Día X de cuarentena.
Querido Diario:
Siete muertos en Querétaro y hasta ahora me doy cuenta de que la amenaza siempre ha estado ahí y que aparece por todos lados.
Para tratar de relajarme veo una película de Disney La espada en la piedra. Todo va bien hasta que los dos magos tienen un duelo de magia, y para ver quién es el más fuerte se van convirtiendo en diferentes animales, dónde uno a otro va venciendo al anterior, hasta que Merlín se convierte en un microbio que se incrusta en el organismo de Madame Mim y le saca manchas rojas y fiebre altísima, postrándola en la cama para el resto de la película. Como jamás vuelve a aparecer, doy por hecho que falleció.
Tratando de olvidar, me pongo a ver Un encuentro inesperado (Hermosillo, 1993), esa obra de teatro que fue filmada como película, justo la penúltima que filmó Lucha Villa y, donde canta “Amor eterno”, de Juanga, a capella, al lado de María Rojo.
Aunque trato de huir del virus que aparece en la película de Disney, en ésta también se aparece: La Rojo deja solo a su anciano padre, que está muriendo con calentura, tos y apenas puede respirar.
Eso es lo que me está pasando ahora. Veo la punta del iceberg por doquier. En todos lados veo la señal de que el virus ahí ha estado siempre, siempre…
Enpeliculadamente… Josué
Día Y de cuarentena.
Querido Diario:
En mi sopor, ya no importa lo que veo, el asunto es ver cualquier película o serie, porque si veo la tele, o el Internet, el WhatsApp, Twitter, Facebook o Telegram, e incluso las aplicaciones de ligue, por todos lados está el virus junto con sus historias…
Pero lo más terrible, es que cuando veo en las películas o en la series que una persona se acerca a la otra, me comienza un angustia terrible, porque sé que la va a tocar, y no sabe si lo tiene o no, y no lo sabrá hasta 14 días después.
Esa terrible angustia estalla dentro de mi, cada vez que en la pantalla la gente se toca, se roza, se abraza o se besa, o simplemente están viendo juntos la tele o desayunando.
En cuanto comienzo a ver que alguien se acerca a otra persona, desde el momento en que veo que hay mucha gente en algún parque, en la playa, en la iglesia, ¡en la calle!, mi angustia comienza a crecer y no se detiene.
Sólo se aplaca, un poco, comiendo. Ya la ropa no me queda. De hecho ya ni me la pongo porque toda me aprieta. Además, ¿cómo para qué me visto?, si no voy a salir ni va venir nadie.
Del ejercicio, ni hablar. No hago y ya me duele la espalda, los brazos, hasta las piernas, pero no puedo encargarme de eso porque distraigo mi atención de la garganta.
Tengo que estar muy al pendiente de mi garganta, de mis pulmones, del sonido de mi respiración, y cuando asoma de la boca un par de tosidas, como ya estoy seguro que ya está aquí, dentro de mí, corro por el termómetro.
A pesar de que los calores ya están presentes, nunca he pasado de 36.5 grados centígrados, que por cierto equivalen a 96.8 grados Fahrenheit. En algún lugar del mundo, sí tengo muchos grados de calentura.
Acalenturadamente… Josué.
Día Z de cuarentena.
Querido Diario:
Tengo ya 4 semanas de estar casi viviendo escondido debajo de mi cama. No recibo a nadie. No salgo para nada.
Benja, con quien compré la casona, tiene su habitación a 75 metros de la mía. Gracias a Dios, él es quien se encarga de salir un día a la semana a comprar los víveres que nos van haciendo falta, aunque ya tenemos nuestra despensa, siempre hay algo que “ya se acabó”.
Se pone un pantalón largo, sus botas viejas, una camisa de mangas largas, un sombrero o gorra y una mascarilla azul.
Eso me dice, porque yo no le veo ni cuando se va, ni cuando vuelve, porque al volver camina directamente al patio de atrás, donde se quita toda esa ropa y la mete a lavar, para después sacarla a que se asolee el resto del día. Todo salvo sus botas viejas, que deja en el portón de entrada, al inicio del pasillo.
Benja, desinfecta cada artículo que compró y sólo hasta entonces, se va a bañar. Ya cuando termina su aseo personal, me manda un mensajito para avisarme que ya regresó, a lo cual respondo siempre lo mismo: “¿Ya te sanitizaste?” y él me responde: “Ya me desinfecté”. Y es hasta entonces que salgo de debajo de mi cama y voy hasta la cocina a alimentarme.
Se que lo adecuado es decir “desinfectar”, pero “sanitizar”, me suena un poco a santificar, y me gusta como se oye.
Aunque también se asemeja a “satanizar”…
Estoy bendecido al convivir con este gran hombre, en todo el sentido de la palabra, y recibir su infinito apoyo día tras día. Aunque no lo sea, para mí es un santo, y eso que no creo en ellos. Cuánto le agradezco de todo corazón que haya dejado su trabajo para no estar en contacto con por lo menos 30 personas diferentes cada día. Benja sabe muy bien, que si el Covid me da… no podré resistirlo.
Otro día más.
Querido Diario:
El dolor interno en la garganta fue tan fuerte que me despertó. No podía respirar. Pensé que me iba a morir. Y comencé a arrepentirme de mis pecados, muy en serio. De pronto, me acordé de la prueba que ya he repetido a lo largo de estas cuatro semanas:
Me siento. Respiro profundo, profundo, profundo. Sostengo. Cuento hasta 10 muuuuuy despacito, mientras voy soltando el aire.
Siempre he llegado a 20.
¡No manches! La verdad es que tengo tan arraigados los síntomas, que ya los he padecido por lo menos 12 veces en estas cuatro semanas.
Ya que se me pasó el susto, acomodé mi almohada superior y la sentí empapada en sudor.
Como ese es otro de los síntomas, inmediatamente agarré los dos termómetros y me los coloqué bajo las axilas. Esperé tres minutos, mientras mentalmente repasaba cada milímetro de la garganta donde me había pegado el dolor.
35.5 en ambos.
A ver ahora cuántas horas tardo en volverme a dormir…
Insomniadoramente… Josué
¿Un nuevo… día?
Querido Diario:
Hoy el clima ha estado medio raro. Llovió. Hubo sol. Calor. Fresco. Pero todo esto ocurrió en el mismo medio día, y con mis nuevos hábitos de dormirme después de dormir, pues confundí la tarde con la noche, y cuando me desperté estaba seguro de que ya era otro día, y más porque ¡me estaba muriendo de hambre!
Cuando leo a mis amigos y sus memes de “lista de comidas ya hechas durante la cuarentena”, me dí cuenta de que ya habíamos pasado por casi todas las etapas: desde la Carlota, hasta el cafecito delicioso, pasando por los platanitos fritos, los hot cakes con plátano y el licuado de plátano.
Un muy querido amigo mío, Emanuel, rompió su alcancía, se organizó con su mami y comenzaron a juntar productos para apoyar las personas que vivimos con VIH o Sida y que superamos los 60, para llevarles personalmente unas despensas muy buenas. Aunque la mía fue muy especial: “para que no salgas, ni a la tienda”, una de las bolsas traía ¡Coca colas y jugos! N´ombre, si le siguen así, hasta me va a dar mucha tristeza cuando se nos acabe la cuarentena.
Pero por quién no me va a dar tristeza que termine esta época, y por lo contrario me va a dar mucha alegría, es por Ana Yolanda.
Ana Yolanda dirige desde hace mil años una Organización No Gubernamental que se llama “Pan que ayuda”, y como su nombre lo indica hacen pan, y también galletas, pasteles, roscas y todo lo que tiene que ver con la repostería. Y ayudan.
Pero desde que esto empezó tuvieron que cerrar y gran parte de su material se quedó en la fábrica, por lo que ahora reparte despensas para los más afectados por esta crisis sanitaria.
Ana Yolanda es una de esos seres humanos, mujeres en especial, que en verdad que trabajan realmente en favor de una comunidad bien relegada que son las personas con capacidades diferentes, pues en su fábrica ella ha contratado a personas ciegas, débiles visuales, en sillas de rueda, sordos y/o mudos, y más.
Ana Yolanda no puede caminar y anda en su silla de ruedas, por lo que tuvo que adaptar su auto para poderlo manejar. Y fue justo en éste donde nos trajo la primera despensa que recibimos: bolsas y bolsas y bolsas con granos, latas y frascos.
La verdad cuando supe todo lo que ella personalmente nos había traído, se me salieron algunas lagrimillas de felicidad y agradecimiento.
Cuándo Benja me dijo que Ana Yolanda nos había traído un chorro de cosas, y que saliera a verlas, porque ya las había sanitizado, sentí no se cuántas cosas.
Un par de semanas después, Ana Yolanda nos trajo ahora una mega despensa verde: tomate, cilantro, chayote, chiles jalapeños, pepinos. ¡Ah! Y como cinco mil ajos.
Otro día te cuento la mega epopeya que vivieron mis amigos de la Ciudad de México para hacerme llegar mi factor de transferencia, en estos día de contingencia. Las redes existen. Tengo que darle las gracias a Dios por haberme enredado en ellas.
Enredadamente… Josué