Este cronista obtuvo del arquitecto Antonio Calzada Urquiza esta entrevista exclusiva en el marco de la inauguración de la “Galería de los Presidentes Municipales de Querétaro” el viernes 7 de septiembre de 2012. Me sentí muy a gusto de que el cumpleañero y decano, ex alcalde Antonio Calzada, gozara en ese acto del reconocimiento y cariño de los presentes, además de que su retrato y el de su señor padre, don José Encarnación Calzada Arvizu, que fue presidente municipal, no una, sino dos veces, estén expuestas en el bello y añejo Salón de Cabildos, del que nunca se tuvo que salir el “honorable” Ayuntamiento.
Además don Antonio me dio cita para celebrar esta entrevista para el martes 11 de septiembre, a las diez horas, donde me atendió puntual y cordialmente, a pesar de los dolores de su columna que son producto de haber hecho halterofilia buena parte de su vida.
Entre risas y bromas me dice que no se acuerda de su nacimiento, en 1930, “porque estaba muy chiquito”, pero que sí recuerda, por pláticas de su padre y consejas, un Querétaro completamente rural. “Los campesinos y el pueblo andaban vestidos con calzones de manta y huaraches de llanta, poblado pequeño que poco a poco empezó a progresar gracias a la llegada de algunas industrias y empresas”.
Don Antonio nació y vivió unos tres años en la casa de Allende sur, ubicada enfrente del hoy Museo de Arte de Querétaro, que alguna vez fue el 7 o 9, y cuyas alteraciones en su construcción han hecho que el número se pierda aún para la memoria de sus hermanos más grandes como son José, Francisco y Miguel. Por cierto que dicha casona fue parte del Liceo de Querétaro, fundado por el padre Florencio Rosas, para después ser dividido éste y ser ahora la casa de los Dorantes Reséndiz, estacionamiento de los Castro Ballesteros, y hasta hace pocos años, establecimientos mercantiles y oficinas de Tránsito Federal y Policía Federal de Caminos. Cuando creció, don Toño quiso hacerse de esa casa que lo vio nacer, pero nunca pudo adquirirla.
Al pequeño Antonio se le dio la política, porque su padre fue invitado por su compadre Agapito Pozo Balbás para fungir como tesorero del estado en la primer parte de su sexenio cuando el insigne jurista fungió como gobernador entre 1943 y 1949, para ser presidente municipal de la capital queretana los últimos tres años.
Ya don José había sido presidente de la Cámara de Industriales local y síndico municipal en 1928, por lo que al haber una falta absoluta del alcalde en funciones, don José accedió de manera interina a presidir el principal ayuntamiento de la entidad cuando llegó al gobierno estatal el coronel Ángel Vázquez Mellado. Cabe mencionar que don Agapito Pozo Balbás fue padrino de bautizo del pequeño Antonio, quien lo llevaría, en 1973, al mejor Tribunal Superior de Justicia del que se tenga memoria en Querétaro, integrado además por los enormes juristas Antonio Pérez Alcocer, Fernando Díaz Ramírez y hasta el joven y talentoso Jorge García Ramírez, como magistrado supernumerario en funciones al morir Pozo Balbás.
Recuerda nuestro entrevistado cómo su padre tuvo que emigrar cuando comenzó la persecución religiosa, ya que dos cuñadas de él eran monjitas, hermanas de su esposa, Carmelita y Sarita, una guadalupana y otra capuchina, y los radicales le echaron pleito a don Pepe, quien no iba a renegar de su familia ni de sus raíces, a quienes tenía que proteger.
Su papá tenía un pariente, el prestigiado contador Arnulfo Arvizu, padre del arquitecto Carlos Arvizu García, el cual era contador del Ejército, mismo que se enteró que su primo Pepe Calzada Arvizu había sido detenido por la policía sin razón alguna, por lo que buscó la protección del general comandante de la plaza, mismo que se condolió de la situación de la familia Calzada Urquiza y liberó a don José Encarnación, con la condición de que se fuera inmediatamente de Querétaro porque hasta ahí lo podía proteger.
La familia se quedó unos días más en la casa de Allende, a donde fue a despedirse de su esposa e hijos, porque de lo contrario lo matarían. Partió a Guanajuato y de ahí a la Sierra Gorda, disfrazado de campesino, hasta llegar a Veracruz, desde donde estableció contacto con su esposa y sus pequeños José, Francisco, Miguel y Antonio. Aclaro que don José era originario de San Luis de la Paz, estado de Guanajuato, y a los cinco o seis años su familia llegó a Querétaro y empezó a trabajar con la familia Gorráez, la cual tenía un depósito de comestibles, donde le nació a don José la vena mercantil, al grado de poner su propia empresa denominada “Calzada y de la Isla”.
Desde su exilio en la Sierra Gorda, don José se dedicó a exportar hacia Cuba y Puerto Rico frijol negro, importando a la vez piloncillo, dándole buenos resultados. Con esta situación el niño Antonio ya no pudo continuar en la escuela y la familia tuvo que partir a un pueblito cercano denominado Obraje de Ixtla, en Apaseo el Bajo, Guanajuato, sus hermanos mayores lo bromeaban diciéndole “Antonio el indito de Obraje de Ixtla”. Con el paso de los años, Porfirio Muñoz Ledo, natural de Apaseo el Bajo, le decía “paisano”. La familia alcanzó al jefe de la misma en Veracruz y allá vivieron tres años.
En el puerto jarocho el niño Antonio contrajo el sarampión, así que lo sacaban a diario envuelto en una sábana mojada a la sombra de un tamarindo, donde lo llegó a picar un ciempiés con su doloroso veneno, remediando el mal una señora del servicio doméstico untándole lodo en la zona infectada, y cuando se secó el barro sacó la ponzoña. Ya luego se trasladaron a la ciudad de México, donde don Antonio cursó los tres primeros años de primaria, para luego regresar a Querétaro a estudiar los tres años finales en el Instituto Queretano, en el bellísimo y añejo molino de San Antonio en la ribera del río. De los maestros de esa época recuerda a Rafael Palomar y a un español de apellido Pla, que le caía muy bien, porque en la cancha de futbol pateaba la pelota con mucha fuerza de portería a portería. Ahí trabó amistad con Jesús Ortega y Antonio Romero Santoyo, pero su extraordinario amigo fue Fidel Orendáin, vecino de Teresitas, quien pasaba por el joven Antonio a su casa de Próspero C. Vega número 2 y bajaban hasta 15 de Mayo, luego daban vuelta por Altamirano para perderse por los lodazales de la ribera y cruzar el puente de Frijomil. También fue su compañero Fernando Díaz Reyes Retana y un hijo de Juventino Castro Sánchez, de nombre Antonio.
La secundaria y la prepa las cursó en el Colegio Civil, en un lapso total de cinco años. Ahí fueron sus maestros los excepcionales Antonio Pérez Alcocer, Salvador Vázquez Altamirano, el Vate; Fernando Díaz Ramírez y otros muy buenos como José Alcocer Pozo, que era el médico familiar y muy atinado y generoso, que “nos regalaba la medicina resultado de muestras médicas”. Recuerda a don Antonio Pérez Alcocer como “hombre pulcro y soñador, culto y con mucha categoría”.
La carrera de arquitectura la realizó en la UNAM, donde trabó amistad con dos grandes maestros: Pedro Ramírez Vázquez y Guillermo Rosell de la Lama, con quienes después tuvo la oportunidad de convivir en política de grandes ligas. Al salir de la carrera profesional se incorpora a un grupo de gente muy valiosa como Mario Moya Palencia —en primerísimo lugar—, Pedro Ojeda Paullada, Saturnino Agüero, Marco Manuel Suárez y muchos más, integrando la “Plataforma de Profesionistas Mexicanos”, y estando con los plataformos, como coloquialmente los llamaban, llegan los cambios con el gobierno del presidente Adolfo López Mateos y lo invitan a hacerse cargo de la Junta Federal de Mejoras Materiales —dice que le sonó muy bonito el nombre— en el territorio —hoy estado— de Quintana Roo, donde pasó cuatro felices años en ese paraíso terrenal, al que sus amigos calificaban de “desierto”, porque no lo conocían.
Recorrió Chetumal, Cancún, Isla Mujeres y toda la zona peninsular, resultando una delicia. Allí nadó, buceó hasta ochenta metros de profundidad de la mano de Aníbal Iturbide, compadre e instructor, y pescó mariscos, langostas y sobre todo caracol, los cuales cocinaba para él y para sus invitados. Así tuvo la oportunidad de conocer al subsecretario de Patrimonio Nacional, el licenciado Sealtiel Alatriste, a quien atendió junto con su familia, además de cuidar a un hijo del importante personaje que se intoxicó por comer mariscos, y que no pudo volar de regreso con su padre a la ciudad de México: ¡hasta de enfermero la hizo el joven arquitecto! ¿Quién iba a decir que en 1965, ya con el gobierno de Díaz Ordaz, Sealtiel iba a llegar a director general del IMSS y con la ecuación de éste, más el ya compadre Mario Moya Palencia y su suegro el senador Gustavo Rovirosa Wade, don Antonio Calzada retornaría a Querétaro como delegado del IMSS al entonces nuevo edificio ubicado en la antigua carretera Constitución? Se cosecha lo que se siembra.
Cuando la clínica del Seguro Social era insuficiente para la atención quirúrgica utilizaban la Clínica Paulín con cargo al IMSS. Fueron sus aliados el doctor Arturo Guerrero Ortiz y el líder sindical Fernando Urbiola Castro.
Aquí hago la anotación siguiente: Pepe Calzada Rovirosa no se creía nada cuando jugábamos futbol en los campos de tierra del molino “El Fénix” y ¡era nieto de un alcalde por la vía paterna, nieto de un senador por la vía materna, hijo del gobernador del estado y ahijado del secretario de Gobernación, el más poderoso de México y puntero en la carrera de sucesión presidencial a mediados de los setentas! “El universo conspiró desde siempre para que a Pepe le llegaran los éxitos políticos”, reflexiona este armero y placero: ¡muy buena frase! acota mi entrevistado. También anoto que nunca se imaginó don Toño que el chico enfermo al que cuidó, Enrique Sealtiel Alatriste y Lozano iba a ser gloria de las letras mexicanas, y apenas es diez años menor al arquitecto Calzada.
Don Toño recuerda que “amarró” el puesto de delegado del IMSS en Querétaro en el acto de toma de posesión de Carlos Alberto Madrazo como presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, donde acompañó por accidente al licenciado Alatriste. En 1970 llega a la presidencia municipal de Querétaro con la bendición del poderoso Mario Moya Palencia, que era parte del equipo de campaña del candidato Luis Echeverría Álvarez. Juventino Castro no quería que llegara a diputado federal Alfredo V. Bonfil, su doble paisano por queretano y amealcense, “porque le alborotaba al campesinado”, entonces Moya Palencia le hace ver a Juventino que le daba chance de vetar a Bonfil y de recomendar a Chelo Santana, pero hasta ahí llegaba su derecho de veto: era una “sugerencia” de Echeverría que Toño Calzada Urquiza debía ser el candidato a la presidencia municipal de Querétaro, no Chucho Alcocer como el gobernador Castro Sánchez quería. “Antonio es muy conflictivo y problemático”, alcanzó a musitar el gobernante queretano, pero el licenciado Moya tranquilamente levantó su auricular y llamó a don Antonio diciéndole: “Toño, estoy con don Juventino Castro, mañana ve a verlo a palacio de gobierno para que le des las gracias porque te va a invitar a que seas candidato al ayuntamiento de Querétaro”. Al buen entendedor… donde manda capitán…
Al preguntarle este novato cronista sobre por qué no llegó a la presidencia de la República Moya Palencia, don Toño me contesta con voz firme: “Te voy a decir lo que escuché de unos amigos cercanos a ese ambiente años después; Echeverría siempre consideró que Mario llegara, pero la compañera Esther Zuno y sus hijos —sabiendo que no podían influir en una decisión como ésta— empezaron a actuar de una forma inteligente y llenaban de elogios hasta el cansancio a la figura de Mario delante del presidente Echeverría, lo que le impactó a éste de manera negativa, quien empezó a sentir celos de Mario.
Epítetos como qué alto, qué manera de hablar, qué presencia, despertaron los celos presidenciales, y don Luis tomó la decisión a favor de López Portillo, su antiguo compañero de estudios en Derecho y defensor en los trancazos; Mario para abajo. Fue una obsesión de la familia para que Moya no llegara”. Don Antonio con valentía le hizo saber a López Portillo su apoyo a Moya, pero que se sumaba a su candidatura con institucionalidad, cosa que a don José le agradó y llevaron una excelente relación, al grado de designar el presidente a Querétaro, como sede de importantísimos eventos políticos para la República.
Con decisión y hasta con coraje ratifica don Antonio que nunca tuvo ni en palacio de gobierno ni en su rancho ni en la casa de Chano Ugalde propaganda hecha para Moya. “¿Cómo crees que iba a andar preparando propaganda antes de la decisión presidencial, que una vez tomada en menos de 24 horas sale la propaganda por todas partes? ¡Puros inventos!”. Su mejor colaborador en el gobierno fue Fernando Ortiz Arana. “Luego muchos a los que yo invité a colaborar se voltearon o se les olvidó”, me dice circunspecto.
El mejor amigo que le queda de su época de gobernador, me dice, que “sigue siendo Mariano Palacios Alcocer”. El caso de Jorge Torres Vázquez es curioso, lo conoció cuando Jorge estaba como profesionista independiente terminando las obras de las nuevas instalaciones del IMSS en Querétaro, y resulta que siendo candidato a gobernador, en 1973, don Antonio recibe en sus oficinas de campaña, ubicadas en el viejo PRI de Capuchinas, a la señora Consuelo Santana, diputada federal y entrañable amiga de la señora María Esther Zuno de Echeverría, quien le dijo: “Hola qué gusto, ¿no le ha hablado acaso la compañera María Esther?, es que le dije que iba a estar aquí con usted”.
Imaginando el experimentado candidato por dónde venía la interrogante, le pregunta a Jorge Torres Vázquez “Arqui, ¿no quieres ser candidato a la presidencia municipal de Querétaro?”, “¡Encantado!”, atinó a decir el sorprendido Jorge, y el arquitecto Calzada procedió de manera inmediata a comunicárselo a la prensa y ya no hubo vuelta atrás, porque la candidatura la publicitaron los boletines vespertinos esa misma tarde, y lógico que la señora María Esther ya no habló para dicho asunto.
Así me despido del hombre memorioso y lúcido que odia los vicios, el aire acondicionado y el desorden; el que ama la natación y el frontenis; el hombre agradecido con Echeverría por haberlo hecho alcalde y gobernador, y a quien año con año iba a saludarlo a San Jerónimo; el político fino que llama ordinario y hombrecito a Vicente Fox; el que llegó a gobernador a los 43 años de edad y que orgullosamente tiene un hijo que llegó también a ese cargo a los 45 —Pepe y él son el único caso en la historia queretana en que padre e hijo son gobernadores, los casos de abuelo y nieto son tres—; el que siendo gobernador proyectó los primeros andaderos para una ciudad que privilegiara al ser humano y no al automóvil, el que rescató valiosos inmuebles de nuestra historia nacional y local, el que editó valiosas obras de historiografía queretana, el que en las cocheras de Ocampo y Madero me regalaba boletos para ir de gorra a ver a su admirado Manolo Martínez o los Gallos Blancos de Silvano Téllez; digo hasta luego al exgobernador que más apoyó a la Estudiantina de la UAQ y que le regaló su primer viaje a Europa; al gobernante que siendo alcalde rescató la figura del cronista de la ciudad en 1972, y que en 1974 creó la figura de cronista del estado.
Me separo del hombre que tarde a tarde disfruta de la pintura y escultura y lee historia nacional, sobre todo la de los hombres que transformaron a México —en este momento estudia a Plutarco Elías Calles—, quien en 1996 me presentó a Mario Moya Palencia en el “Salón de la Historia” de mi inolvidable Madero 70, marcando para siempre mi forma de escribir. Nos decimos hasta luego esperando la próxima cita, porque de una persona como él, rica en anécdotas de la historia contemporánea de Querétaro y protagonista de la misma, una hora no basta para retratar al hombre y su tiempo.