CRÓNICA: CARLOS P. JORDÁ/LALUPA.MX
FOTOS: OBTURE PRESS
LOS SIGUIENTES TESTIMONIOS FUERON RECABADOS EN QUERÉTARO DÍAS PREVIOS AL PARO NACIONAL FEMENINO DEL NUEVE DE MARZO.
¿QUÉ VAS A HACER EL NUEVE DE MARZO? ¿POR QUÉ?
“Trabajar. Aquí no nos dan el día.”
Edith.
Despachadora de gasolina, 26 años.
“Yo sí voy a venir, pero las maestras que deseen ausentarse son libres de hacerlo. Al final del día soy líder de la sección, nosotros estamos formando adolescentes y para mi lo más importante es llevar a la reflexión de lo que conlleva todo esto.”
Mónica.
Directora de secundaria, 42 años.
“Voy a estar en mi casa, leer sobre varios temas relacionados y quiero escribir todo lo que tenga en la cabeza para mí. Es una forma de catarsis, de reflexión, de sanación. No pienso salir para nada, ni hacer ninguna de las actividades que tienes como equipo de casa; no pienso pedir permiso, ni adelantarle ni nada (a su pareja). Va a ser un día para mi; para desahogar. Porque nunca tenga tiempo de hacer eso por la intención de cumplir siempre con todo y estar bien en todas tus labores personales, profesionales, con la familia y etcétera. Creo que es importante el mensaje de la ausencia: ¿qué pasaría si un día Oli no vuelve a casa?”
Olivia.
Locutora de radio, 30 años.
“Seguramente trabajar, porque según habían dado permiso, pero a nosotros no nos han dado indicaciones”.
Prefirió omitir su nombre.
Encuestadora del INE, 34 años.
“Voy a unirme a todo este movimiento; voy a estar en mi casa, no voy a hacer nada de las actividades que hago todos los días; un silencio. En mi parte espiritual haré mucha oración por todas las mujeres desaparecidas, violentadas y todas las que no han podido tener una oportunidad. Porque siento que dentro de nuestras creencias culturales (como mexicanos), la parte de la mujer no ha sido visible, ha sido tomada como un utensilio, o una cuestión sexual solamente.”
María Magdalena (Malena)
Directora de Gestión, Control y Vinculación de Municipio de Querétaro, 56 años.
“Pues venir a trabajar. Yo ni sé para qué es todo esto.”
Martha.
Empleada doméstica, 46 años.
“Quedarme en mi casa y estar aquí con mis hijas. No le voy a avisar a nadie; no tengo porqué. Es un día para que los hombres y, principalmente, el gobierno se de cuenta de que somos muy necesarias en todo y somos igual que los hombres.”
Itzel.
Cirujana dentista, 49 años.
“No voy a ir a la escuela, me voy a quedar en mi casa. La idea es desaparecer ese día; no usar redes sociales, ni netflix ni nada. No se me hace justo que sea tanta la violencia contra la mujer y que nadie lo vea como algo grave. A las mujeres nos ven como un objeto y así no debería de ser.”
Valeria.
Estudiante de preparatoria, 17 años.
“No me voy a presentar a trabajar, tengo que apoyar al movimiento, me pienso quedar en mi casa. Ya es justo que nos reconozcan y nos tomen en cuenta. Ya es tiempo de que nos valoren como mujeres. El nueve nadie se mueve, ¿no?”
Sandy.
Empacadora de supermercado, 62 años.
“Mmmmm… no sé… (su madre le dice que es el día que no irá a la escuela) ¿Ir al parque (sonríe)?”
Julia.
Estudiante de primaria, 7 años.
“El amor (estalla en carcajadas)… No pues quedarme en casa. Porque me siento una mujer. Todos dicen: `ay, las mujeres son lo más bonito´, ¿pero cómo las tratan?”
Leo.
Estilista, 67 años.
“Nos vamos a quedar en casa (ella y su hija) y hacer cositas que nunca nos damos tiempo de hacer. Platicar de lo chido que es ser mujer y darle una educación diferente a la que a mi me dieron; que era un sufrimiento y un pesar ser mujer. Tengo invitaciones de reuniones con mujeres por muchos lados, pero tampoco quiero que nos subamos al coche y creo que para que funcione el ejercicio no tendrías consumir (gasolina, en este caso). Es un día importante para que nos pongamos a pensar qué tanto valor tengo en mi casa y qué tanto valor tengo en lo que hago.”
Leticia
Instructora y directora de una escuela de yoga, 33 años.
“Lo mismo de siempre: trabajar. Es un día normal para mí.”
Esther.
Artesana indígena, 11 años.
“Me voy a quedar en mi casa, descansando sola, haciendo cosas que normalmente no hago por estar pensando en qué voy a hacer por los demás; por León (su hijo) y por el trabajo. Porque necesito alejarme un ratito de todo lo que hay afuera y también está chido que se den cuenta todos de que sí hacemos falta las mujeres; no está bien que no nos tomen en cuenta para muchas cosas. Somos muy indispensables para absolutamente todo.”
Fátima.
Fotógrafa, 26 años.
“Normal, trabajar. Porque así como se respeta que la gente deje de trabajar para manifestarse, algunas, aunque seamos mujeres, tenemos que llevar el sostén de la casa, tan sencillo como eso. Algunas dependencias de gobierno sí van a dejar que las mujeres dejen de trabajar, pero su sueldo está fijo. Las que trabajamos por día no tenemos esa ventaja.”
Elvira.
Cocinera, 35 años.
“La florería la voy a cerrar, me voy a quedar en mi casa. Creo que es un momento histórico. Sobre todo aquí en México llegó en momento en el que las mujeres necesitan solidarizarse y usar la libertad de expresión que tenemos. El paro no va a resolver todos los problemas, pero sí creo que es un momento para sentarse a pensar, para hacer notar que hay un problema y que en un momento dado nos podemos unir para que cambie.
Elsa.
QUERÉTARO, QRO, 9 DE MARZO DE 2020:
Como una mañana de resaca. Resaca de juerga, de tormenta, de guerra. Así amaneció la capital queretana: en calma. El tráfico, ahora común en el área metropolitana, se asemeja, más bien, a aquel que había hace 10 años; los automóviles circulan con fluidez; el ruido es prácticamente nulo; incluso el aire se respira más puro. El panorama parece un poema, hasta que uno nota esas ausencias, hasta que uno recuerda las razones.
Pisar una secundaria es motivo de nostalgia para cualquiera que haya ido a la escuela, sin embargo hoy no dan ganas de ser estudiante de nuevo. En el patio del colegio dirigido por Mónica Antuna, un grupo de adolescentes juega a encestar la pelota. ¿El recreo? Algo no cuadra; el silencio es abrumador y, en la plenitud de su tiempo libre, los varones en la cancha parecen cargar una mochila muy pesada.
Ni una alumna, son 56 hombres los que atendieron a clases en el sector secundaria del Colegio Celta Internacional. “El paro es un parteaguas en nuestra historia, yo espero que sea punta de lanza para los cambios reales y, sobre todo, que lleve a toda la comunidad a una reflexión”, dice Mónica, quien, como anticipó, atiende a sus labores por voluntad propia. Con los dedos de una mano se cuentan a la educadores que, como su directora, decidieron no ausentarse. Todas portan prendas púrpuras y la mayoría enseñan en grados preescolares, pues en esas instancias escasea el personal masculino.
“Empatía”, señala el profesor Cárdenas la razón principal por la cual cubre gustoso el horario de sus compañeras. Los docentes tuvieron que idear desde un plan para adecuarse a las ausencias hasta actividades de introspección respecto a la violencia de género, lo cual lleva haciéndose semanas atrás. “Siempre la presencia femenina te da un punto de vista completamente distinto y enriquece cualquier tema”, responde el maestro al ser cuestionado sobre el sentir que le ocasiona la falta de mujeres en las aulas, a pesar de ser el encargado de aleccionar en una materia tan exacta como lo son las matemáticas.
Ricardo Barroso tiene 15 años, lleva puesta un jersey deportivo color morado; en un día cualquiera no se le permitiría ingresar a las instalaciones del Celta con una prenda que no fuese la del uniforme. “Yo digo que esta bien que alzen la voz, que den a conocer lo que está pasando en el país, pero siento que están exagerando al destruir monumentos o pintar cosas y todo eso, así siento que lo están empeorando”, es la opinión del joven respecto al movimiento feminista. Tras unas preguntas extra, pretendidas a ser una sesión mayéutica, el chico agacha la mirada y recula: “lo digo porque no me ha pasado nada; si me pasará algún día, que mi hermana no estuviera, si me sentiría enojado y llegaría a ese punto de destruir todo”.
PROMESAS QUE SE MANTIENEN FIRMES
A unos metros del colegio, en Plaza Bugambilias, la promesa de Elsa se ha mantenido firme; su floreria, al igual que la mayoría de los locales, permanece cerrada. Un salón de belleza se suma a la tienda conveniencia como establecimientos que no se han sumado al paro dentro de este centro comercial. La propietaria se niega a dar unas palabras y, tras un vistazo más avispado, se intuye que dos de las cuatro féminas presentes son madre e hija que aprovecharon la justificación de la falta a las labores cotidianas para atender su cabellera.
Un muchacho riega las flores del lugar. “Yo opino que está bien que tomen en cuenta ya a las mujeres”, dice Brian, el jardinero de 19 años. “Colaborar en la casa y todo eso”, son las medidas que toma para resarcir la culpa que ambos aceptamos tener en la terrible situación actual de la nación. A eso de las 10 y media, una heladería se une a los negocios que han abierto sus puertas a la clientela en este día. El dueño y su ayudante son hombres.
“Yo no siento que ganen mucho con eso. Estamos conscientes de que nos hacen falta las mujeres, no necesitamos de eso para saberlo”, Manuel, el propietario de la heladería, cuenta la anécdota de un vecino que golpeaba a su esposa por serle infiel, sin aportar realmente ninguna conclusión. Al igual que el chico de secundaria minutos atrás, este señor de 62 años parece reflexionar. “La verdad es que, como dicen los muchachones, ya se están manchando con las pobres mujeres. Si da coraje; uno tiene esposa, tuvo mamá, hermanas. Ójala que sí sirva (el paro).”
En el Centro Cívico se celebra una conferencia con dedicatoria exclusiva a los varones que laboran en el lugar. En ella se entregan datos duros de crímenes de odio en contra del género femenino. En primera fila, enfundado en una polo morada, se encuentra el alcalde Luis Nava; ni Malena (María Magdalena), ni ninguna otra empleada ha asistido al recinto. Se divisa a una que otra ciudadana llevando a cabo un trámite, pero la testosterona inunda la atmósfera.
“Raro”, el primer adjetivo que le viene a la mente de Gerardo Rodríguez cuando se le pregunta qué tal va el día sin féminas. “Complicado”: es el segundo. “Yo estoy alzando también la voz para que mi hija pueda vivir tranquila, que se pueda realizar como persona y ser feliz, por eso apoyo este paro”, se declara completamente a favor del movimiento, “yo no veo la vida ni la sociedad sin mujeres”.
Su espacio de trabajo es contiguo al de Malena. “Nooo, nooo… laboralmente es muy indispensable. Lidera muchas cosas, estaría complicado tener un rumbo sin ella”, es la visión que se le presenta cuando imagina el día en el cual, sin aviso previo, no se presente su compañera. Ambos, quien ahora brinda estas palabras y la ausente directora del departamento, comulgan en que es el ejemplo que le dan a sus hijos la mejor manera de educar a la sociedad.
LABORES QUE LOS HOMBRES NO ESTÁN ACOSTUMBRADOS A DESEMPEÑAR
Los primero ecos de las entrevistas previas llegan cuando toca la visita al colegio Asunción, donde estudia Valeria. Un muñeco y una muñeca, confeccionados a modo de artesanía otomí, adornan la recepción y recuerdan las palabras de la alumna: “yo veo el mundo como si fuera una persona; las mujeres son una pierna y los hombres otra, el mundo se caería si alguna de ellas dejara de funcionar”. Se me pide que regrese otro día, pues a falta de personal femenino, no hay quien atienda a la prensa; a los hombres se les han llenado las manos con labores que no están acostumbrados a desempeñar.
Caín es el encargado de sistemas en la escuela, pero hoy le ha tocado hacer de guardián en la puerta principal que engalana un moño púrpura. A pesar de negarme la entrada, su actitud es de disposición total y su sonrisa sincera no descansa. “La presencia femenina es lo que le da alegría al día a día. Es la sal del limón”, dice y después informa que en unos minutos saldrán los alumnos y podrán ser entrevistados. Esto último evoca también otras palabras de Valeria, a quien no le parecía productivo acortar el horario escolar, pues los niños de su institución deberían vivir la experiencia completa de un día “normal” sin mujeres.
Aún faltan lugares por visitar, por lo cual esperar al mediodía es imposible. Las vialidades de Querétaro se transitan tan fácil como se unta en un pan duro la mantequilla olvidada fuera de la nevera. Agentes femeninas de tránsito ponen orden en un cruce con el semáforo descompuesto; tal parece que la solidaridad gubernamental llegó marcó su límite dentro de las oficinas. Es turno de visitar Radar, la estación radiofónica donde trabaja Olivia Lara.
Los medios tradicionales están repletos de pensamientos homónimos. Para las mujeres de la empresa ausentarse era una opción, aunque bromear sobre ello da la impresión de ser una obligación para la mayoría de las personalidades masculinas que asistieron al trabajo. No es así para Giovanni, quien da negativas constantes con la cabeza ante los chistes de algunos de sus compañeros.
“No se trata de decir que no hay tráfico porque no hay mujeres al volante, no es un día que se haya dada para que las mujeres no vayan a laborar; no vinieron porque es necesario que, tanto ellas como hombres, se den cuenta de que su papel en la sociedad es fundamental”, explica Gio. El más claro y sencillo ejemplo que tiene es que no pudo abrir un cajón para entregar los boletos que suele resguardar la recepcionista de la estación. “Y no es eso; gracias a movimientos como estos es que las mujeres han tenido acceso a sus derechos y gracias a ello hoy tenemos a personas como Fer, como Diana, como Oli, que están detrás de un micrófono y son líderes de opinión. Se requiere de estos movimientos para que la sociedad despierte”.
El equipo de trabajo de esta radiodifusora consta de 14 féminas y 25 varones, Giovanni es el coordinador administrativo y asegura que nadie, en ningún lugar, es indispensable, sin embargo afirma que siempre hay gente importante. Así piensa de Olivia, de quien se enorgullece al saber que el día anterior salió a marchar. “Ella es muy carismática, es muy espontánea, en cabina y fuera de ella nos hace reír.”
Por su parte, Carlos Sandoval, operador del streaming, concuerda en la falta que hizo Olivia, tanto en su programa (Las Guajolotas), como en los detalles que tiene cuando no está al aire. “De cierta forma normalizas el que siempre van a estar ahí y el día que no están dices: ¡ay cabrón! ¿Y ahora a quién recurro? Se siente ese vacío y te lleva a la reflexión del qué pasaría si mañana desapareciera una mujer con la cual convives cotidianamente.”
A poco más de siete kilómetros de distancia, en el hospital Tec 100, el augurio de Itzel es una realidad; el piso cuatro de la torre dos está prácticamente vacío, puesto que la mayoría de los consultorios son atendidos por doctoras. La recepción de la planta baja ha sido suplida por un guardia de seguridad que no parece tan seguro de cómo actuar ante una labor que usualmente es llevada a cabo por una dama. Arriba la bienvenida la da un fantasma.
El único despacho abierto del cuarto nivel es el número 14: el Instituto de Neurología, Neurocirugía y Enfermedad Cerebrovascular. La entrada es protegida por Lucía, quien acepta que no puede ni siquiera imaginar fallar en el trabajo, aunque ha atado un listón morado a su muñeca en muestra de sororidad. Ella se considera importante en su ámbito y el doctor Lomelí lo afirma cuando sale para hacer válida su hora de alimentarse.
Él también lleva un listón del color ya mencionado adherido a su bata. “Ella tiene nuestro total apoyo en lo que ella decida”, responde a qué le hubiera parecido de haber Luci decidido faltar en este día. Y añade: “necesitamos darnos cuenta de la sociedad en la que vivimos y que sí hay una desigualdad terrible”
Es ya una costumbre sentir el caos al ingresar en el primer cuadro de la ciudad. Más a esta hora, cuando la gente sale a comer y los alumnos concluyen las jornadas estudiantiles, mas no es el caso del día. Sin parecer un pueblo desierto, el centro de Querétaro se encuentra mucho menos concurrido de lo habitual. Es probable que no sean el 50 por ciento los comercios que no han abierto, pero también es cierto que son muchos aquellos que han permanecido con las cortinas metálicas abajo.
Este es el caso de la estética Marce, misma en la cual se desenvuelve Leo, la peluquera trans que días antes confesó que a veces sentía ganas de disparar en los “huevos” de todos los hombres. Es muy probable que este pensamiento homicida haya sido inspirado por personas como el propietario de la mercería que se encuentra justo frente a su salón de belleza. A simple vista son tres las mujeres que trabajan para él, ellas lo señalan como portador de la única voz autorizada cuando se les pregunta qué hacen laborando en este momento.
UNA DISCUSIÓN QUE MÁS BIEN PARECE UN DEJA VU
Luis, el dueño de la mercería, menciona los ecos que dejaron las protestas del día anterior. “Como lo de ayer, empezaron a pintar… no quieren violencia y ellas mismas la provocan. Iban bien y todo esto se fue pa´bajo”. Me enfrasco en una tibia discusión que parece un deja vu de miles de comentarios que se leen en redes sociales mientras los empleados murmuran a espaldas de su jefe. “Matan hombres y mujeres en general por igual”; “salen con ropas provocativas”; “secuestran más hombres porque son los que tienen dinero”. La entrevista se ha convertido en un ciclo desgastante de contradicciones donde las mujeres tienen las mismas capacidades y derechos que los hombres aunque a esta aseveración siempre le proceda un “pero”.
“A lo mejor este movimiento ya es muy político. No dudo que el presidente o alguien más haya mandado a sus achichincles a hacer manes. Lo peor es que ni entre las mujeres se apoyan”, esta es la gota que derrama el vaso. Soy reportero, no educador, sin embargo no puedo evitar contar la parábola de los cangrejos alemanes y los mexicanos. Un hombre camina por la playa con dos cubetas, una tapada y otra descubierta. La primera lleva cangrejos teutones que se ayudan para salir y así evitar su trágica muerte en una olla con agua hirviendo; la segunda, llena de paisanos, puede prescindir de la tapa, pues la naturaleza de estos moluscos es jalarle la pata a aquel que va saliendo.
—¡Exacto! Así son las mujeres— contesta Luis.
—Así somos los mexicanos— replico.
—Pero más las mujeres.
No hay caso, pongo marcha a la huida. En el restaurante de tacos y gorditas de la mamá de Elvira me encuentro con una queja similar a la anterior. “¿Nuestros monumentos? ¿Pintar nuestro patrimonio?” Dice la aludida con cara de indignación. Entre el ajetreo de la hora de la comida y su sensibilidad, resulta mucho más fácil explicarle a esta mujer que las pinturas son una consecuencia del enojo que sienten aquellas que, como ella misma, llevan años sufriendo de acoso y violencia impune. Los alimentos son exquisitos y Elvira termina por darle la razón a las compañeras que dejaron su marca son aerosol durante la marcha del domingo anterior, no sin dejar de esconderse de su madre para emplear el lenguaje florido de su preferencia.
Preguntando a taxistas y choferes de camión la conclusión es la misma: la afluencia de personas es normal, lo que ha disminuido es el tránsito vehicular. Pudiera ser cierto, pero la presencia femenina que ahora se mira no se antoja ni como el 51 por ciento que en verdad representa. Si acaso, un triste 30. Afuera de la escuela donde estudia Julia, la hija de Leticia, camina una trabajadora del INE distinta a la previamente entrevistada. Esta usa una camisa morada; todo indica que al final no se les dio el día. “¿Y quién tendría que dárselos?” Es la interrogante de una de las maestras, quien, sin pelos en la lengua, declara que el movimiento se desvirtuó cuando un hombre salió a “dar permiso” para que la protesta se hiciera efectiva.
Cuando entrevisté a Fátima le pregunté si creía que alguien la extrañaría en este día. “Tú”, me respondió. Yo no pude hacer más que dudarlo, pues estaría completamente ocupado consiguiendo la información que ahora presento. Sin embargo tengo que tragarme mis palabras, pues casi al final de la jornada, no soy capaz de otra cosa que añorar sus brazos. Deslizo una nota a través del portal de su casa que dice simplemente eso: “Sí te extraño”.
Antes de regresar a casa, visito el supermercado en donde Sandy me dijo rotundamente que no asistirá a trabajar. Ha cumplido su palabra. Ahora toca cumplir la mía y redactar. No soporto la idea de no volver a ver a las personas que más quiero. Mi madre, por ejemplo, anticipó que hoy, nueve de marzo de 2020, no se le vería por ningún lado. Es la mentirosa más hermosa que jamás haya existido; esperó a mi arribo para poder compartir las anécdotas del día y una sopa recalentada conmigo.
Gracias a mis amigas, tías, primas, vecinas, conocidas. Gracias a todas y discúlpenme por haber creído que sería lo que hasta ahora he sido si no hubieran estado ahí desde un inicio. Esta lucha es de todos, pero no me queda duda de que son ustedes las más aptas, las más valientes para comandarla.