¿Cómo te trata la cuarentena? Me pregunta José Antonio Gurrea, director de LaLupa.mx. Contesto: No sé cómo responder a esa pregunta. Llevo cinco días pensando que es jueves.
El día que José Antonio lanzó tremenda pregunta y me invitó a escribir estas líneas, era martes 14 de abril. Hoy es jueves 16 de abril de 2020. Este es mi tercer intento. El primer texto lo comencé con algo que me ocurrió a principios de enero. Lo eliminé de inmediato. El segundo lo empecé hoy a las siete de la mañana, después de llenar la mitad de la cuartilla me levanté del escritorio y me fui a ver un rato la rueda de prensa mañanera en donde anunciaron que la cuarentena se extiende hasta el 30 de mayo, para iniciar actividad el 1 de junio (siempre y cuando nos portemos bien). Luego bajé a desayunar. Al regresar a la computadora y teclear Enter para que apareciera la luz en la pantalla negra, tenía un aviso en la pantalla: ¿Desea guardar este documento? Contesté: no, sin darme cuenta que era mi texto sobre el confinamiento. Tengo la manía de abrir distintas pantallas de Word, escribir algunas líneas y no guardar nada hasta que llega el momento de que la máquina ya no soporta tantas ventanas abiertas, ahí es momento de guardar o no y reiniciar.
REINICIO. Ayer fui al supermercado, quería comprar –además de algunas cosas para la alacena que sólo ahí puedo encontrar–, unos plumines de colores, estoy aprendiendo a hacer flores. En Instagram sigo a una chica que dibuja flores con bolitas, palitos, puntitos y líneas entrecortadas. Si esto lo hubiera aprendido de niña, hoy me dedicaría a dibujar flores. Me encantan.
A las 7:45 a.m. salí de casa. En la parada de autobús que está en contraesquina de mi calle –ya en la avenida principal– no había nadie. En otro tiempo, a esta hora, estaría llena de ansiosos que van tarde para la escuela o el trabajo. La avenida tiene muchos comercios, el frente de las casas están ocupados en una parte o en su totalidad por locales de todo tipo. Aún es temprano y la mayoría lucen cerrados. Sorpresa ver que ya trabaja la señora de la estética, dos hombres de pelo y bigote cano posan cómodamente en la silla giratoria de color amarillo. No hay nada que mejor que vivir la pandemia con el cabello y el bigote bien arreglados, pienso que dicen en su interior.
He superado el límite de mi colonia. Casi al llegar al mercadito de la región vecina, me encuentro con una familia de vendedores de nopales. Él, ella y sus dos hijas pequeñas, pelan los nopalitos sentados todos en el suelo. Sigo mi camino y afuera de una farmacia veo a una pareja ¿novios, esposos? No lo sé. Resguardan labios y nariz con un cubrebocas y aun así se besan.
Cruzo una colonia más y finalmente llego al supermercado, de las dos puertas de acceso que hay sólo una está abierta. En un letrero muy grande avisan que sólo puede acceder una persona por familia. Entro, me voy directo a la papelería y no encuentro los plumines que quería. En la sección de libros y revistas veo de reojo a un muchacho alto y delgado leer entretenidamente. Me quedo con la duda de saber el título que lo mantiene de pie, sin importar que afuera hay un virus. Sí hay gente en el resto de la tienda, en realidad muy poca, la mayoría es personal del mismo lugar que está acomodando cosas. El área donde se encuentran frijol, arroz y lentejas casi está vacía. También se ve muy vacío el lugar donde están los cereales. Aunque ya hay alguien acomodando más cajas. El morralito que he llevado para mis compras se ha llenado. Me dirijo a las cajas y vuelvo a pasar por la papelería, quizá mágicamente aparezcan los plumines que deseo. Pero no.
Sólo hay tres cajas abiertas. Elijo la más cercana. La mujer que está delante de mí, al momento de acomodar de nuevo sus cosas en el carrito, dice: ahora sí extraño a los empacadores. Toca mi turno. Pago y salgo sin mayor complicación. De regreso sigo mis pasos por el mismo camino. Ahora la vista es distinta, hay más gente, los puestos de verdura están abriendo, la carnicería, cremería, tortillería, ferretería, lavandería y farmacias han levantado sus puertas. Justo antes de llegar a un puesto de verduras veo a una mujer mayor acomodar en el piso un costal para echar la tierra de monte, muy buena para macetas; la señora y el hombre que la acompaña, casi de su misma edad, traen cubrebocas. Son pocos los que he visto con cubrebocas en este trayecto. Sólo la pareja joven afuera de la farmacia y ellos.
Me detengo en una papelería que veo abierta. Improvisadamente colgaron sobre el mostrador un plástico, a modo de barrera antiviral. Pido una cinta adhesiva, una pluma de gel y una goma de borrar. Pago con un billete y la chica que atiende lo toma de una esquinita y el cambio lo deja en el mostrador con las cosas que pedí. Los tomo, echo a mi bolsa y salgo. En la cremería que siempre está atiborrada hay muy poca gente y los pocos que están se ven en extremo distanciados. En el último puesto de verduras y frutas por el que me toca pasar, están acomodando mango, es temporada del manila. Casi al llegar a casa escucho que un vecino le plática a otro que el fin de semana pasado fueron a una fiesta en un rancho, en los ranchos no llegan esas cosas de los virus, dijo, por eso fuimos.
Por la noche recibo una llamada de mi hermana, me plática que un músico muy famoso de la ciudad, un hombre ya mayor, pero con un ánimo y ganas de vivir admirables, anda de arriba para abajo. Y le ha dicho: “Señora Carmen: no crea nada del coronavirus. Nadie va a morir por eso, si nos vamos a morir de algo, será de pobres. Yo sé lo que les digo”. La hija de mi hermana está embarazada, se va aliviar a finales de mayo o principios de junio. Le han recomendado ir al Hospital del Niño y la Mujer, pero ahora una parte de ese hospital se ha destinado a atender casos de Covid-19. Está saturado el lugar para las pacientes que van a dar a luz. Aún no sabemos qué vamos a hacer, dice mi hermana.
Mis papás tampoco creen en el coronavirus. Mi madre me ha dicho: Pues yo ya viví. Y mi papá todos los días toma un camión muy temprano para llegar a la central de autobuses, de ahí aborda un Fecha Azul que lo lleva al municipio de Pedro Escobedo, en donde tiene su taller de mecánica. En la tarde hace el mismo trayecto de vuelta. Mi padre es diabético e hipertenso. De algo me tengo que morir, me dice. A finales de enero, principios de febrero, cayó en urgencias del IMSS y estuvimos ahí 12 días. Además de salir con las molestias por las dos intervenciones que le realizaron, terminó lleno de lesiones en espalda y piernas, por lo incómodas que son las camillas. Pasó cinco días sin medicamento para su presión porque no tenían y no nos habían comunicado. Le daban agua con una jeringa. Su alta fue sugerida por el médico cirujano que lo atendió, no porque estuviera bien, sino porque era mejor curarlo ya en casa, pues en urgencias no tenían las cosas que necesitaba, algunas tan simples como agua caliente. Me aterroriza la idea de volver al hospital ahora que estamos en esta situación.
Después de los 12 días que pasé con mi padre en urgencias, terminé con un terrible dolor de garganta e inflamación en los oídos. Dicen que el dolor de garganta es causado por una furia que impide hablar. Además del medicamento, el médico me recomendó no salir durante 15, mejor 20 días. Nada de sol, ni frío. Y cero chocolate. Lo del chocolate lo dijo tres veces. Traté de guardarme lo más que pude. Salía para cosas extraordinarias del trabajo.
Cuando inició mi enclaustramiento voluntario dije: voy a aprovechar el tiempo para arreglar mi estudio, tengo varias cajas con libros y revistas sin ordenar, papeles que necesitan ser revisados. No hice nada. Terminé con cordura ese periodo y sólo una semana me duró el gusto, a la siguiente anunciaron la cuarentena de forma oficial en México. Si ya sobreviví a una, puedo sobrevivir a ésta, me reconfortaba yo misma. Y ahora sí voy a arreglar mi estudio, dije. Pero, no sé cuántos días llevamos en cuarentena, yo aún no logro establecer un horario de rutina, ha vuelto la ansiedad y aunque escribo mucho, termino siempre borrando todo. Y los libros parece que se revuelven solos. Además desarrollé un terrible vicio. Me dedico gran parte del día a buscar libros en PDF o e-book de descarga gratuita, mi pesquisa ahora va en nivel internacional, ya tengo tantos y no sé si algún día los leeré, pero me da placer buscarlos, bajarlos, etiquetarlos y guardarlos en una carpeta especial.
Interrumpí unos segundos mi escritura, porque un contacto de Facebook compartió que en Cultura de Tabasco tienen un archivo de descarga. Mordí el anzuelo con obras de poesía de Carlos Pellicer.
No me pesa el encierro. Estoy acostumbrada a estar en casa, o en la biblioteca (me gusta ir a la biblioteca de Filosofía de la UAQ) y ahí me paso horas sola, leyendo, escribiendo. No soy de fiestas ni de eventos grandes, el tumulto de gente me causa vértigo. Pero sin duda esta segunda cuarentena a la que me enfrento va más allá del encierro. Lo incierto me crea pánico. Por una semana traté de desconectarme de las redes, el conteo diario de muertos, a nosotros como periodistas, también nos afecta.
La imposibilidad de ver a mis sobrinos, eso sí me pega. En los primeros días llamé a mis sobrinas que son unas adolescentes, pero nunca contestaron. Cuando reclamé en el grupo de la familia (que yo misma abrí en WhatsApp), su madre contestó que estaban muy ocupadas con un curso de bordado, que algunos días se encargaban del menú de la comida, además les habían dejado mucha tarea. Supongo que es lo que gané cuando ellas, más pequeñas, me llamaban y yo no podía contestar por estar ocupada en el trabajo. El más pequeño tiene meses. Sus hermanas me mandaron hoy un video donde le están dando de comer y se queda dormido, pero aún con los ojos cerrados él sigue comiendo. Dicen que cuando llora, le cantan Pin Pon es un muñeco y deja de llorar. Cuando no quiere tomar su leche, le cantan Pin Pon es un muñeco y se la toma. Él no sabe lo que está pasando y así está bien. Yo estoy bien, aunque no tengo quien me cante Pin Pon.
PD 1: Ya sé porque llevo tantos días pensando que es jueves. Porque los viernes descanso. A modo de meme veo que publican: Cuando esto termine tomaré vacaciones. No es un chiste. Esto es realmente cansado.
PD2: Voy a tomar en serio esta tercera oportunidad (digo tercera porque ya vamos en una extensión de cuarentena, y yo ya había vivido un enclaustramiento previo) y voy a arreglar mi estudio, tal vez el universo está esperando que haga eso. (Tengo pendiente cerrar otros ciclos, también lo aprovecharé para eso). Aceptar y fluir.