, comiendo y cargando gasolina en la misma ocasión.
Cansados pero contentos, entramos de regreso en la Ciudad al caer la noche, 13 o 14 horas después de haber salido en la madrugada. Casi siempre, me da la sensación de que no estamos regresando el mismo día que salimos.
Plan “B”, para gente normal
Para aquéllos que están menos locos o que tienen intereses más variados, se puede programar un viaje más relajado a Meztitlán. El primer día se puede visitar Mineral de Monte o Huasca de Ocampo, pueblos mágicos que se encuentran de paso, para llegar a hospedarse a Meztitlán por la tarde. En el pueblo de Meztitlán, hay un atractivo importante, que es el Templo y Ex-Convento de los Santos Reyes. Al estilo de las construcciones religiosas del Siglo XVI, es una fortaleza en toda forma, con sus murallas y almenas. Es un monumento histórico importante, que fue construido por los Agustinos a partir de 1539 y vale la pena subir la loma desde el pueblo, para admirarlo y contemplar la vista desde ahí.
El segundo día, se puede salir temprano de Meztitlán y hacer el trayecto de 20 minutos hasta la entrada de la Barranca, en San Cristóbal. De esta manera, se llega a pajarear descansado y más temprano, con la abundancia que brindan las primeras horas de actividad de las aves. De cualquier forma no es un paseo muy relajado, ya que implica 5 horas de pajareada y cuatro más del trayecto de regreso, pero resulta mucho menos agotador que el plan kamikaze de un día.
Espero que la narración te haya gustado. Si no conoces Meztitlán, añádelo a tus pendientes por visitar en nuestro hermoso país. Como siempre, quedo a tus órdenes para cualquier comentario o duda, en los datos de contacto que te dejo a continuación.
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