El 5 de septiembre de 1959, con una función en el atrio de Santa Rosa de Viterbo, nació el grupo Cómicos de la Legua; su fundador era en aquel año, el “escandalosamente joven” Hugo Gutiérrez Vega, quien en un principio tenía la idea de formar un grupo de oratoria y terminó creando a la primera compañía de teatro de la ciudad, que ahora es el grupo universitario de teatro más antiguo de Latinoamérica.
Próximos a celebrar el 60 aniversario de Cómicos, en «Zona de Visión» presentamos poemas de Don Hugo, un hombre de palabra y voz exacta, aunque de niño, versa en unos de sus propios poemas, era muy calladito.
Gutiérrez Vega fue periodista, diplomático, catedrático y rector de la Universidad Autónoma de Querétaro, pero ante todo era poeta y su obra trasciende más allá de los tantos libros publicados y traducidos, crear a los Cómicos y defender a la universidad, son hechos poéticos inolvidables.
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
AUNQUE NO LO PAREZCA DE VERDAD
NO QUIERO NADA
I
HOY, CON la entrada de la primavera
hemos dicho que el poeta es más fuerte que el mundo.
Cernuda debe haber reído silenciosamente
desde lo alto de su montaña morada.
Están abiertas todas las ventanas.
Todas las calles van hacia el sol.
Nadie se atreverá a contradecirnos.
Borges recorrerá esas calles
hasta el último día del mundo.
Conspiran a nuestro favor
una clara madrugada
y un bosque de altas ramas
con los brotes apenas nacidos.
Ayer la tierra desnuda
tenía un dedo puesto en los labios.
Hoy que abre los brazos
es posible tocarla,
decir que la soledad es buena,
que los potas son más fuertes que el mundo,
que los anillos de hierro,
los billetes del banco,
los discursos,
las rejas.
POR FAVOR, SU CURRÍCULUM
LA RIQUEZA ME agobia esta mañana
y para conjurarla
hago el recuento
de las cosas que tengo
y de lo mucho
que he perdido en el tiempo:
tengo la vista, el tacto y el oído,
el olfato y el gusto, una mujer
–ella también me tiene–
que lleva sin alardes
los ritmos de la vida;
unos seres que crecen a mi lado;
un techo, pan, un poco de dinero,
libros, el teatro, el cine;
seres vivos que amo
y que me aman;
mis muertos, la memoria
y el presente
(nada sé del futuro
pero no me interesa);
voy haciendo los días
y ellos me van haciendo
y deshaciendo;
finjo resignación
y me contento
con las luces del alba
(me gusta más la noche);
trabajo y cumplo,
a veces a mi modo
y cuando no es posible,
me conformo;
intenté el heroísmo
y la aventura
se me volvió sainete;
he aprendido
tres o cuatro cosas
y he olvidado trescientas;
me detengo en la calle
y veo personas,
salgo al campo
y me encuentro con la vida;
me gustan las ciudades
y las odio,
me gusta el campo,
pero no lo entiendo;
no le tengo pavor a lo imprevisto,
pero me gustaría que no pasara;
mi sentido común es estrambótico;
sin proyectos me enfrento
a la mañana;
me enferman los enfermos
de importancia,
me asustan los que esgrimen
sus certezas;
me gustan los que dudan,
los pasos vacilantes me enternecen
y me dan miedo
los que pisan firme
(el If de Kipling
me provoca vómitos);
no pertenezco a nada
y, sin embargo, me hermano
sin poner muchos reparos;
cultivo mis lealtades
e intento preservar estos amores;
mi vida es un recuento
de expulsiones
(esto lo digo
mientras me acompañan
maracas y requintos,
dos serruchos,
un peine con papel
y voz gangosa);
ya no tomo café,
fumo tabaco,
hablo menos que antes,
me desvelo
y escribo confesiones;
la primera persona me preocupa,
pero sé que no es mía:
todos somos lo mismo,
todo es uno,
uno es todo,
cada hombre es, al fin,
todo este mundo
y el mundo
es un lugar
desconocido…
NOTA ROJA
Salir una mañana de la casa
sin tomar el café, sin decir nada,
sin besar a la esposa ni a los hijos.
Salir e irse perdiendo por las calles,
tomar aquel tranvía,
recorrer el jardín sin ver que el sol
va colgando sus soles diminutos
de la rama del árbol.
Recorrer el jardín
sin ver que un niño nos está contemplando,
sin ver las cabelleras rubias, morenas, pálidas…
Pasar cargando una sonrisa muerta
con la boca cerrada hasta hacer daño.
Entrar en los hoteles,
hallar uno silencioso y lejano,
tenderse en las sábanas lavadas
y sin decir palabra, sin abrir la ventana
para que el sol no meta su esperanza
apretar el gatillo.
He dicho nada.
Ni el sol,
ni la flor que nos dieron las muchachas.
VIEJO PREGUNTÓN
He llegado a la edad de las preguntas
– de niño era muy calladito–
y ahora nadie puede contestarme.