La magia de este bello barrio no termina con la mal llamada Monja Bonita –que en realidad era beata-, ya que en el tercer tercio del siglo XIX en el hospital general que estaba habilitado en este beaterio desde 1864, llegaron muchos heridos que a la postre morían y cuyas ánimas algunos veladores dicen ver y oír sus lamentos. También en ese tiempo trasladaron herida del rancho El Cristo, pertenecientes a la hacienda de La Capilla, a la famosa “Carambada”, quien murió después de recibir los santos óleos del obispo de Querétaro, don Rafael S. Camacho.
Aquí, de igual manera, se dejó ver muchas veces la famosa “planchada” o monja de servicio que atendía a enfermos y luego desaparecía misteriosamente. Todavía Coquito Olvera Montaño oyó hablar de ella en los años cuarenta del siglo XX.
En 1977 el gobernador Antonio Calzada Urquiza rescata del olvido el claustro de las mal llamadas “monjas rosas” e instala en Querétaro el prestigiado Colegio Ítalo-Mexicano de Artes Gráficas, con inversión estatal e italiana, cuyos talentosos profesores editaron el bello libro denominado “Salón de la historia del Estado de Querétaro”, el cual vio la luz el 24 de julio de 1979, y que se debe al elegante pluma del maestro José Guadalupe Ramírez Álvarez.
Por cierto que la apreciada familia Murúa Mejorada, concretamente mi compadre Toño, conserva el nombramiento de cronista del Estado, que en elegante pergamino firmó el presidente Luis Echeverría Álvarez. Los ignaros me cuestionan: “¿Por qué dices que el puesto lo creó el gobernador Calzada y el nombramiento está firmado por Echeverría?”. Y “El Divo” de la Constitución rápido les contesta: “Porque la facultad constitucional reglamentaria para nombrar funcionarios estatales era y es el gobernador, no del presidente de la República, además que ya don Antonio Calzada había rescatado la figura de cronista de la ciudad en 1972, cuando era alcalde capitalino. Si el nombramiento de cronista del Estado a favor de Ramírez Álvarez está firmado por Echeverría fue por una cortesía del arquitecto al Ejecutivo Federal, ya que Echeverría apreciaba mucho al rector y cronista del barrio de Santa Ana, al que le construyó el Centro Universitario de el cerro de Las Campanas, y con el que departía de tarde en tarde en su casa de las calle de Escobedo”.
Finalmente el nombramiento de Cronista del Estado de Ramírez Álvarez pasó por la Legislatura, más por cortesía política que por estar así previsto en la normatividad jurídica. He dicho.
Para terminar, diré lo que le sucedió al profesor Aurelio Olvera Montaño, vecino destacado de este barrio, hace más de 20 años: Yeyo venía a las dos de la mañana de un viaje de la Estudiantina de la UAQ, procedente de la Ciudad de México, y llegó a estacionar su coche sobre la calle de Fagoaga, frente al restaurante “El Paraíso”, dando la trompa de su coche hacia la fuente vieja de la plazuela “Ignacio Mariano de las Casas”, la cual fue sustituida por la actual “fuente Catarina”.
Aurelio estaba con la vista baja hacia el volante ajustando el seguro y sacando sus llaves y efectos personales del interior del vehículo, cuando de repente siente una mirada insistente y molesta sobre su cuerpo: ¡Era una mujer sentada en la fuente y vestidos blancos y que le llegaban “hasta el huesito”, de pelo largo y faz blanquecina como el mármol! Al pararse dicha silueta de la fuente se encaminó hacia el afamado músico y Yeyo pudo percatarse de la gran altura de tan extraña mujer. “¡Hasta los pensamientos lúbricos se me olvidaron!”, refiere el protagonista, quien ya no esperó a que los alcanzara el bulto en cuestión y raudo y veloz se encaminó hacia su hogar, situado en el número 5 de la risueña callecita sin atreverse siquiera a voltear a ver dónde había quedado el espantajo. Todavía en noches lóbregas y lúgubres el ánimo de Aurelio se encoge cuando tiene que llegar tarde a su casa, por ello ahora se estaciona en Pino Suárez y no en Francisco Fagoaga.