Doloroso y crudo resulta el Libro Centroamericano de los Muertos de Balam Rodrigo, porque todo lo que se lee en sus páginas toca el filo de lo real, y ante lo que ahora mismo enfrentan en México los migrantes centroamericanos en su tránsito a Estados Unidos, es más hiriente.
“Es un tema muy duro, muy complejo, pero no tanto como la realidad”, dice el mismo Balam, quien ganó el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes 2018 con este libro, segunda obra que el poeta chiapaneco escribió para su trilogía centroamericana, la primera publicación fue Marabunta (2017), y la tercera es una obra de ensayos en espera de su publicación.
Hoy, en Zona de Visión, presentamos sólo uno de los poemas de Libro Centroamericano de los Muertos, el resto de la obra es necesaria leerla y releerla con el poemario entre las manos.
20°30’21.2 “ N 99°52’ 03.6 ” W – (SAN JUAN DEL RÍO, QUERÉTARO)
Era oscura como la tierra, más alta y más bella que todos los árboles
de Honduras. Mi vecina y yo migramos a México entre sombras.
Atravesamos este país ardiente como vacas
que pasan por los cuchillos del horror segando labios,
tajando lenguas, hincando los cereales del dolor
en todo lo que tocan; subimos a las góndolas del tren
mascando los alcoholes del hambre y de la sed,
ocultas por las gasas del miedo que todo lo oscurecen;
luego el deseo de no volver, de no mirar ya nunca, atrás.
Sufrimos los tormentos de los hombres, su crueldad florida,
su repetida guerra que apuñala nuestra luz, la herida.
Así, violadas, aniquilan la flor de nuestra risa.
No queda más que seguir las reglas del tormento,
pagar kilómetros de rieles con jirones de cuerpo.
Y nos acostumbramos a la víbora de los cigarros en la piel,
al puñetazo de los bárbaros en la quijada, al veneno seminal
eyaculado entre las piernas por los débiles del amor,
precoces a la hora de matar, impotentes que lloran por las noches
y no descansan ni sueñan. Esclavas de la usura, abandonamos
desde siempre nuestros cuerpos a la infamia, y apenas niñas,
acostumbramos la carne a la música yugular de la violencia paterna,
a las heridas maternas, a la explotación hermanal, y aquí,
en nuestro éxodo por México, nos secuestra un huracán de suicidas
para apaciguar su sed en nosotras, para mercar con nuestro sexo,
y sin lástima mutilar nuestros pechos mordidos y así los pechos
de sus madres para luego vendernos y olvidarnos en jaulas
de pequeños dioses proxenetas que se beben la sangre de un trago
y sorben la médula, y erigen llamas en su altar de rabia
en el que adoran ídolos de llanto, de muerte, de poder.
Amanecí con la luna reseca, como un ala que agoniza
entre pinzones muertos. Sólo me queda el recuerdo de Atlántida,
mi casa, pedazo de mar en la garganta del Caribe, azúcar de Dios
besándome cabellos en la arena; pero también allá deambulan
los fantasmas violentos de mi padre; él sumido en el alcohol,
vendió a sus hijas a la prole de los desinhibidos. Pájaros ahogados
en el lodo, así mis asesinos con ardor en el orín y con testículos
mordidos por la brama, su sed de destruirlo todo con el filo
de un machete
que siga los miembros de los ángeles, las manos y la yugular
de Dios,
y, ay, la mía, cetrina y olvidada entre la muchedumbre de las plegarias,
rogando en cada estación la misericordia de la migra, de la policía,
del narco y la mara, la compasión de los compañeros de camino
quienes ofrecían mi sangre para ofrendarla a la lujuria de los otros
y salvarse; les rogué que ya no nos violaran, que no sembrarán más
su asco ni la mierda de su ser en nuestros vientres. Estéril esta tierra
que me sepulta, estéril este país y su cruel fardo de hombres que viola,
mancilla y descuartiza a las hijas inocentes de Centroamérica
y las exhibe sin pudor en sus vitrinas aquí en los prostíbulos
de San Juan del Río, Querétaro, para que sus hijos, proxenetas
también,
compren la carne del dolor y nos masacren en los mismos lechos
donde los arrullan los paternales y erectos falos que violan sin
descanso
a sus propias madres.
BALAM RODRIGO (Chiapas, 1974) es ex futbolista, biólogo, diplomado en teología pastoral, y autor de 25 libros de poesía. Ha sido reconocido por el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta (2011); Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz (2012); Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines (2014), Premio Nacional de Poesía José Emilio Pacheco (2016) y Premio Nacional de Poesía Amado Nervo (2017).