“Mientras me como esta manzana/Dios viene a bendecirme”, escribió en su poema “Laude” Minerva Margarita Villarreal, poeta de Nuevo León, quien falleció el pasado 20 de noviembre.
“Laude” forma parte del libro Las maneras del agua, bellísima obra que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2016.
Minerva también escribió Pérdida, Premio Nacional “Alfonso Reyes” 1990; El corazón más secreto, Premio Internacional de Poesía “Jaime Sabines” 1994; y Tálamo, Premio de Poesía del Certamen Internacional de Literatura Letras del Bicentenario “Sor Juana Inés de la Cruz” 2010), entre otras publicaciones.
Hoy, recordando el libro El corazón más secreto, presentamos “Entrar al sueño”, uno de mis poemas favoritos de Minerva.
ENTRAR AL SUEÑO
A Rosana Curiel Defossé
A la hora de los maullidos el hombre baja a dar de comer
a las bestias,
el jardín jaspea el color de las hojas
y la luz de la luna como una lágrima
arde
sobre el cerco que protege del sueño,
sobre las sábanas tendidas en el patio,
24 de julio, la sombra más larga del día y la ruina
propagándose,
apartando al niño del padre.
¿Y quién puede decir? ¿Quién lo asegura? ¿Quién cerrará
las puertas? ¿A dónde rodarán los cuerpos?
Un segundo es el universo, montoncitos de piedras
los recuerdos
y los graves silencios del verano poderosos y dominantes
capitanes al servicio del rey;
entonces alimentabas a las bestias,
en esos promontorios donde las viudas aguardan
silenciosas
una luz del pasado, una quincena, tu camisa, un pie
de palma, tu sombra al menos.
Fuera de sí mismo, el desprendido se olvida del corte
y de la raya,
tasajea bajo un sol que echa lumbre,
seca el paladar de las reses,
cuelga los lomos, despega los nervios
porque la carne se come mejor sin nervios, los nervios
la endurecen;
solo y bajo la llave en el cuarto de orear: los zancudos
y las moscas se apiñan, tela de alambre el techo,
sudor la piel.
– Soñé a papá escarbando comida entre mis dientes
y luego la comadreja vigilando y las gallinas gimiendo
como novias. Luego papá se acercaba con una sonrisa
y era Él, era Él.
Papá escarbaba comida de mis dientes.
Es mejor sin nervios la carne, dijo, y se colgó.
Junio rueda con su bola de fuego incendiando la noche.
Es época de celo, y los maullidos
se agotan en las barbas, tras el sueño que reverdece
en el callejón, entre fábricas,
tu sueño atravesando la soledad del día,
abanderando a la mujer
en un salón donde la noche es cinabrio puro,
bermellón de labios que te acercan caliente:
las parejas danzan,
siguen la urgencia, el deseo que resucita del deseo,
siguen los rombos que el mosaico va creando,
el ruido, el salón embriagante, el lebrel que todo lo rastrea.
– La abuela venía hacia mí con la lámpara de petróleo.
Vestía de blanco y volaba, venía por mí y juntos íbamos
a la boda de Concha. No me llames así, me dicen Mary.
Otros son los tiempos y en veinte años suceden muchas
cosas. Mejor apártate, dile a la abuela que se vaya,
¿por qué arruinan mi boda en esas fachas? A Concha
le brotaban gusanos de su corona de flores. Y sus ojos
amarillos transparentaban una angustia… Ahí pude ver
a Hernán llevando un niño en brazos y el río
despotricando. Es tu hijo, decía Concha, y se perdió
en el río. Así es que vete. No quiero que se sepa.
Mi boda tardó tanto…
Junio rueda bajo la canícula del sexo entre las mesas,
los hombres humedecen y muerden sus labios;
sus miradas: nubes de adormecimiento, médanos secos
y su sed lluvia que arrecía en los pezones de la desnuda
y cadenciosa, un billete que halaga su culo
y atesoran sus muslos.
Podríamos estar muy juntos a la hora del sueño,
podríamos yacer sobre el pasto cuando la tarde acaricia,
podríamos decir vente conmigo
pero el silencio extiende su mano
y el océano se yergue entre nosotros,
llama que al fuego vuelve y en res regresa,
patea las puertas cerradas, da coletazos y rumia
su violencia
allí donde la desesperación cala,
cuando el mazo ablanda la carne
y la cuchilla tasajea.
Diciembre adonde me conduces bajo el juramento
de un secreto,
diciembre sin lecho que depare la puerta,
y no hay puerta sino un oasis,
un tiempo de vegetación creciente y saurios que transitan;
entonces juro al amor que engaño,
juro por el amor que engaño y al cual me entrego,
juro la disonancia,
la ambivalencia que late ondulante y procaz;
juro un lunes y amanezco en domingo
y el domingo otra vez la distancia,
el silencio que araña mi espada;
eres el sueño del deseo,
la vigilia enferma de necesidad.