HISTORIA: CARLOS P. JORDÁ/LALUPA.MX
FOTOS: GUILLERMO GONZÁLEZ/LALUPA.MX
Motores enfurecidos, claxons desesperados, voces que se empalman, silbatazos de su procedencia y uno que otro saludo ingrato a su progenitora, ahogan la atmósfera auditiva del sitio donde trabaja Ana María. Muchos se preguntan: ¿por qué es necesaria la labor de una oficial de movilidad en un cruce semaforizado que no escatima en señalización? “Nos falta mucha cultura vial, tanto a peatones como a conductores”, es lo que ella observa y que pocos se atreverían a refutar.
Desde hace dos años, de seis de la mañana a dos de la tarde, o de una de la tarde a nueve de la noche. En ocasiones ahí, en la intersección de Constituyentes y Tecnológico, a veces en otras partes de la ciudad de Querétaro. La oficial Ana María Jiménez Rangel ejerce sus funciones de lunes a viernes mientras su hijo cursa el segundo grado de primaria o es resguardado por sus abuelos, dependiendo del turno de mamá. Gibran Daniel presume con sus compañeros que su madre es una policía, ella trata de explicarle las diferencias entre su labor y el de sus compañeros de Seguridad Pública, pero no puede evitar que su retoño sienta orgullo del servicio que brinda a la ciudadanía.
No porta armas ni esposas, sin embargo en la academia les enseñan defensa personal. “Nuestro puesto no lo requiere, en caso de necesitar apoyo lo pedimos a la guardia municipal con quien trabajamos de la mano”, en su fornitura —ese cinturón que parece de Batman— lleva una linterna, un silbato y un radio mediante el cual se comunica entre colegas y con una base que brinda y enlaza información. No carga con una pistola, pero eso no significa que sus tareas estén exentas de riesgo.
ESPECTÁCULO SINCRONIZADO
Conductores y caminantes apresurados, distraídos, agresivos o carentes de sus cinco sentidos, son los mayores peligros a los que se expone Ana María. “Las ofensas verbales son cosa de diario”, dice con una sonrisa que expresa costumbre y satisfacción por su oficio a pesar de sus “gajes”. El ruidoso crucero parece un espectáculo sincronizado de vehículos de dos o más llantas, andantes de a pie con ritmos diversos y las nuevas unidades del Qrobús que se incorporan al carril confinado o salen de él, dependiendo del rumbo que lleven. Todos orquestados por los agentes de movilidad que no dan descanso a sus piernas, bocas ni brazos. “No nos queda más que estar al pendiente de todo, muy concentrados”, revela la uniformada.
Aparte de peligroso, parece agotador, pero a la oficial Jiménez le gusta su trabajo. Puesto que su principal herramienta, el reglamento de tránsito, está en constante actualización, ella requiere de hacer lo mismo. Una de sus mayores recompensas es transmitir este saber a los suyos. Ana (como civil) y Gibran se trasladan caminando y en transporte público, como peatones conocen sus privilegios y son conscientes de las precauciones e indicaciones que deben tomar y seguir. Cada que existe una nueva lección a su crío, este comprende y promete explicarle a sus amigos. Así, la agente de movilidad expresa con orgullo que sus acciones, dentro y fuera del horario de labores, son de un alto beneficio a la sociedad, aunque todavía exista quien las “agradezca” con insultos a su persona y a su mamá.