Alejandra, Alejandra, Alejandra… Niña lúgubre, despistada adolescente, mujer completamente atormentada. Así era ella, así también es su poesía: siempre viva/herida.
El pasado 25 de septiembre se cumplió un año más de la muerte de la escritora Alejandra Pizarnik (Buenos Aires, 1936-1972), a quién descubrí por internet, cuando la red todavía era cosa de pocos, tan pocos, que uno tenía que ir a un cyber café y esperar turno para que te asignaran una computadora con una conexión tan lenta que el tiempo rentado siempre resultaba nada. En una de esas nada, encontré el poema «La Enamorada».
“esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues”…
De vuelta en vuelta al cyber logré juntar otros poemas y engargolarlos, como un pequeño libro hecho a capricho propio. Años después, inesperadamente, viajé a Argentina, y en el día elegido para las compras de libros, caminamos gran parte de avenida Corrientes, el corazón de Buenos Aires, y cuanto tuve en mis manos el libro de Poesía Completa y Diarios de Alejandra Pizarnik, ambas ediciones a cargo de Ana Becciu y publicadas por Lumen, sentí que ya tenía todo y podría regresar a México.
Desde entonces, casi seis años han pasado, y Alejandra me sigue acompañando. Cada relectura es un nuevo asombro. Y si su poesía es sorprendente, como dolorosa, las confesiones que hace en su diario (sus obsesiones a la muerte y el suicidio, a quien hizo tributo, sus cambios de humor, su profunda tristeza, hasta sus lecturas y tan exigente proceso creativo) dan a entender que el gran monstruo que habitaba en ella, está construido por tres cuerpos: la niña lúgubre, la despistada adolescente, la atormentada mujer.
En sus Diarios, página 275 que tengo separada con un billete de dos pesos argentinos, Alejandra fijó la fecha 28 de septiembre con lo siguiente: “Escribir un solo libro en prosa en vez de poemas o fragmentos. Un libro o una morada en donde guarecerme”. Para Pizarnik la literatura fue eso, su eterna guarida, ese lugar único donde nadie podía hacerle daño, nadie, sólo ella.
Hoy en «Zona de Visión», «La Enamorada» de Alejandra, para recordarla, para honrarla, para quererla siempre.
ROCÍO BENÍTEZ
SÓLO UN NOMBRE
alejandra alejandra
debajo estoy yo
alejandra
LA ENAMORADA
esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues
hoy te miraste en el espejo
y te fue triste estabas sola
la luz rugía el aire cantaba
pero tu amado no volvió
enviarás mensajes sonreirás
tremolarás tus manos así volverá
tu amado tan amado
oyes la demente sirena que lo robó
el barco con barbas de espuma
donde murieron las risas
recuerdas el último abrazo
oh nada de angustias
ríe en el pañuelo llora a carcajadas
pero cierra las puertas de tu rostro
para que no digan luego
que aquella mujer enamorada fuiste tú
te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más!
NOCHE
Tal vez esta noche no es noche,
debe ser un sol horrendo, o
lo otro, o cualquier cosa…
¡Qué sé yo! ¡Faltan palabras,
falta candor, falta poesía
cuando la sangre llora y llora!
¡Pudiera ser tan feliz esta noche!
Si sólo me fuera dado palpar
las sombras, oír pasos,
decir «buenas noches» a cualquiera
que pasease a su perro,
miraría la luna, dijera su
extraña lactescencia, tropezaría
con piedras al azar, como se hace.
Pero hay algo que rompe la piel,
una ciega furia
que corre por mis venas.
¡Quiero salir! Cancerbero del alma:
¡Deja, déjame traspasar tu sonrisa!
¡Pudiera ser tan feliz esta noche!
Aún quedan ensueños rezagados.
¡Y tantos libros! ¡Y tantas luces!
¡Y mis pocos años! ¿Por qué no?
La muerte está lejana. No me mira.
¡Tanta vida Señor!
¿Para qué tanta vida?
SOLAMENTE
ya comprendo la verdad
estalla en mis deseos
y en mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios
ya comprendo la verdad
ahora
a buscar la vida