“Observación incidental” es como se conoce en el mundo de la observación de aves, al hecho de avistar especies y registrarlas, cuando el evento sucede fuera de una sesión de observación, o “pajareada”. Un ejemplo sencillo de esto son las aves que se encuentran a lo largo del camino, en un viaje por carretera.
En este relato, se puede decir que todas las aves que encontré fueron observaciones incidentales, puesto que el propósito principal del viaje que hice a San Luis Potosí y que me llevó por su maravilloso semidesierto, fue el de buscar y retratar mamíferos carnívoros. Por supuesto que no hubiera podido fotografiar uno solo por mi cuenta: Se requerían habilidades y conocimientos que yo no tenía y por eso me inscribí en un curso de fotocacería, impartido por uno de los más experimentados fotógrafos de esta especialidad.
Desde hacía algún tiempo, me habían llamado la atención las fotografías publicadas por Sam Carrera en páginas especializadas de las redes sociales, en las que podían verse imágenes extraordinarias de coyotes, zorras grises, linces y pumas. Más recientemente también un registro gráfico del águila real, con el seguimiento de la anidación y la cría de los aguiluchos. La labor de difusión y de apoyo a la investigación que hace Sam es muy extensa y para un mayor conocimiento de ella, te invito a visitar la página de Facebook de su fundación B WILD:
https://www.facebook.com/bwildmexico/
El curso, que tenía elementos teóricos y prácticos, se programó para un fin de semana, comenzando el viernes por la tarde con una sesión teórica, dejando las salidas de campo para el sábado y el domingo.
A lo largo de este relato mencionaré “cacería” y “disparar” de manera frecuente, pero en todos los casos, me refiero a “fotocacería” y los disparos, invariablemente serán fotografías. Indudablemente que las técnicas para localizar y atraer a los animales para poder fotografiarlos, son heredadas de la cacería con armas, pero aplicadas a la fotografía. De igual manera, se aplica la inmovilidad, el silencio, el camuflaje y la ubicación contra el viento para esconder lo más posible nuestra presencia humana.Finalmente, hay que mencionar que para atraer al depredador no se utiliza carnada viva ni cebo y no se causa ningún daño físico a los animales.
La fotografía de mamíferos terrestres presenta retos muy diferentes a la de aves. Si bien se requiere discreción y saber acercarse a las aves, éstas son mucho más visibles y menos tímidas, tal vez por su recurso de alejarse volando. De hecho, es notorio cuando una población de aves ha estado expuesta a la cacería con arma de fuego, porque su distancia de confort se hace mucho más grande, que para aves que no han sido hostigadas de esta manera.
El proceso normal de una pajareada, es recorrer caminando un área relativamente amplia e ir ubicando por vista u oído las diversas especies de aves que se encuentran en el área, tratando de lograr su identificación y para quiénes somos fotógrafos además de observadores, la intención es hacer las mejores tomas posibles de las especies observadas. En ocasiones especiales, cuando se busca una especie específica y se conoce alguna percha, o lugar dónde se alimenta esa ave en particular, se puede recurrir al acecho, utilizar un escondite y en general, usar técnicas de fotocacería, como las que pusimos en práctica en nuestro curso.
En cuanto a los animales que podríamos fotografiar, el águila real, el puma y el lince realmente no había mucha oportunidad de encontrarlas, los felinos son mucho más elusivos que los caninos y las águilas o estaban demasiado lejos, o se encontraban en lugares de muy difícil acceso y en su caso, los avistamientos hubieran sido muy distantes, sin posibilidad de obtener fotos aceptables.Así que nuestras expectativas realistas eran poder ver y fotografiar al coyote y a la zorra gris.
El sábado acordamos estar en el punto de reunión a las 6 AM, para partir hacia el desierto en dos camionetas. El trayecto al Altiplano Potosino, que era la zona en la que buscaríamos las “presas”, implicaba salir de la zona urbana de San Luis Potosí y recorrer un tramo en autopista y carretera pavimentada, pero la parte final incluía terracería y unas brechas, que requieren de una camioneta alta, con una suspensión fuerte.
Como “decano” de la expedición, puesto que doblaba la edad de la mayoría de los asistentes al curso, me correspondió ir en la cabina de la camioneta pickup lo cuál era más cómodo, pero desde el punto de vista de la fotografía, ir en la caja representaba una mayor visibilidad y libertad de acción… Y la acción no tardó en llegar: Antes de llegar a un punto de cacería, pude ver en un árbol un pájaro negro con copete y en medio segundo la información se procesó en mi cerebro: “No es un zanate, no es un cuervo, tiene un copete y en esta región, debe ser un Capulinero negro!”. El pensamiento de que era un nuevo avistamiento (LIFER) hizo que mi corazón diera un brinquito. Varios lo vimos y pedimos que la camionetas se detuvieran. Yo estaba limitado por la visión que podía tener por las ventanillas y entre los ocupantes de la cabina, sin embargo tuve una rendija que afortunadamente me permitió hacer unas cuantas tomas prácticamente limpias de la hermosa ave, que después de unos 20 segundos, se alejó volando.
Un poco más adelante, llegamos a uno de los sitios dónde esperaríamos a los coyotes o zorras. El procedimiento era el mismo siempre: Sam localizaría un claro en la vegetación para atraer a los animales. A nosotros nos desplegaría al borde del claro, para que tuviéramos vegetación de fondo disimulando nuestro contorno y nos ubicaríamos sentados o hincados con nuestras cámaras montadas en tripié, camuflados lo mejor posible, inmóviles y en silencio. A continuación, quedaba esperar que alguno de los “invitados” hiciera su aparición… Y esperamos, pero ninguno acudió dentro del tiempo razonable que Sam conoce y determinó que había que seguir adelante. Levantamos nuestra pequeña instalación y regresamos a las camionetas, a buscar otro sitio propicio.
Avanzamos cerca de un kilómetro y repetimos el procedimiento un par de veces, con iguales resultados, hasta que en uno de los sitios, pudimos ver cómo entraba al claro un coyote. A pesar de que la emoción era enorme, todos pudimos mantener la calma. Tenía muchas ganas que tenía de empezar a dispararle, pero me contuve puesto que Sam nos había comentado que en cuanto suena el primer obturador, el animal entra en alerta y a partir de ahí, puede seguir en su trayectoria, o bien puede empezar a huir, dejando tal vez sólo unos tres segundos más para disparar. Así que todos dejamos que el coyote se acercara más a nuestra posición.
Entonces sonó el primer obturador y en ráfaga muchos más, puesto que había 10 cámaras disparando al mismo tiempo. El coyote se puso en alerta. En la secuencia de fotos siguiente se ve cómo está tranquilo en la primera imagen, se alerta con los disparos en la segunda y emprende la huida a la seguridad del matorral en la tercera.
Todo sucedió en unos segundos y la descarga de adrenalina fue intensa. Agitados y exultantes, esta vez recogimos nuestro equipo muy animados y sonrientes, con la satisfacción de haber tenido el primer logro importante del viaje. Había visto fugazmente y a lo lejos coyotes en vida libre antes, pero la emoción de poder verlo cerca, al grado de distinguir sus rasgos y hasta imaginar lo que pasaba por su mente, es algo que sentí muy intensamente. Esto no solamente sucedió en el primer contacto, sino que lo viví plenamente todas las veces que tuvimos oportunidad de verlos.
Otro buen avistamiento pajarero fue la Calandria de Wagler, que fue totalmente incidental, puesto que se percho un momento en un garambullo, cerca de un risco donde Sam decidió tratar de atraer a una zorra gris, que él había detectado ahí previamente. La calandria la vi gracias al “sentido pajarero” que con los años uno va desarrollando, ya que su movimiento me llamó la atención y pude localizarla y fotografiarla en los diez segundos que le tomó llegar, percharse en la cactácea, mirar a ambos lados y volver a despegar. La mayoría de mis compañeros ni siquiera la vio.
La intención de Sam era muy buena y la apuesta era alta, pues la intención era que la zorra apareciera en la punta del risco, donde las tomas hubieran sido muy interesantes. Sin embargo, la apuesta no prosperó y la zorra solamente nos ladró un rato, sin siquiera asomar la nariz. De cualquier forma, fue interesante y hasta emocionante escuchar cómo ladraba.
Aunque no le poníamos mucha atención, la hermosa y áspera vegetación del desierto siempre estuvo a nuestro alrededor. A veces me sentía hasta culpable por estar concentrado en la fauna y no poner más atención a las bellas flores, las yucas, los garambullos, huizaches, agaves, biznagas y demás variedad de plantas desérticas. Por supuesto que ellas se cobraron su pequeña venganza ante mi indiferencia y no faltaron algunos arañazos y piquetes, producto de mi falta de costumbre y pericia para moverme entre esa vegetación espinosa.
Un poco más adelante, las camionetas se detuvieron súbitamente, otra vez. ¡La codorniz escamosa estaba a la vista! Varios de mis compañeros de curso comenzaron a disparar y la verdad, yo aún no la había visto. Buscaba en el suelo, que es donde están normalmente y también buscaba a lo lejos, pero la realidad es que la teníamos cerca y a la vista. Cuando finalmente la vi, estaba acabando de cantar. Las codornices por lo regular son difíciles de ver, están agazapadas en las hierbas altas, saliendo al claro con poca frecuencia, pero en época reproductiva, se ponen a descubierto y cantan, como fue el caso del “Romeo” que pudimos fotografiar.
Este macho estaba perchado sobre un garambullo, sin ningún obstáculo enfrente y ahí se quedó, mordisqueando plácidamente los frutos de la cactácea, que incluso llegan a aparecer en su pico en algunas de las fotos.
Era para mí un LIFER maravilloso y el poder verlo y fotografiarlo, fue una gran satisfacción. Considerando que el propósito del viaje no era pajarear, había sido ya una jornada extraordinaria. En el momento del avistamiento me di cuenta de las llamativas plumas como escamas, que dan su nombre a esta codorniz, pero no fue sino hasta el momento de estar procesando mis fotos, que pude apreciar con detalle la belleza del plumaje que tiene este animal.
El resto de la mañana seguimos intentando fotografiar a los carnívoros, pero el hecho de no tener éxito en la mayoría de los intentos, no puede considerarse un fracaso, de hecho es bastante frecuente. Algunas veces, no se presentó una zorra o un coyote, pero nos visitó un Caracara o algún cuervo, que siempre se presentan dónde puede haber alguna oportunidad de comer para ellos.
En otro de los intentos, llegó al claro una Calandria tunera (Muy a tono en San Luis Potosí, famoso por sus tunas). El ave se colocó muy a la vista, en un arbol frente a mí. No había señales de coyotes o zorras y caí en la tentación de hacer unas rápidas tomas, con un poco de aprehensión de que pudiera estropear el acecho con el ruido de los disparos, pero casi inmediatamente después entró al claro un rebaño de vacas, que definitivamente dio al traste con ese intento y pensé para mí “Bueno, no fui yo quien arruinó el acecho”.
Poco a poco el calor del desierto y la acción repetida de bajar de las camionetas, desplegarnos, esperar para luego hacer el procedimiento inverso, nos fue haciendo más patente nuestra necesidad de descansar un rato, comer y beber.
Sam había dispuesto hacer una escala en la hermosa hacienda histórica “La Tinaja”, ubicada en el pueblo del mismo nombre que es el más cercano a la zona que estábamos recorriendo. Ahí comimos, bebimos y platicamos de las experiencias de la mañana, conviviendo muy a gusto, en la fresca sombra del patio de la hacienda.
La comida estuvo rica, pero lo que más disfruté fue la cerveza helada, que me refrescó y me rehidrató… “Gatorade de malta”, la llamo yo. Hice un recuento de las experiencias e imágenes hasta ese momento y me sentí contento y satisfecho, con grandes expectativas de lo que todavía nos aguardaba.
Yo no desconecté al 100% mi nivel de alerta y aún dentro de la hacienda pude ver algunas aves, principalmente las golondrinas, que estaban anidando entre las vigas del alto techo y que me permitieron tomar algunas imágenes.
En unos árboles al fondo del patio, escuché el sonido de un ave, cuyo nombre indica que tiene un llamado característico: Se trataba de la matraca del desierto, la misma que reseñé en la primera entrega de esta columna y que si gustas, puedes leer aquí:
La hacienda contaba con una buena cantidad de mullidas camas y sillones, en habitaciones frescas de altos techos y uno a uno, los visitantes fuimos sucumbiendo, algunos para una breve siestecita, mientras que otros tenían pinta de poder dormir por varias horas.
Considerando que el calor estaba todavía demasiado intenso para poder encontrar animales a esas horas, Sam aprovechó un buen rato para continuar con parte teórica del curso, poniendo foco principalmente en temas de edición de fotografía. Aunque ya tengo algo de experiencia en ese campo, la sesión resultó valiosa para mí, reforzando algunos conceptos y recibiendo algunos tips nuevos, que me han permitido mejorar mi técnica desde entonces.
Después de la sesión teórica, salimos a campo nuevamente, pero ahora nos dirigíamos a La Joya, que es un volcán extinto que al parecer hizo implosión y formó un vasto cráter. La idea era ver ahí al halcón peregrino junto con los vencejos, que salen al atardecer. La vista desde el borde del cráter era espectacular. Los vencejos estaban demasiado lejanos para una buena foto, pero por lo menos tomé unas de registro y al ampliarlas pude ver que se trataba del Vencejo Pecho Blanco.
También hizo su aparición el Aguililla Cola Roja, que es una rapaz que afortunadamente es abundante y está ampliamente distribuida en México.
Y por supuesto que en un recorrido en el desierto, no podían faltar los zopilotes, con su vuelo majestuoso, planeando con perfección sobre las corrientes ascendentes de aire, de manera que sólo requieren dar un aletazo de vez en cuando, para ajustar rumbo. En este caso, se trataba de Zopilote Aura, o Cabeza Roja.
En las inmediaciones pudimos escuchar primero y ver después al Cenzontle Norteño, ave que aparte de su canto propio, tiene la capacidad de imitar otras aves, e incluso sonidos muy diferentes, como alarmas de auto, puertas que se cierran y otros ruidos, por lo que se le conoce como “el ave de las 400 voces”.
Avanzó la tarde y el ocaso marcó la salida de escena de los animales y marcó el protagonismo del paisaje, que embellecido por la luz cálida del atardecer, nos brindo unas vistas espectaculares.
Para mí fue un regalo a los sentidos y me invadió una paz interior que fue muy placentera. La magia del momento perduró hasta que los tonos de naranja y rosa dieron paso a un hermoso cielo estrellado, que marcó el momento de regresar a la ciudad, para cenar, preparar el equipo para el día siguiente y dormir bien, después de un día de muchas emociones y caminatas bajo el sol.
El segundo día se incorporó con nosotros Aurelio González, muy amigo de Sam, que es gran fotógrafo y que ha entablado con él una relación de mutuo enriquecimiento, ya que Aurelio ha aportado su vasta experiencia en el rastreo y acecho, puesto que durante mucho tiempo fue cazador (Ahora, ha dejado “el lado oscuro de La Fuerza” y sólo le dispara a las presas con la cámara), mientras que Sam ha contribuido con su enorme experiencia como fotógrafo, por lo que ahora ambos son “fotocazadores” extraordinarios, que frecuentemente hacen expediciones juntos.
La salida del segundo día también se programó para las 6 AM y de hecho, fuimos más puntuales y eficientes, pudiendo llegar más temprano a los sitios de acecho. La misión era la misma: buscar e intentar fotografiar a los mamíferos carnívoros. La zorra se había convertido en la prioridad, puesto que todavía no habíamos logrado verla.
Tuvimos la suerte de avisar y fotografiar una “coyotita” y me refiero a ella afectuosamente, porque pude ver en ella una vivacidad e inocencia que no había visto en los otros individuos y que ganó el corazón. Creo que este carácter de la hembrita se pone de manifiesto en una de las imágenes que logré de ella, donde avanza dando saltitos despreocupadamente.
Y después de que había avanzado la mañana, con algunos intentos más, FINALMENTE apareció la Zorra Gris. Yo no quería ni respirar, para que se siguiera acercando y pudiéramos conseguir buenas imágenes de ella. La incursión que hizo en el claro en el que estábamos instalados nos permitió verla muy claramente y a una distancia bastante cercana. Logré algunas buenas imágenes, pero me di cuenta de que su pelaje se confunde con la vegetación (De hecho, de eso se trata) y no fue sencillo obtener imágenes nítidas. Ya en la edición de regreso a casa, el porcentaje de fotos buenas de la zorra fue bastante menor que lo que yo había sentido al momento de hacer la toma. A pesar de ello, finalmente conseguí algunas imágenes que me dejaron muy satisfecho.
Encontrar la zorra, fue una especie de FIN DE JUEGO/GAME OVER! Y me recordó las cacerías de zorras (en ese caso Zorra Roja) que hacían los nobles ingleses, primero con flechas, en la Edad media y después con escopetas en la Era Victoriana. El punto culminante de esas cacerías, era obtener la zorra, como trofeo. Para nosotros, una buena imagen era más que suficiente.
Muy contentos con este segundo “trofeo fotográfico”, la expedición llegaba al final. Recibimos las atenciones y la hospitalidad de nuestros anfitriones, en una propiedad que Aurelio tiene en en el pueblo de La Concordia, cerca de sus lugares de expedición, a la que llama “El jacal”, que en realidad dista mucho de serlo, porque aunque es una construcción rústica, tiene un estilo interesante y es muy agradable. Comimos unas ricas gorditas al estilo potosino, acompañadas de la muy necesaria cerveza y después de comer y descansar un poco, nos dirigimos de regreso a San Luis Potosí, Capital. A mí todavía me quedaba el trayecto de regreso a la Ciudad de México, a la cuál llegué cansado pero contento, después de un poco más de 4:30 horas de manejo.
Antes de concluir, quisiera mencionar y agradecer la compañía, buena convivencia y colaboración de mis compañeros de curso, que formamos un excelente grupo y gracias a ello pudimos aprovechar a cabalidad la valiosa experiencia. Ellos son: Jorge, Raúl, Jesús, Antonio, Amparo, Luis Daniel, Juan Manuel, Gabriel y Cynthia.
Por supuesto que quedamos invitados a regresar a este extraordinario lugar, a buscar nuevamente las bellezas de la fauna silvestre y a disfrutar del imponente paisaje que se extiende hacia donde uno mire. Nunca una salida es igual a otra y seguramente quedan muchas maravillas por encontrar en el semidesierto potosino, envueltas en plumajes, pelajes o espinas.