HISTORIA: CARLOS P. JORDÁ/LALUPA.MX
FOTOS: GUILLERMO GONZÁLEZ/LALUPA.MX
Olga Leticia Hernández Peña es una queretana de Tequisquiapan que trabaja el tejido con mimbre, vara de sauz, palma, raíz de sabino y otros materiales. Ella pertenece a la cuarta generación de una estirpe de artesanos y se lamenta porque no visualiza con claridad quién pueda seguir con la tradición familiar.
El taller donde elabora y vende los productos que sus antepasados le enseñaron a confeccionar está instalado frente a la iglesia de La Magdalena, en la colonia que lleva el mismo nombre. Su ubicación no es la óptima, pues estando en las periferias del centro del municipio, son pocos los turistas que llegan al lugar. En honor a la madre de Olga, Toñita se llama la marca y el negocio donde se ofertan esas piezas hechas con manos mexicanas.
Cestos de basura, cosmetiqueros para baño, cunas de nacimientos navideños y canastas para jabones, chocolates y galletas son algunas de las utilidades que se le pueden dar a la minuciosa labor que lleva a cabo Hernández. La mujer de 54 años considera que la innovación es primordial para mantener sus artesanías en el mercado. Formas, usos, colores y materiales son los elementos con los cuales la artesana juega para satisfacer la demanda de quienes no saben qué están buscando.
A pesar de encontrar algo nuevo, los clientes potenciales siguen sin concientizar sobre la valoración real de los trabajos artesanos, lo que Olga señala como la causa principal del desaliento entre las jóvenes generaciones de familias que desde siempre se han dedicado a esto. “Llegan a preguntar: `no me lo puede dar más barato´, porque no saben el verdadero valor de la artesanía; el tiempo que le dedicamos”. Pone un ejemplo: “una canasta como esas (tamaño mediano elaborada con vara roja) la vendo a 50 pesos, ahora vámonos un paso atrás de lo que hago aquí; cortar y pelar la vara. No es un trabajo fácil, una familia de cinco se tarda dos días en cortar y pelar un kilo que se compra a 150 pesos. Son 15 pesos al día para cada integrante”.
Hernández Peña no sólo apunta a los problemas, la grata experiencia que se llevó unos años atrás, luego de dar un taller a los niños de una primaria de Cuernavaca, le dio una idea para salvar el porvenir de su oficio. “Las escuelas deberían dar clases de esto, por lo menos una hora a la semana, así desde chicas las personas pueden saber cuánto cuesta hacer este trabajo”. Claro, sin dejar de lado la enseñanza de la técnica dentro del hogar artesano.
La hija mayor ha escuchado muchas veces las ventajas de poder elaborar artesanías, Hernández dice “seguir haciendo su lucha” para llamar la atención de sus vástagos. “Le digo:`apréndelo bien, porque tú no sabes cuando le puedas sacar provecho´. Lo mejor de este trabajo es que se puede adaptar a nuestros tiempos”, dice y destaca, entre las bondades de ser artesana, la posibilidad que ella tuvo para generar un ingreso sin dejar de procurar la crianza en el hogar. Y ve como una gran oportunidad la combinación de lo aprendido en una carrera universitaria con este saber empírico.
“Dicen que el conocimiento muere junto con la persona si no lo comparte”, recuerda Olga. Sus tres hijos conocen los métodos de aquella tarea ancestral y ayudan a la producción en temporadas de alta demanda, no obstante ninguno tiene como plan de vida dedicarse a ello, pensamiento que parece epidémico de las familias con estas raíces. La propietaria —junto con sus hermanos— del taller Toñita, pretende transmitir lo que sabe sin importar la procedencia genealógica o pretensión emprendedora del aprendiz, ya que se refiere a la labor que desempeña, y desempeñaron sus padres y abuelos, como: “una fuente muy noble de trabajo”. Un trabajo que lleva ejerciéndose un siglo en esa familia y que cualquiera podría usar en beneficio propio y a favor de la conservación de las tradiciones mexicanas.