Autoría de 5:11 pm Rocío Benítez - Zona de la Visión Perpetua

Del Capulinita a mi primer libro de poesía – Rocío Benítez

A propósito del “Día internacional del libro”, va esta historia. Cuando estaba a punto de entrar a la primaria, una maestra recomendó a mis padres que me compraran material para leer en casa. Al domingo siguiente fuimos a un puesto de revista y me dejaron escoger lo que yo quisiera. Elegí una historieta del Pato Donald, Archie y un Capulinita (que eran las aventuras del personaje que encarnaba en el cine Gaspar Henaine). Así comenzó mi aventura.

Mis padres no sabían de libros. Papá llegó hasta tercero de primaria, dejó la escuela para trabajar; mi madre comenzó a ayudar desde muy chica a mi abuelita, que vendía comida; estudió de grande, en una clase nocturna. Sabe escribir su nombre y al hacerlo le tiemblan las manos. El libro imaginario que mis padres aprendieron desde niños lleva el título: trabaja, trabaja, trabaja.

En mi casa no teníamos libros, más los que guardaba en mi mochila, los de texto que impartía la SEP, que me encantaba porque tenía cuentitos, canciones y poemas, además de bellísimas ilustraciones.

Ahí conocí la historia de Medusa y Perseo. Y aún recuerdo los versos: “El rey de este país/ hizo este rico pan/ con un poco de maíz/ y la miel de un panal”.

No sé qué año de la primaria cursaba, cuando pasó a la casa un vendedor de diccionarios. Los vendía en abonos, pero mi mamá no toma nada en abonos. Si uno no tiene dinero no compra, nos decía. El vendedor dijo que si lo pagaba de contado haría un gran descuento. Mi madre atendía al hombre desde la ventana, yo pegada a sus faldas no veía su cara, sólo escuchaba su voz. Tardó casi una hora, pero al final la convenció. Y de tal forma que nos compró a mí y mis hermanos un gordo diccionario Grijalbo que estaba forrado con imitación de piel tersa, color caramelo. Un librote que yo cargaba como si fuera un bebé.

Un hermano menor gordo y sabiondo. También compró una enciclopedia Larousse de seis tomos. Mi padre mandó a hacer un librero que colgaron de manera fija a la entrada de la casa, ahí permanecieron, diccionario y enciclopedia, hasta que los lleve a mi recamara a vivir conmigo. Luego decidí heredarlos a mis sobrinas, pero ellas no lo usan porque ahora todo está en Internet. El librero hoy se ocupa para presumir los adornos de las fiestas a las que van mis papás: bautizos, bodas, XV años. Entre otras cosas que sólo atraen polvo.

En la secundaria me hice aficionada a una revista juvenil que tenía una sección para hacer amigos de otros países. Y, con el pretexto de que en la clase de español nos dejaron como tarea escribir una carta y enviarla, aproveché y mandé a una gran cantidad de gente fuera de México, me contestaron de Perú, Chile, Cuba y Argentina (curioso, la chica de Argentina también se llama Rocío y también estudió periodismo). Así que en ese tiempo leía sólo cartas.

Mis padres nunca escatimaron en comprarme un libro para la escuela. En la preparatoria, en la clase de química, teníamos que transcribir varios capítulos de un voluminoso libro, cuyo autor tenía el apellido Chamizo. Así que mis papás me compraron el librote ese, que en un principio sólo podía consultar en la biblioteca, pero como siempre había gente usándolo, mientras esperaba mi turno me entretenía leyendo poesía.

Toda esta gran introducción es sólo para hablar del primer libro de poesía que leí de manera formal: “Tema y variaciones con otros poemas” de Miguel Guardia (1924-1982, Ciudad de México). Todos los días pasaba a la biblioteca para copiar un poema en una libreta que dediqué especialmente para eso. Seguro por ahí aún existe esa libreta, no sé en dónde, pero seguro está. Mientras aparece, comparto con ustedes dos poemas de Miguel Guardia.

RECUÉRDAME

II

Muchas cosas nos unieron, pero tú y yo

somos gente difícil de acompañar, aun entre

nosotros mismos. Somos, más bien, solitarios,

y por ellos en ocasiones sentimos una

lejanía que en realidad no existe.

No quisiera que nos perdiéramos el uno al otro

simplemente por la mala costumbre

de quedarnos mirando hacia otro lado.

También siento esto: que debemos luchar juntos

por todo lo que nos es querido.

He de pedirte, con el tiempo en la mano,

que de la misma manera que te recuerdo

cuando nos alejamos, me recuerdes. Con ternura:

solamente si nos encontramos a salvo

el uno en el otro, estaremos a salvo.

Piensa en mí con amor, recuérdame amorosamente,

que sea el amor quien dirija tus pensamientos

hacia mí, como conduce los míos a tu lado.

Y así nos libraremos de la muerte,

aunque haya de venir. Y aunque no exista.

 DESPEDIDA

Guárdala en lo profundo de tus ojos;

en la callada sangre de tus manos;

guárdala donde guardas

el llanto solitario;

donde guardas las cosas que te muerden

clavadas al costado.

Entiérrala en la tierra en que ha caído

la huella de mis pasos…

Yo no la quiero ya.

Se la dejo al amparo de tus labios,

a la negra fragancia de tu pelo

y al fantasma infinito del pasado.

Tengo para el camino,

que va desde tus brazos

hasta no sé qué puertas ignoradas,

el eco de tus labios

y la curva dolida de tu cuerpo.

Al irme de tu lado

no volveré los ojos a mirarte,

ni tú tampoco, acaso,

me mirarás hundir en la distancia

mi pie descompasado…

Por eso te la dejo

y me voy como vine, siempre amargo,

con las manos vacías

y el corazón descerrajado y blanco.

Yo no quiero que digas que al llevarla

conmigo la he dejado

que se fuera muriendo poco a poco:

cuídala con tus manos,

hazla vivir, tal vez yo venga un día,

ya menos desolado,

a recoger la flor de mi esperanza

que abandono a tu amparo.

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Last modified: 28 septiembre, 2021
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