HISTORIA: CARLOS P. JORDÁ/LALUPA.MX
FOTOS: GUILERMO GONZÁLEZ/LALUPA.MX
Un hombre de edad avanzada se pone en el camino de un automóvil que cruza la intersección con Tecnológico sobre Constituyentes en dirección a la plaza de toros. El vehículo alcanza a frenar y un tercer involucrado interviene en el restante y abundante tránsito motorizado. Es el oficial Miguel Pérez quien ayuda a cambiar de acera ileso al primer sujeto, de cuyo balbuceo, adornado con manoteos, sólo se alcanzan a descifrar palabras con p (Pin***s. P**os. P*nde**s). “El señor viene en completo estado etílico”, cuenta Pérez lo que su olfato le ha revelado mientras el recién auxiliado se aleja sin detener sus agresivos ademanes. “Es el pan de cada día”, dice.
Miguel lleva siete meses ejerciendo funciones como oficial de movilidad. Un silbatazo indica el alto, dos significan: “adelante”. Lo primordial es la seguridad vial conforme a lo que indica la pirámide de movilidad, donde se privilegia a los más vulnerables; “primero los peatones, después los ciclistas, motociclistas y así sucesivamente”, explica. Su trabajo en ese crucero, así como en otras partes del municipio de Querétaro, es necesario a pesar de la semaforización y múltiples señalamientos, ya que existen confusiones, prisas e inconvenientes entre los usuarios de las vías públicas, como la ebriedad de aquel señor malhablado.
No sólo las ofensas se viven a diario, el peligro también está presente en cada jornada laboral de Miguel. Específicamente, recuerda una ocasión en la cual quedó en medio de dos vehículos que hicieron caso omiso a la luz preventiva del semáforo. Es cuestión de segundos lo que puede cambiar su vida y la de cualquier ciudadano. ¿Cómo puede alguien mantener la paz mental trabajando bajo el rayo abrumador del sol y esquivando amenazas de muerte rodantes, en horas donde las calles no conocen el silencio y muchos de sus sonidos son recuerdos indeseables a la madre del oficial? “Aquí importa mucho la canalización de las emociones. ¿Por qué? Porque si uno se involucra pierde la autoridad”, responde Pérez.
Llama a jugar fútbol con sus tres hijos y tocar la guitarra “ejercicios de desactivación emocional”. Bajo el precepto de “el ejemplo arrastra”, Miguel lleva con orgullo sus conocimientos a casa, donde también se capacita constantemente de forma autodidacta leyendo manuales de atención pre-hospitalaria y libros de medicina. Él es técnico en urgencias médicas; desde niño sus padres lo incitaron a ser voluntario de la Cruz Roja Mexicana, lo cual ayuda a su desempeño como oficial de movilidad y explica su vocación de servicio.
“Servir sin recibir nada a cambio”, es su lema. La parte que más disfruta de su empleo es poder fungir como apoyo de alguien que lo necesita y la proximidad social; “ser humano”, resume. Los insultos y riesgos son parte del trabajo cotidiano, pero el pan de cada día, lo que en verdad lo alimenta, su gran satisfacción y recompensa, es un “gracias, oficial”.