Autoría de 7:00 am Cartas desde la Cuarentena

Todo va de maravilla – Rodrigo Castañeda

Creo que es jueves.

Han pasado… no sé cuántos días. He tenido la enfermedad en treinta y siete momentos diferentes. Me he cambiado la pijama tres veces desde que inició la cuarentena. Todo va de maravilla.

Hoy mi día ha comenzado igual que los otros, con la pequeña diferencia de que me acabo de enterar que, a causa de mi hipertensión, si lo peor llega a suceder, me va a suceder a mí porque el respirador que me podría tocar es para uno de los jóvenes de este país, seguramente alguno de mis vecinos, que se han pasado estos días organizando fiestas para, según ellos, salvar de la quiebra a la industria cervecera.

Pero no importa, aquí lo que vale es mantener una actitud positiva. Eso es lo que hemos estado haciendo mi esposa y yo desde hace, no sé, ¿seis meses que comenzó la cuarentena?, o algo así.

El autor, tratando de mantener una actitud positiva.

He descubierto que la falta de calendarios es una bendición, así no sé cuánto tiempo llevamos encerrados, ni cuánto tiempo falta. La ausencia de un papel que señale los días, hace que el tiempo se suspenda y exista en una relatividad absoluta, tal y como lo planteaba Einstein.

Los días en confinamiento han sido súper interesantes. Para comenzar tengo que decir que han sido días de mucha introspección, donde he llegado a conocerme a mí mismo de formas que nunca hubiera sospechado. Hoy sé, por ejemplo, que detesto que usen la palabra “deli” para referirse a algo bueno; “es que la cena estuvo deli, me hice un masaje de pies deli”. La odio con todo, todo mi ser.

¿De qué estaba hablando?

Perdón, por un momento me perdí, es que aquí en la colonia hay algo que emite un pitido constante. Beep. A cada rato. Beep. Se escucha ese sonido. Beep. Y no sé de dónde viene. Beep. Atenta. Beep. Contra mi paz mental. Beep. Y la actitud. Beep. Positiva. Beep. Que intento. Beep. Crear.

Respiro. Me concentro…

Les decía que han sido días en los que mi curiosidad científica ha aflorado. Igual que Jane Goodall, yo he dedicado la mayor parte del tiempo de este encierro a observar, a través de la seguridad de mi ventana, a los vecinos. El estudio que improvisé –y desde donde escribo esto– da justo al patio trasero de tres de casas. Desde mi puesto de observación, registro las dinámicas sociales de los que me rodean.

Han sido días en los que mi curiosidad científica ha aflorado. Igual que Jane Goodall, yo he dedicado la mayor parte del tiempo de este encierro a observar, a través d.e la seguridad de mi ventana, a los vecinos.

Justo ahora, si me asomo, puedo ver que la puerta del baño de mis vecinos está entreabierta. Sobre el lavabo hay una crema Pond´s, de las de tapa azul claro. Hay una toalla para manos en un toallero extremadamente alto, un vaso de cristal, una canasta con lo que, a esta distancia, me atreveré a denominar como un cepillo eléctrico y un hombre molesto que me hace un ademán obsceno y está cerrando las persianas apresuradamente.

En el patio de al lado está mi otro vecino. No sé a qué se dedica. Desde mi ventana puedo ver que en la suya hay un restirador. También sé que está triste porque no pudo ir al concierto de Pink Floyd. Lo sé porque el otro día se quejaba amargamente desde su patio.

Pero, bueno, el día sigue. Es momento de bajar a desayunar.

Las comidas se han vuelto uno de los puntos altos de mis días. Es el momento en que convivo con mi esposa y hablo de los eventos del día anterior. Hoy, por ejemplo, ella me cuenta sobre su trabajo a distancia, mientras que yo le anuncio que, probablemente, cuando todo esto pase, uno de nuestros vecino puede que esté molesto conmigo.

En general, durante nuestros encuentros mañaneros ambos platicamos de lo mismo. Lo bien que la estamos llevando durante esta cuarentena. Creo que una de las cosas que ha contribuido a nuestro buen desempeño es que dejamos de preocuparnos, como desde hace dos semanas, por definir qué es “normal”.

–A la mierda lo normal –dijimos, perdiendo cualquier rastro de cordura.

Desde ese día hemos vivido bajo la filosofía de “you do you” o “¿tú hazte tú?”. Yo, por ejemplo, decidí cortarme el pelo a mí mismo, mi elección fue un estilo que tiene un lado más largo que el otro, una parte rapada –accidente con la máquina– y doce tijeretazos en la parte trasera de la cabeza. Lo he denominado “Capas, pero no de la misma cebolla”.

Mi esposa, por su parte, ha decidido que el encierro no es razón para dejarse ir, por lo que se depila religiosamente la mitad de las piernas. No la mitad de abajo, o una pierna sí y una no. Ella se depila la mitad de cada pierna. Es un poco extraño verla; el interior de sus muslos es completamente liso y el exterior peludo. Es como observar a un oso zambo.

Después del desayuno el día, habitualmente, transcurre en relativa calma. Hoy no es diferente. Fiel a mis tradiciones, continuo con mi rutina. Para mí, este es el momento de la cultura, de celebrar el espíritu humano. Mientras el Museo del Prado, el Munal o el MOMA organizan exhibiciones virtuales, y el MET de Nueva York tiene sus noches de ópera, yo dedico este momento a ver Tiger King por sexta vez. La tragicomedia humana es rica en contrastes, intentos de asesinato y grandes felinos.

Mientras el Museo del Prado, el Munal o el MOMA organizan exhibiciones virtuales, yo dedico este momento a ver Tiger King por sexta vez. La tragicomedia humana es rica en contrastes, intentos de asesinato y grandes felinos.

Llega la tarde y vuelvo a la ventana, esta vez a la que da al frente de la casa, para que ningún vecino se sienta discriminado. Todas las tardes veo a gente en la calle y pienso que quiero salir, ser irresponsable, así como ellos. Nadie quiere quedarse encerrado y yo, en los momentos más desesperados, descubro que también tengo ganas de ir al tianguis, a pensar, cosas. ¿Existirán todavía los tianguis?

Con la noche llega la calma. Llamo por teléfono a mi mamá todos los días para ver cómo está. Ella me cuenta lo que ha hecho. Acaba de tejer su quinto suéter y vio una serie nueva –que ya había visto–, ordenó todas las figuras de sus repisas y salió a la esquina, porque para ella eso no es salir.

Quisiera decir que en cuanto pongo la cabeza en la almohada llega el sueño, pero no. Es momento de hacer una reflexión más sobre el día y lo que está sucediendo. Una hora de pánico, dos de “¿cuándo se va a terminar esto?”, una más de “¿por qué la gente está atacando a los doctores?, no es como que sean los únicos que pueden salvarnos” y “¿cómo carajos atacas a un doctor respetando la sana distancia al mismo tiempo?”.

Dos horas más, y mientras me voy quedando dormido pienso en todo lo que voy a hacer cuando acabe la cuarentena: ir a muchos lugares, visitar a tantas personas, lamer todos los picaportes de la colonia.

Post Scriptum.

Han sido dos días después de que terminé este texto y:

Estoy arreglando toda la casa, TODA la casa.

He desarrollado Síndrome de Estocolmo con el servicio de atención telefónica MarcaSAT.

Encontré un par de binoculares y he ampliado mi investigación a la calle de enfrente.

Todo está bien.

RODRIGO CASTAÑEDA AGUILERA ES MAESTRO EN LITERATURA DIGITAL Y TEXTUALIDADES ELECTRÓNICAS, EGRESADO DE LA UNIVERSIDAD DE BARCELONA. PROFESOR EN LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE QUERÉTARO.
TW: @DRNIEBLA
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Last modified: 26 septiembre, 2021
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