HISTORIA: PATRICIA LÓPEZ NÚÑEZ/LALUPA.MX
FOTOS: GUILLERMO GONZÁLEZ/LALUPA.MX
Teresa y María Inés ven la televisión del asilo donde las visitan sus hijos. Son de las pocas adultas mayores a las que todavía “procuran” sus familiares. María ronda los 99 años y tiene dos hijos abogados. Teresa tiene 104 años y su hijo, que casi cumple los 90, visita puntualmente la casa donde cuidan a su mamá.
Las dos viven en el Asilo de San Sebastián y aunque ya no recuerdan muchas cosas, no olvidan a sus hijos ni a sus nietos, los juegos de la infancia, las cenas en momentos especiales y cómo la falta de educación escolar las alejó de varias oportunidades, así que desde muy chicas empezaron a trabajar.
Teresa Vega apenas empezó a usar una silla de ruedas hace poquito. Nació en Huimilpan el 18 de mayo de 1915, y se casó con Agustín. Se casó “nomás porque veía que se casaban”. Nada más tuvo un hijo que casi llega a los 90 años y le dio 12 nietos. Ella nunca aprendió a leer ni a escribir, porque las escuelas estaban muy lejos de su casa.
“Nomás me decían: ándele, váyase con los animales, a hacer tortillas. Cuando estaba chiquilla hacía lo que me ponían a hacer, en eso trabajaba, me ponían a cuidar a las reses. Luego me casé, a los 16, le hablaron a mi papá por la buena, tenía yo 16 años, ya no me acuerdo cuántos tenía Agustín. Él murió hace 12, ya tiene mucho”, recordó Tere.
UN HIJO DE 90 AÑOS
Su único hijo le dio 12 nietos y la visita seguido, varias veces a la semana. En el asilo cuentan que solo falta cuando se enferma porque casi llega a los 90 años. Esos días Teresa anda intranquila, presiente que el hijo está enfermo y después se enteran que por eso faltó. “Él ya es grande, siempre viene y nos encarga a su mamá”, explican en el lugar.
Teresa casi no escucha y olvida muchas partes de su vida, pero platica si le hablan fuerte en el oído y no pierde de vista una bolsa de regalo a la que se aferra, en medio del salón en el que convive con media docena de adultos mayores que ven televisión.
Ahí mismo está María Inés, que con sus 99 años le sonríe a todas las personas que se acercan a saludarla. Mary recuerda perfectamente la dirección en la que nació, creció y vivió toda su vida en la calle de Primavera; el trabajo de costura que hizo para lograr que sus dos hijos, hoy abogados, pudieran ir al Salesiano y los juegos que la divirtieron tanto cuando era niña.
“Tengo dos hijos, les gustó estudiar, son abogados”, presume Mary. Sus hijos la visitan casi diario en el asilo, “aunque a veces no pueden”, pero ella sabe que la quieren mucho. Ahí en el asilo la pasa bien, tiene tiempo de acordarse de lo que hacía de niña, cuando jugaba con cazuelitas y jarritos que le compraba su mamá.
“Según hacíamos desayunos, comiditas, entre las compañeras y las hermanas, en navidad poníamos el nacimiento, rezábamos los 9 días el rosario y daba canelita o café a las personas que iban”, platica, porque le gusta recordar cuando estuvo con su mamá y su papá, cuando le hacían tamales y atole.
Fue la mayor de la familia, pero ya no se acuerda de cuántas hermanas y cuántos hermanos tuvo, “porque la memoria se me está yendo”, aunque le gusta la vida en el asilo, donde está contenta, porque hay muchas cosas qué hacer y le gusta todo lo que le dan de comer. “Es de las que come de todo”, cuentan en el asilo.
Cuando era joven, Mary cosía una docena de camisas al día para que sus hijos pudieran estudiar en el Salesiano. “Un señor que conocía hace muchos años vendía ropa en el mercado y me mandaba ropa ya cortada para meterla a la máquina, así tuve para pagarles la colegiatura y hoy, gracias a Dios, son abogados. Ese señor me mandaba siempre un paquete de camisas, siempre camisas y yo cosía, así con la costura pagaba colegiatura”, relató.
UNA VIDA SIN ESCUELAS
Ella se quedó en cuarto de primaria, no se acuerda por qué la sacaron de la escuela, pero sí de que casi nadie terminaba los estudios cuando ella era niña, porque “en ese tiempo no había exigencia de personas estudiadas, ahora sí piden papeles, pero a mí Diosito me ayudó, con la costura me ayudó, no me faltó trabajo para pagar el Salesiano”.
Cuando sus hijos empezaron a trabajar, Mary les preparaba consomé, arroz y pollo, pero cuando eran chiquitos, era más complicado, aunque nunca hubo quejas ni reclamos, porque se hacía lo que se podía. Ahora se le antoja mole, arroz, un pastel de chocolate con fresas y hasta un mariachi para celebrar su próximo cumpleaños, aunque ya no recuerda la fecha.
“Creo en Dios”, insiste Mary, que se dedica a enviar bendiciones a todos los que se acercan a platicar un rato con ella. “Que Dios los acompañe toda la vida”, repite y reparte abrazos, para que la gente vuelva a visitar a las personas del Asilo, porque ahora casi siempre está lleno “y se siente bonito”.
Los salones del asilo de verdad están llenos. Niñas, niños, jóvenes y varios adultos se sientan a convivir con los adultos mayores, unos platican y otros juegan o participan en las actividades que organizan en el lugar.
Mary sabe que el tiempo es importante y por eso agradece que lo pasen con ellos, así que a todos les manda bendiciones y les desea lo mejor, para “que cuando crezcan, sean como Dios quiera, que les dé fuerza para vivir bien, que los aleje del mal”.
ASILO DE PUERTAS ABIERTAS
En el asilo viven 38 adultos mayores, la mayoría no reciben visitas de sus familiares y carecen de muestras de afecto, así que el personal puso en marcha una serie de actividades para reunir a los queretanos con “las abuelas y abuelos”, en las que pueden platicar con ellos, jugar y leerles un cuento.
Lejos de las puertas cerradas que había hace muchos años y que sólo se abrían para recibir donativos, el asilo de San Sebastián es un espacio abierto y lleno de vida, donde siempre cabe la visita de alguien más.