Nota Bene: Influenciado por Roma, la cinta de Alfonso Cuarón, hace algunos meses comencé a escribir esta serie sobre mis propias vivencias de la infancia, no en la Roma, sino en la colonia Portales. Publiqué las primero cinco entregas en El Universal Querétaro, sin embargo, vicisitudes personales, como la muerte de mi madre, mi salida de aquella empresa en el marco del acelerado declive que viven los medios impresos, así como el nacimiento de lalupa.mx —este gran proyecto periodístico que ha demandado esfuerzo, tiempo y mi propia reinvención— me obligaron a suspender su escritura. Sin embargo, a partir de este viernes hay nuevas entregas. En aras de que exista un contexto y haya continuidad —para que toda la serie se pueda leer como un todo—, las primeras cinco columnas han sido reeditadas en este portal, pero ahora en una versión digital e ilustrada. Dicho esto. ¡Comenzamos!
PARA FERNANDO GURREA MORALES Y CONCEPCIÓN COLÍN, IN MEMORIAM
PARA ANDONI GURREA, POR LOS LOGROS OBTENIDOS EN SUS PRIMEROS 15
«El río pasa, pasa, nunca cesa.
El viento pasa, pasa, nunca cesa.
La vida pasa, nunca regresa”
Canto triste de los otomíes
Veo la Roma de Cuarón por segunda ocasión en un día, y un torrente de recuerdos me acomete sin cesar. Esta cinta es como un espejo, pues parte sustancial de mi educación sentimental está ahí, reflejada en la pantalla. Por supuesto hay diferencias. En mi casa no tuvimos nana, ni siquiera trabajadora doméstica, somos hijos de la escuela pública y la vivienda propia llegó hasta que yo cumplí los diez años de edad. Tampoco vivimos en la Roma, sino en la Portales, una colonia más popular. Sin embargo, son numerosas las escenas en donde puedo reconocer mi propia vida.
Y es que en Roma, deleite visual, sorprende la réplica tan exacta y puntual de la CDMX, que con casi 7 millones de habitantes entraba a la década de los 70 y al trágico echeverriato. En ese hiperrealismo retratado en un sobrio y elegante blanco y negro abundan los detalles, grandes e ínfimos, que tocan las fibras emocionales más profundas y remontan a la infancia sin escala alguna:
En las tomas exteriores de Roma también abundan las particularidades: los carteles de la lucha libre anunciando las peleas en la Arena México. La propaganda política del PRI y sus satélites (PPS y PARM) en favor de Luis Echeverría. El tranvía largo y amarillo, que en la cinta aparece recorriendo la ruta de Álvaro Obregón a Bucareli, pero que nosotros, mi familia (padre, madre, cuatro hermanos), tomábamos para ir al centro de la ciudad…
Recuerdo el tranvía a gran velocidad sobre Tlalpan y ya después, en la entrada del primer cuadro, como doblaba a la izquierda sobre la calle de Lucas Alamán. Casi en la esquina, en plena colonia Obrera, se encontraba el cine Estrella, una popular sala que exhibía tres películas por tres pesos. En ese cinema de ¡2 mil 700 butacas!, evoco entre brumas un programa triple de Disney: Fantasía, La noche de las narices frías y La dama y el vagabundo.
En esa zona de la ciudad, no sólo el cine Estrella era sitio de visita recurrente para mi familia. A unos cuantos metros, sobre Lucas Alamán y Bolívar, los hermanos Jerónimo, Plácido y Manuel Arango (de origen vasco) habían inaugurado la primera tienda Aurrerá, un comercio minorista que con un formato proveniente de Estados Unidos era la novedad para las clases medias chilangas, quienes sintiéndose en algún supermercado de California o Texas abarrotaban el lugar los fines de semana. Fue tal el éxito que durante el primer año lograron ventas por 4 millones de pesos, y en los siguientes dos años 40 y 79 millones de pesos.
En la casa, donde había fobia por todo lo que oliera a socialismo o comunismo, teníamos suscripción a Selecciones del Reader Digest y a Life en español, dos revistas estadounidenses que un número sí y otro también dedicaban maniqueos reportajes sobre “el infierno ruso”; “la dictadura cubana”, o “los inverosímiles escapes de la Alemania comunista”. En pleno despegue económico de los Arango, Life dedicó un amplio reportaje, con muchas fotografías, a los fundadores de Aurrerá. En las páginas del magazine, los hermanos aparecían lo mismo jugando pelota vasca, recorriendo una de las tiendas, que de fin de semana en aquel Acapulco idílico y sin violencia, adonde llegaba completa “la pandilla de Hollywood”, y los Arango se transportaban en su avioneta particular.
Lo azarosa que es la vida. Antes de dar en el clavo, en ese mismo lugar los Arango tuvieron durante muchos años un convencional negocio de camisas y pantalones que tenía el nada creativo nombre de Central de Ropa. La tienda no iba para ningún lado, y fue un viaje a Estados Unidos el que detonó la idea aterrizada más tarde en la esquina de Lucas Alamán y Bolívar.
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Fue Life, precisamente, la revista que en un amplio despliegue fotográfico y con buenos reportajes (pese a su sesgo ideológico, esa publicación contaba con grandes editores, excelentes plumas y creativos fotógrafos) dio una gran cobertura a la llegada del hombre a la Luna, suceso histórico que provocó que lo mismo en la Roma como en la naciente Neza, como lo muestra la cinta de Cuarón, el suceso permeara a la población, sobre todo a los niños que ya no querían ser bomberos o aviadores, sino astronautas.
Bien aprovisionados, con las cubetas como escafandras, las almohadas a manera de tanques de oxígeno, los tenis como botas espaciales… salíamos al patio en busca del Mar de la Tranquilidad o a cazar selenitas insurrectos.