Opina la profesora Alejandra Medina que “El escribano público Francisco Ramos de Cárdenas contestó de manera muy escueta cada una de las preguntas del formulario que le encargó la Corona para hacer la Relación geográfica de Querétaro de 1582, ya que no se preocupó de ahondar en detalles que, quizás, a su juicio fueran de poca importancia o los dio por sabidos para la época, y que de haberlo hecho nos permitiría tener una visión más amplia de lo que fuera el proceso de conquista de Querétaro en el siglo XVI.
“En la conquista y pacificación de Querétaro, los españoles se enfrentaron a varios problemas de capital importancia. Por la información recabada sabían de la existencia de grupos nómadas y seminómadas que no practicaban la agricultura, solamente la recolección, la caza y la pesca y por lo mismo carecían de una organización social compleja. Estos grupos eran sumamente belicosos y habían hostigado a los otomíes, michoacanes e incluso los mexicanos en épocas anteriores. Algunos intrépidos y audaces indígenas lograron por medio del comercio establecer relaciones de intercambio como es el caso del indio Conni.”
“El éxito de las campañas militares no hubiera sido posible sin la ayuda voluntaria de aliados indígenas, por ello la labor de convencimiento empleada por los españoles mediante regalos, promesas de títulos y privilegios especiales dio como resultado un gran número de auxiliares indios que engrosarían sus huestes, las que harían el trabajo pesado. El mando de los ejércitos no estuvo siempre en manos de los peninsulares ya que algunas veces recayó en los caciques e indios principales, quienes lograrían la pacificación de los rebeldes chichimecas, algunas veces siguiendo la política de persuasión de los españoles y, en otras, después de sangrientas batallas.”
“Para los naturales, en especial para los otomíes de Xilotepec, la alianza con los españoles era la oportunidad de eliminar a los temidos chichimecas de quienes habían sufrido crueles ataques y torturas, además de alcanzar alguna recompensa y mejorar su forma de vida. La recompensa variaba según el servicio prestado y la condición social del indígena, verbigracia a los caciques de Xilotepec se les dispensó el pago de tributos por dieciséis años y se les dio licencia para montar a caballo, vestir a la usanza española, adquirir tierras fértiles y detentar un cargo público.”
“Hernán Pérez de Bocanegra dirigió la empresa para la pacificación de Querétaro, con el cargo de capitán, quien tenía fama de recio carácter, hábil y astuto en el manejo de las tropas militares y que había llegado a la Nueva España en 1526 con su pariente Luis Ponce de León, juez de Residencia contra Hernán Cortés. Sabemos que pacificó a los otomíes de los contornos de Querétaro entre los años de 1529 y 1530. Fue comisionado hacia 1551 por el virrey Luis de Velasco para dirigir la primera expedición contra los chichimecas que asolaban los caminos de la plata. Desde 1538 había logrado para sí ser encomendero de Acámbaro y Apaseo. Murió hacia 1568.”
Para Alejandra Medina, Hernán Pérez de Bocanegra sí entró en tratos para la fundación de Querétaro con Nicolás de San Luis Montañez, cacique de Tula, y no solamente con Fernando de Tapia. La misma Alejandra Medina corrige a Powell en aquello de que Hernando de Tapia era cacique de Xilotepec pues no existe de ello ninguna referencia en las fuentes documentales ni en los testimonios presentados en la información de sus méritos o bien, en los de la confirmación de su cacicazgo por parte de su hijo Diego de Tapia. “Resulta extraño el hecho de que siendo Xilotepec una de las regiones más ricas en ese entonces Hernando de Tapia no heredara tierras en Xilotepec a su hijo Diego y menos creíble sería que hubiera renunciado a ellas por adquirir Querétaro”.
Es más lógico pensar que el motivo por el cual participó Conni en la empresa de pacificación de Querétaro fue la promesa que le hiciera Hernán Pérez de Bocanegra para mejorar su condición social, promesa que se vio cumplida después de la llamada conquista al otorgarle el título de cacique de Querétaro, con todos sus privilegios, lo que lo colocaría en el transcurso de los años en uno de los hombres más ricos de la región queretana, como lo indica Alejandra Medina.
La ayuda prestada por Hernando de Tapia consistiría en guiar a los españoles por las veredas y caminos por él conocidos, para esquivar los ataques indígenas además de servir de intermediario entre los señores españoles y bárbaros, en calidad de intérprete y portavoz de los deseos y ofrecimientos de los españoles para que se sometieran voluntariamente los chichimecas, deduce la investigadora Medina.
Transcribo las palabras de la historiadora Medina en cuanto a que Nicolás de San Luis sí fue importante para la pacificación de Querétaro: “Es poco lo que se sabe de la figura de él, no es tan conocida como la de Don Fernando, se ignora incluso cómo se llamaba antes de adoptar la fe católica y cuál fue en concreto su participación en los hechos de la conquista. Pero debió de ser muy importante, ya que gracias a su prestigio y poder como cacique de Tula, los naturales lo seguirían y acatarían sus órdenes en todo, lo cual sería de gran utilidad para los fines de Pérez de Bocanegra. El compromiso adquirido con él fue mucho mayor dada su calidad de cacique; la recompensa debía ser más importante.”
Según la información de que disponemos, dice Alejandra Medina, “Don Fernando de Tapia habría de seguir la táctica de persuasión mediante regalos y promesas, con lo que evitaría la muerte innecesaria de españoles y auxiliares indígenas.”
Después de pacificar San Juan del Río, el lugar escogido por Tapia, fue cerca de la ciudad de Querétaro, en lo que hoy es el pueblo de La Cañada, en un lugar donde había “… unas cuevas que están en una cañada por do corre un arroyo de agua, media legua de do está ahora poblada el Pueblo de Querétaro”. El sitio no podía ser más propicio, las cuevas podían servir provisionalmente de morada y escondite con agua suficiente para la siembra de maíz, chile, frijol, base del sistema agrícola tradicional indígena antes de la llegada de los españoles. La tarea le llevaría años, pues no era fácil adaptar a los bárbaros, chichimecas a una vida nueva, sedentaria, con reglas y costumbres desconocidas por ellos, en la que el trabajo de campo era el medio de supervivencia.”
En virtud de los logros obtenidos por don Fernando de Tapia, Hernán Pérez de Bocanegra decide llevar a La Cañada a un grupo de indios tarascos, doscientos a decir de Cárdenas, para el aumento y auxilio de la población naciente. Dejaría también a un criado suyo, Juan Sánchez de Alanís, quien junto con don Fernando, se darían a la tarea de la enseñanza de la religión católica; mientras tanto, Pérez de Bocanegra partiría a Michoacán en busca de religiosos franciscanos que se hicieran cargo de la conquista espiritual de los indígenas.
Al marcharse Hernando Pérez Bocanegra, los indios chichimecas recelosos de la alianza y amistad que los españoles tenían con De Tapia, se rebelarían y le quisieron matar a él y a los doscientos acompañantes que vivían en La Cañada.
“La resistencia puesta por los chichimecas dio origen a una serie de enfrentamientos entre los dos bandos. Auxiliado Don Fernando por las tropas indígenas que capitaneaba Nicolás de San Luis Montañez logran vencer a los rebeldes, durante una batalla decisiva y cruenta en el Cerro del Sangremal,” sostiene Medina. “El recuerdo de esta batalla ha quedado plasmado en una bella leyenda narrada en forma casi poética, según la cual la lucha era simulada, de manera amistosa sin armas.
De manera magistral, doña Alejandra Medina explica cómo se dieron los hechos bélicos fundacionales: “Las armas castellanas, habían triunfado con la presencia de “una Cruz refulgente y del Apóstol Santiago”. Pero habría que explicar aquí varias cosas. Las leyendas encierran en la mayoría de los casos un hecho verdadero pero desvirtuado, con una serie de elementos que lo embellecen, y que no forzosamente pudieron ocurrir así. Es decir, que podemos poner en tela de juicio la manera como se desarrolló el hecho, pero de ninguna manera negar su existencia. La presencia de la Cruz y Santiago, se explica a través del espíritu religioso de la época y que, como en otros casos, se trata de la búsqueda del hombre de un “Ser Superior”, en los momentos trascendentales de su vida. Y en este caso revela también la ideología del español como “pueblo escogido” por Dios para cristianizar estas tierras, Dios está y protege a sus elegidos como a sus aliados.”
Remata su reflexión Medina cuando escribe que: “La batalla se dio, sí, pero de manera cruenta, con fuertes bajas por ambos lados, no pudo ser de otra manera. Era imposible que hubieran pactado una lucha amistosa con los chichimecas, que seguirían asolando la zona hasta casi finales del siglo”.