A principios de 2018, mi hijo organizó una expedición a la Península de Yucatán, visitando lugares como Celestún, Las Coloradas, Petcacab, Xocén, Ek Balam, entre otros puntos de Yucatán y el norte de Quintana Roo.
Enero es una excelente época para visitar esta región, puesto que no hace tanto calor y existe una mayor abundancia de especies que observar, ya que además de las aves residentes de la zona, están presentes las aves migratorias de invierno.
En petit comité decidimos salir antes que el grupo completo, que se reuniría en Cancún y escaparnos a Cozumel para pajarear un par de días en la hermosa isla.
Privilegiando el ahorro de tiempo y dinero sobre la comodidad, conseguimos un vuelo a Cancún que llegaba a las 9 p.m, tomando el autobús en el mismo aeropuerto, para llegar dos horas después a Playa del Carmen. Ahí dormiríamos en un hostal muy barato, para tomar el ferry la mañana siguiente hacia Cozumel. Nuestro paso por Playa del Carmen fue fugaz, tanto de ida como de regreso. Llegamos a dormir al hostal, que tenía un cuarto común para hombres y otro para mujeres, con literas. Los baños eran compartidos también… Desde mi mochilazo en Europa en 1981, no me había quedado en un lugar así. Como puedes imaginar, yo era 30 años mayor, que cualquier otro huésped del hostal.
Muy aporreados y todavía somnolientos, salimos antes de que ningún otro huésped despertara.
En el muelle, habiendo asegurado nuestro lugar en el ferry y después de tomar un café caliente mirando al hermoso Caribe, cualquier malestar se diluyó. Durante nuestros minutos de espera antes de abordar, nos asomamos desde el muelle. Ahí mismo me recibió el primer LIFER del viaje, lo cual acabó de ponerme de buenas y fue un magnífico presagio para los días por venir.
Se trataba del Vuelvepiedras rojizo (Arenaria interpres), ave migratoria de litoral, que vive en las playas rocosas y se distribuye en la mayoría de las costas de nuestro país, con excepción del norte del Golfo de México. Da vuelta las piedras, tablas, y otros obstáculos que encuentra, mientras busca los invertebrados de los que se alimenta, acción que le valió su nombre común de “vuelve piedras” (También en inglés se llama “turnstone”).
Una triste realidad es que los desperdicios humanos constituyen alimento fácil para muchas aves y el muelle rebosaba de actividad con los vuelvepiedras y otras especies de aves acuáticas, como gaviotas, chorlos y pelícanos, que fueron un gran espectáculo mientras esperábamos abordar el ferry.
El viaje de Playa del Carmen a Cozumel es un placentero trayecto de unos 45 minutos, aproximadamente. Al llegar a la isla, nos instalamos en un hostal, que también fue seleccionado por estar cerca del muelle y tener bajo costo. Lo más importante era tener una base, para poder dejar las maletas y quedar libres para pajarear.
De los dos días programados en Cozumel necesitaríamos transporte el primer día, que iríamos por nuestra cuenta ya que el segundo día, amablemente nos llevarían unos pajareros locales de la Isla. En vista de ello, rentamos un coche, pero llevamos el ahorro al extremo… y obtuvimos algo acorde a lo que pagamos: Se trataba de un Volkswagen sedan, cariñosamente llamado “Vocho”, color naranja, sin portezuelas y con toldo de lona, es decir, muy “playero”. Un auto sin edad aparente, puesto que el Vocho permaneció varias décadas sin cambios notables en su aspecto. Pero lo de menos hubiera sido su apariencia, ya que mecánicamente estaba fatal: andaba muy fuera de tiempo y con mucho juego en la palanca de velocidades, por lo cuál había que traerlo muy revolucionado, con el clutch al fondo y atento a que no se fuera a parar el motor en cada bocacalle. También era difícil hacer los cambios sin que tronaran las velocidades, por lo gastada que estaba la transmisión. Para colmo, tuve que de manejarlo sólo yo, ya que salió a mi nombre y no pagamos por conductor adicional. Desde luego que no dejé que esto me molestara demasiado, porque no hicimos muchos trayectos y en la isla, pero podría decir que manejar esa carcacha fueron los únicos momentos de incomodidad en el paradisíaco Cozumel.
Uno de los atractivos de pajarear en Cozumel es que al ser una isla, varias especies han evolucionado de manera independiente de sus equivalentes continentales, constituyendo especies diferentes y por lo tanto la proporción de “LIFERS” que se pueden encontrar en la primera visita es muy alta.
Guiados por el GPS y a trompicones en nuestro precario vehículo, llegamos a nuestro primer sitio de pajareo, el Planetario Cha´an Ka´an, que además de su valor como institución, posee una importante área verde a su alrededor, en la cuál se puede encontrar una buena cantidad de especies interesantes.
Ya desde la cerca del estacionamiento nos esperaba una especie muy buena: la Tángara cabeza rayada (Spindalis zena), que no pude fotografiar, puesto que apenas estábamos llegando y ni siquiera había armado la cámara con el lente, así que perdí esa primera oportunidad. Dejar escapar la foto de un LIFER, es siempre una pequeña gran frustración, de la que hay que recuperarse pronto. Frecuentemente, tiene uno más oportunidades para lograr la foto, pero en este caso, todavía estoy en deuda con esta especie.
Sin embargo, había todavía muchas maravillas por admirar y pronto me encontré con una especie muy especial, que es la Paloma corona blanca (Patagioenas leucocephala).
Aunque hay registrados avistamientos en otras localidades de la costa norte de Quintana Roo, Cozumel es el lugar más viable para ver esta magnífica paloma, de gran tamaño y hermoso plumaje. Está amenazada y se encuentra registrada en la NOM 059. Históricamente se distribuía en varias de las Islas del Caribe y en la Florida, pero actualmente son escasos los lugares donde puede verse. Encontrar especies como ésta siempre me causan sentimientos encontrados, porque es una alegría poder disfrutar de una especie difícil de ver, pero por otro lado da tristeza saber que está en riesgo y entonces uno desearía que no fuera tan valiosa y rara.
Después encontramos al Carpintero yucateco (Melanerpes pygmaeus), que tiene un “parecido de primos” con otras especies del género Melanerpes, como el Carpintero cheje (Melanerpes aurifrons) o el Carpintero Enmascarado (Melanerpes Chrysogenys). Su distribución se centra en la Península de Yucatán, pero no es endémico de México, puesto que se distribuye también en algunas islas del Caribe.
El “pygmaeus” en el nombre científico me hizo pensar que es relativamente pequeño respecto a los “primos” que antes mencioné. Quise buscar más información al respecto de la especie, pero aún en nuestra época, en la que hay tanto conocimiento, no encontré mucho en línea y tuve que recurrir a la Guía Howell & Webb para México y el Norte de Centroamérica, donde efectivamente, corroboré que mide 16.5 cm, contra los 21.5 cm del cheje, así que es “chaparrito”, como buen yucateco.
Un LIFER muy atesorado por mí fue el Vireo de Isla Cozumel (Vireo Bairdi). Aparte de la obvia razón de ser una especie endémica de la Isla y por lo tanto de México, tuvo dos características que me permitieron disfrutarlo más: en primer lugar, fue un avistamiento muy claro, con posibilidad de lograr una buena foto y además, se trata de una especie inconfundible, sobre todo por sus colores. Hay varias especies de vireos, con coloración en amarillo y gris, con sutiles diferencias en el plumaje y en el “antifaz” que adorna sus ojos. Por su parte, el Vireo de Isla Cozumel tiene un color café-rojizo que resulta único, contando además con la ubicación tan acotada en la Isla.
A pesar de estar ampliamente distribuida en Cozumel, se encuentra sujeta a protección especial y está clasificada en la NOM 059. Las principales amenazas para especies como ésta, son la reducción de su hábitat, ya que actualmente el desarrollo turístico genera mucha presión sobre las áreas rurales y zonas de conservación. El riesgo se incrementa por las especies exóticas introducidas, tanto de depredadores como de aves, que constituyen una amenaza para ellos.
Añadí a mi lista de LIFERS el Chipe playero (Setophaga palmarum), ave que anida en bosques de coníferas y mixtos en el Noroeste de Canadá y en la región de los Grandes Lagos, siendo migratoria de invierno para México, donde se distribuye en el norte y la costa caribeña de la Península de Yucatán. En este hogar invernal, habita en áreas abiertas o semi abiertas cercanas a la costa, con abundancia de arbustos y escasos árboles, de ahí el calificativo de “Chipe playero”. Tuve la oportunidad de verlo nuevamente, días después en la espectacular Reserva Toh, cerca de Puerto Morelos, Quintana Roo.
Y aunque el conteo global de especies no era especialmente alto, las características regionales de distancia y aislamiento nos hacían seguir encontrando LIFERS, como la Esmeralda de Isla Cozumel (Chlorostilbon forficatus), que es un colibrí de aproximadamente 8 a 9.5 cm. El pico es recto y casi tan largo como la cabeza. Los machos adultos tienen el plumaje de color verde esmeralda, con la parte superior e inferiores de verde brillante, la cola está bifurcada, de ahí el término “forficatus” de su nombre científico. Las hembras adultas tienen las partes superiores verdes y las inferiores de color gris claro, con las coberteras auriculares negruzcas, como puede verse en la fotografía de la damita que pude capturar.
Todavía dentro del predio del Planetario, pudimos observar más especies relevantes, como el maullador negro, el vireo yucateco, la reinita mielera, que en la Isla se trata de una subespecie en particular, la de Cabot, así como varios chipes más entre los que quiero destacar el pavito migratorio (Setophaga ruticilla) que ya había visto antes, pero que me permitió fotografiarlo a placer.
Después del Planetario, nos dirigimos hacia la playa. Además de desear ver aves, ya teníamos muchas ganas de acercarnos a ese mar de ensueño que es el Caribe. Así que fuimos alternando la búsqueda de aves con el deleite del paisaje, recorriendo varias playas, disfrutando el cielo azul, el aire limpio y el rumor de las olas del mar.
La actividad de toda la mañana y este ambiente tan espectacular nos abrió el apetito y la sed. Nos vendrían bien Un poco de descanso a la sombra, revisando la lista de los avistamientos y las fotos de la mañana mientras comíamos.
Sabiendo que Cozumel es un centro turístico donde llegan extranjeros con divisas, había que tener cautela al seleccionar dónde comer. Con ojo escrutador recorrimos algunos locales y entramos a uno que nos pareció que era relativamente sencillo, pero al ver la carta, ningún plato bajaba de 300 pesos, así que sin mucho disimulo, salimos casi corriendo de ahí. Si uno piensa como un danés de vacaciones, un platillo de mariscos en menos de 15 euros en un lugar turístico, tal vez sea barato, pero nosotros íbamos en “plan estudiante” y teníamos que manejar un presupuesto más bajo. Finalmente, Miguel Ángel llamó a un amigo oriundo del lugar que nos recomendó un restaurante donde comen los locales, el cual resultó bueno, bonito y barato.
Seguimos paseando por la Isla y ya cayendo la tarde, entregamos la carcacha, para mi alivio. Al día siguiente, nos harían favor de llevarnos a pajarear y ya no necesitaríamos el coche.
La madrugada siguiente, cargando con todo nuestro equipaje, caminamos los 300 metros que separaban el hostal del muelle del ferry, que fue el punto de reunión convenido con nuestros anfitriones.
Ellos llegaron puntualmente, con una camioneta amplia, en la que cabíamos todos, junto con nuestras pertenencias. El grupo anfitrión eran chicos y chicas de la Fundación de Parques y Museos de Cozumel (FPMC, por sus siglas), con los que Miguel Ángel había coincidido previamente en un encuentro del Programa de Aves Urbanas, del cual fue sede Cozumel.
El Programa de Aves Urbanas (PAU, por sus siglas), es un esfuerzo de la Conabio y otras instancias de gobierno, por promover la conciencia ecológica y de conservación, por medio de la observación de aves. Es una red que tiene presencia en diversos puntos del país y tienen encuentros periódicos en diversas sedes, para evaluar los resultados, compartir experiencias y establecer objetivos para el futuro.
El contacto más cercano de la FMPC era Noel Anselmo Rivas, que había tenido más trato con Miguel Ángel, pero de inmediato se dio lo que yo llamo: el “clic pajarero”, en virtud del cuál pajarer@s totalmente desconocidos, se tratan con cordialidad y confianza, a los diez minutos de haberse conocido.
Como sucede en estos casos, las pajareadas son más productivas para los visitantes foráneos, al ser acompañados por la gente local, que conoce los sitios adecuados y las aves que pueden verse.
Esa mañana estaríamos pajareando en la Punta Sur de la Isla y donde la belleza del paisaje forma parte integral de la experiencia pajarera. Visitamos en primer lugar el Faro Celarain y sus alrededores.
Ya el hecho de ver el faro juega inmediatamente con la imaginación, evocando historias de novela, películas épicas y románticas de tiempos pasados. La experiencia se complementa ascendiendo hasta la altura de la lumbrera y contemplando la belleza de la isla y el mar, con su increíble color.
En los alrededores del faro se extienden varios humedales, que en las primeras horas de la mañana son garantía de encontrar abundante vida silvestre. En la frialdad de la estadística, pudimos registrar 27 especies, casi todas acuáticas, pero el hermoso entorno y lo agradable de la experiencia, es algo que no entra en los registros de avistamiento y que estuvo muy presente, toda esa sesión.
Para mi alegría, vimos nuevamente al Vuelve piedras rojizo, en un mejor ángulo y ambiente que el avistamiento original, ya que en este caso los estábamos viendo de frente, con el humedal al fondo a diferencia del muelle, donde los vimos en un ambiente urbano y desde una vista casi cenital.
Un avistamiento muy codiciado era el Rascón Costero del Atlántico (Rallus crepitans), que se estuvo escuchando y que fugazmente se vislumbró a través de la vegetación, lo cuál es algo muy común y a veces frustrante con la mayoría de los rálidos: Es muy difícil que salgan a descubierto y cuando lo hacen, suele ser instantáneo, así que me resigné a no tener una foto para este importante LIFER.
En el mismo humedal donde escuchamos al Rascón, pudimos ver varios ejemplares de Chorlo pico grueso (Charadrius wilsonia), que representó un LIFER más. Muchas de las aves playeras tienen rasgos parecidos, afortunadamente, para este chorlo, su nombre común es la mejor pista para identificarlo puesto que efectivamente, es bastante notorio el tamaño de su pico.
Normalmente trato de incluir en estos relatos las mejores imágenes posibles, pero en este caso me conformaré con una foto deficiente, pero de una increíble especie, que es el Vireón Cejas Canela de Cozumel (Cyclarhis gujanensis insularis), que es una subespecie endémica de la Isla y que se encuentra en la lista de especies amenazadas en la NOM 059. A este vireón le gusta estar oculto en la parte baja de la vegetación y en la oportunidad que tuve de fotografiarlo, estaba muy oscuro y por eso la imagen evidencia mucho ruido, al tener que aclararla.
Mencionaré un par de aves acuáticas que no fueron LIFERS, pero que siempre resulta interesante admirar. En primer lugar, está la peculiar Garza rojiza (Egretta rufescens).
Desde su apariencia, ya parece un poco extravagante, con sus largas plumas, sobre todo en la cabeza, que le dan la apariencia de una “melena”, que se agita caprichosamente, tanto por el viento como por los inquietos movimientos de la garza, que parece nerviosa e hiperactiva.
Cuando está pescando en las aguas someras, hace una especie de danza exótica, moviéndose hacia adelante y dando giros, al tiempo que levanta las alas. Esto parece tener el efecto de aturdir a los peces, ya que mueve el sustrato y genera sombras con las alas, así que después de unos segundos de este despliegue, hunde el pico en el agua y cuando emerge, frecuentemente trae un pez en las fauces.
El Águila pescadora (Pandion haliaetus) es una de mis rapaces consentidas. Aunque he tenido la suerte de verla a unos pocos kilómetros de mi casa, en los cuerpos de agua de la zona de Xochimilco, siempre es un enorme gusto verla, ya sea en Tecolutla, San Juan del Río, Los Mochis, Meztitlán, Cuitzeo, o, en este caso, en la Isla de Cozumel.
Para nuestra percepción humana, sus grandes ojos saltones, le dan una expresión de susto, enojo o asombro, según la miremos. A veces es incluso un poco cómica. Sus enormes garras blancas están perfectamente adaptadas para aferrar a los resbaladizos peces, que van forcejeando cuando lo saca del agua. Resulta emocionante ver como va patrullando en vuelo sobre el agua y de repente se precipita con las garras extendidas y después del chapuzón, se le ve emerger con la presa firmemente aferrada, que después se lleva a un sitio alto para devorarla. Aunque lo he visto muchas veces, siempre hace que se me acelere el pulso.
Nos tocó ver a un águila en el proceso de elaboración de su nido. En la imagen puede verse como lleva el material, para acabar de acondicionarlo, puesto que ya está prácticamente terminado. Si miras con atención, verás que entre el material del nido se pueden ver elementos humanos, como unas cuerdas y más basura inorgánica. Éste es un ejemplo más del daño que hacemos a nuestro entorno.
Desafortunadamente muchos de los nidos de aves actualmente contienen este tipo de materiales, que incluso representan un riesgo para las aves y sus polluelos. A veces se pueden enredar con una fibra y quedar amarrados literalmente al nido, a veces pueden tragarse trozos de plástico o incluso material tóxico. Así que ésta es otra forma en la que nuestra negligencia humana impacta en la vida silvestre.
Resultaría demasiado largo seguir escribiendo acerca de especies tan interesantes como la Fragata tijereta, el Centzontle tropical, la Espátula rosada, el chipe peregrino, el zopilote sabanero y varias más, que seguramente merecen mención, pero dejaremos las aves en este punto y solamente agregaré como nota final de esta memorable expedición a la Punta Sur de Cozumel a un impresionante cocodrilo, que merodeaba por el humedal. Aunque había visto muchas veces a cocodrilos en cautiverio, nunca había visto a uno en libertad tan cerca. Es una experiencia totalmente diferente, que te hace apreciar el verdadero poder del animal, sin una valla o foso de por medio. Aunque el animal estaba tranquilo y toleró nuestra presencia, estando visiblemente acostumbrado a los humanos, la impresión que me causó fue mucho más profunda, que cualquier ejemplar de zoológico.
Después de la pajareada, nuestros anfitriones nos llevaron a la Sede de la Fundación de Parques y Museos de Cozumel, donde pudimos convivir con los funcionarios de esta institución, cuya buena administración y eficiencia pudimos constatar directamente en el Planetario y los espacios abiertos que recorrimos, que se encontraban en excelente estado de mantenimiento. Para concluir la visita, nos invitaron a almorzar y tomar café, lo cuál nos vino de maravilla, puesto que habíamos salido desde muy temprano y prácticamente no habíamos desayunado.
Nos hicieron favor de llevarnos de regreso al muelle del ferry, donde embarcamos de vuelta a Playa del Carmen, de ahí nos deplazamos a “la terminal de ADO” (Como la canción del TRI), que nos llevó a Aeropuerto de Cancún. Ése era el lugar de reunión para la expedición de cinco días, que haríamos con un grupo de aproximadamente 15 personas, la mayoría de ellos pajareros que ya conocíamos y apreciábamos.
Así que después de todas maravillas que habíamos disfrutado ya en Cozumel, nos esperaban muchas más cosas por descubrir en la Tierra del Mayab, no sólo en cuanto a su flora y fauna, sino también en sus bellezas naturales y en su riqueza arqueológica, cultural, histórica… ¡Y, por supuesto, gastronómica!