FOTOS DE LAS «SALIDAS FURTIVAS POR LA CIUDAD»: JUAN JOSÉ ARREOLA
Mi peor psicosis es la economía. Me asustan más los problemas financieros que la posibilidad de infectarme con el Covid-19 (cuestión que también espanta).
Así ha sido mi vida en casa en estos últimos 20 días.
¿He salido? Sí. Lo confieso. Voy dos días a la semana a la oficina pero también me toca hacer las compras en la Comer, adquirir las medicinas, ir por la verdura y la fruta…
Hace ocho días cruce -por pura curiosidad- el estacionamiento de Plaza del Parque; lo que vi me hizo imaginar una escena de esas películas apocalípticas que narran una catástrofe que casi extingue a la humanidad: apenas unos 10 o 12 autos estacionados, nadie caminando. El bolero, sentado en su banquillo, dormitando, sin clientes.
Calor intenso; se pueden ver las ondas de calor que surgen del pavimento. Silencio.
La tienda de artículos y accesorios para teléfonos celulares, que cotidianamente está a reventar, esta vez solo están las empleadas (¿Sí tienen permiso para abrir? ¿Es esencial su actividad?), sin saber a ciencia cierta qué hacer.
Al abrirse la pesada puerta de cristal del banco Santander, escucho los insultos que profiere una clienta (supongo) que sale presurosa de ese lugar. El empleado bancario ni se inmutó. Dejó salir a la señora, cerró la puerta y se inclinó para echar llave, como si nada hubiera pasado.
Más allá, en el cajero automático, un Vigilante Ciudadano y tres, cuatro personas en fila esperando turno para retirar dinero.
Tampoco había ese cotidiano tráfico que forma embotellamientos sobre la avenida Epigmenio González y por la lateral de Bernardo Quintana. Nada; este día, nada.
Tampoco la fila de autos que se forma todos los días, alrededor de las seis de la tarde, queriendo ingresar al estacionamiento del Querétaro 2000 y que estorban a más no poder, ni tampoco está la fila de quienes quieren dar vuelta en U, por abajo del puente de Pie de la Cuesta y Bernardo Quintana. Hoy no existen.
Hace muchos años, quizá unos 40 que no veía así a la ciudad: con tráfico vehicular fluido, ligero, sin prisas, sin presiones, dejando disfrutar el viaje.
Hoy, infortunadamente, eso lo debemos a la pandemia. Al bendito virus que a muchos nos espantó pero que a otros, como decimos popularmente, “les hace lo que el viento a Juárez”.
Y si no creen, échense una vuelta por el mercado del Tepe. Ahí sí que parece que no pasa nada; que es un territorio liberado, fumigado, sanitizado, con vendedores y “marchantes” inmunes al contagio. Que son de esa raza más chida a la que le canta el maestro Lora: hecha de tequila y mezcal.
Al interior; es decir, en mi casa, he reencontrado al comedor. Aprendí que en tiempos de calor, es mejor trabajar ahí. Retomé el gusto por regar el jardín y por la placentera observación -diariamente- del crecimiento del árbol de durazno.
Sigo lavando trastes solo que ahora más temprano. Tiendo la cama pero ahora más tarde y desayuno en horario irregular, ya no tan exactamente a las siete de la mañana cuando la vida era “normal”.
Extraño los abrazos de mi familia; los afectuosos saludos en la oficina. Añoro la hora del café y la charla sobre política entre los compañeros y compañeras de mi área de trabajo.
Es Querétaro en los tiempos de la pandemia.
Hoy (lunes 20 de abril de 2020, siendo las 22:30 horas) leo una noticia alentadora: en Querétaro se reportan 88 casos de personas enfermas de Covid-19, sólo un caso más que el domingo pasado y seis defunciones… la misma cantidad que el domingo.
Platico en casa que, por lo menos, las fatídicas cifras no se mueven tan rápido como en otras entidades y en otros países.
La mala noticia es que el precio del petróleo volvió a caer: la mezcla mexicana está en 8 dólares por barril; hace un mes superaba los 30 dólares. El dólar, en 24.50 pesos mexicanos.
Significa que México tendrá menos ingresos, que los empresarios pagarán mucho más caro los insumos que importen, que muy seguramente aumentarán los precios de los productos y que los bancos y cajas de ahorro tratarán, por todos los medios, de cobrarnos a los mortales endeudados, más intereses.
Eso es lo que me espanta: que se junten las pandemias; la de salud con la económica.
Entonces sí, sálvese quien pueda o, mejor aún, a ver qué persona lista graba imágenes para una futura película apocalíptica… pero, por favor, que sea de ciencia ficción y no una malquerida realidad.