SOY DEL SUR, COMO LOS AIRES DEL BANDONEÓN
Les puedo decir que aparte del Centro Histórico de mi ciudad Santiago de Querétaro amo el sur citadino, su Cimatario, su Alameda, sus llanos de Callejas y Casa Blanca, su añoso panteón municipal de 1932, su viejo Estadio Municipal de 1934, su moderno Estadio Corregidora de 1985, su prángana y gris Centro Cultural Gómez Morín y a su bella avenida Constituyentes (1977) que vino a sustituir a mi señera carretera Panamericana. Amo su bella colonia Cimatario que fue la primera de tipo residencial en el Querétaro de finales de los años cincuenta; quiero sus jacarandas y tabachines, de primavera en flor, lila y rojo fuego respectivamente. Muero por un caldo de camarón y una sangría de la verdadera cantina La Roca, aquella de los años setenta en que las mujeres no podían entrar y tenían que ser servidas en su auto: ahora se las llevaría la Guardia Municipal si consumieran en su coche.
Amo el recuerdo del suburbio de lodo, paracaidismo y pobreza de la original Lomas de Casa Blanca, donde “El Chato” Ramos bailó al ritmo de la tortura policial aquella canción de protesta llamada “Casas de cartón”. Añoro la vinatería “Argos” de Corregidora sur, propiedad del licenciado Rogelio Garfias Ruiz, donde había un verdadero surtido de ultramarinos y no sardinas Calmex o atunes Herdez como en los Oxxo de ahora. Me dio pena en 2002 llegar con mi compadre Beto Escárcega a un after asqueroso que se puso en el lugar que fue “Argos” y donde una señora con sus fritangas, adentro del local, le bajaba “el cuete” a los amanecidos mandándolos a sus respectivas casas oliendo a manteca de otro hogar. Recuerdo a más de algún catrín vestido de impecable traje negro y en auto Grand Marquis, del mismo color, llenarse de olores fritangueros, tragar guajolotes de carnitas y besar –sin lavarse el hocico- a la amante en turno, en medio de la deprimente pista de baile, en la que señoreaba el humo de los cigarrillos y del fogón tercer mundista.
Amo al sur por su luna suburbana, que desde el panteón municipal se ve más grande y encoje mi ánimo cuando en madrugadas de garufa silbaba el viento y parecía que los niños enterrados en la tercera sección del cementerio municipal estuvieran llorando. Extraño las jacarandas de la avenida José María Truchuelo, sobre todo en las noches de julio, cuando la lluvia hacía que las flores lilas se apachurraran contra el empedrado y desprendieran su mágico aroma. Amo el olor a pasto que se desprendía de los llanos de El Cimatario hasta los sembradíos de Callejas y Carretas, donde todo era labranza y ganado, haciendo de mi niñez un silabario. Lo único que ponía freno a mi alegría fue cuando en los años setentas se puso un tiradero municipal de basura en las faldas del Coloso del Sur, por donde ahora está la Central de Abastos, para reubicarlo después, en 1977, en la antigua Cuesta China. De niño me gustaba mucho asomarme desde el campanario de Carmelitas para mirar hacia el sur, a mi Cimatario coyote macho, o a oír y ver los cohetes lanzados los domingos al mediodía anunciando que Gallos Blancos y Silvano Téllez, “Kamamoto” Jiménez o “El Aguacate” Jaime Álvarez, habían clavado un gol en el municipal estadio que en realidad es del estado.
Qué regocijo las noches de sábado para ir a la Comercial Mexicana de Allende y Zaragoza, para escuchar los discos de vinil de The Beatles y oler el plástico de los salvavidas, las pelotas, los trajes de baño y de las albercas inflables, todo lejos del alcance del bolsillo de mis padres. Pero era un gusto ir adivinando desde mi callejuela de Ocampo las luces de neón de la ahora llamada “La Comer”.
Este goce que siento por mi sur no es de ahora, es desde que nací, pero se ha reforzado con el paso de los años, y sobre todo cuando mi sentimiento contra los gringos va en aumento, malditos Estados de Amnesia que prefieren ser gobernados por un patán que por un estadista. El mismo norte queretano no me gusta tanto como sí me gusta el sur. Imaginen un paseo por la avenida de La Luz o la descomposición social en Santa Rosa Jáuregui.
Les dejo poesía del sur, caones.
VUELVO AL SUR
Vuelvo al sur
Como se vuelve siempre al amor
Vuelvo a vos
Con mi deseo, con mi temor
Llevo al sur
Como un destino del corazón
Soy del sur
Como los aires del bandoneón
Sueño el sur
Inmensa luna, cielo al revés
Vuelvo al sur
El tiempo abierto y su después
Quiero al sur
Su buena gente, su dignidad
Siento al sur
Como tu cuerpo en la intimidad
Te quiero, sur.
Te quiero, sur.
FERNANDO PINO SOLANAS – ÁSTOR PIAZZOLLA
EL SUR TAMBIÉN EXISTE
Con su ritual de acero
sus grandes chimeneas
sus sabios clandestinos
su canto de sirena
sus cielos de neón
sus ventas navideñas
su culto de Dios Padre
y de las charreteras
con sus llaves del reino
el Norte es el que ordena
pero aquí abajo, abajo
el hambre disponible
recurre al fruto amargo
de lo que otros deciden
mientras el tiempo pasa
y pasan los desfiles
y se hacen otras cosas
que el Norte no prohibe.
Con su esperanza dura
el Sur también existe.
Con sus predicadores
sus gases que envenenan
su escuela de Chicago
sus dueños de la tierra
con sus trapos de lujo
y su pobre osamenta
sus defensas gastadas
sus gastos de defensa.
Con su gesta invasora
el Norte es el que ordena.
Pero aquí abajo, abajo
cada uno en su escondite
hay hombres y mujeres
que saben a qué asirse
aprovechando el sol
y también los eclipses
apartando lo inútil
y usando lo que sirve.
Con su fe veterana
el Sur también existe.
Con su corno francés
y su academia sueca
su salsa americana
y sus llaves inglesas
con todos sus misiles
y sus enciclopedias
su guerra de galaxias
y su saña opulenta
con todos sus laureles
el Norte es el que ordena.
Pero aquí abajo, abajo
cerca de las raíces
es donde la memoria
ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren
y hay quienes se desviven
y así entre todos logran
lo que era un imposible
que todo el mundo sepa
que el Sur,
que el Sur también existe
MARIO BENEDETTI – JOAN MANUEL SERRAT)
SUR (1948)
Alameda y Corregidora antiguas y todo el cielo,
El Plancarte y más allá la inundación,
tu melena de novia en el recuerdo
y tu nombre flotando en el adiós…
La esquina del herrero, barro y pampa,
tu casa, tu vereda y el zanjón
y un perfume de yuyos y de alfalfa
que me llena de nuevo el corazón.
Sur… paredón y después…
Sur… una luz de almacén…
Ya nunca me verás como me vieras,
recostado en la vidriera
esperándote.
Ya nunca alumbrarán con las estrellas
nuestra marcha sin querellas
por las noches de Calleja.
Las calles y las lunas suburbanas
y mi amor en tu ventana
todo ha muerto, ya lo sé…
Alameda y Colón antiguo, cielo perdido,
Cimatario y, al llegar al terraplén,
tus veinte años temblando de cariño
bajo el beso que entonces te robé.
Nostalgia de las cosas que han pasado,
arena que la vida se llevó,
pesadumbre de barrios que han cambiado
y amargura del sueño que murió.