Autoría de 3:15 pm Cartas desde la Cuarentena

No me asumo optimista – Jovita Zaragoza Cisneros

Este domingo 3 de mayo se cumplen 48 días que en casa iniciamos el confinamiento. Un poco obligados por nuestros hijos y por convicción al ver los estragos que el coronavirus estaba haciendo en otros países y porque, en el nuestro, hay una proverbial y bien ganada desconfianza hacia los datos oficiales que manejan los gobiernos (sean de cualquier color). Mi esposo y yo acordamos precaución restringiendo nuestra vida social desde el 15 de marzo.

“Nuestra cultura es tan parecida a la de los italianos”, dijo una de nuestras hijas, mencionando lo que estaba sucediendo en Italia y el caso omiso de su población a guardarse en casa. Las noticias empezaban a dar cuenta de la factura a pagar con el alto número de contagiados por el coronavirus. ¿Te refieres a lo corrupto de ambas sociedades?, pregunté en tono de broma . En eso y en todo lo demás, fue la respuesta. Callamos. Todo lo que dijéramos entraría en el rango de lo especulativo. Pero sabíamos que no era descabellado nuestro escepticismo sobre el cómo enfrentaríamos, gobierno y sociedad, esta crisis.

“’Nuestra cultura es tan parecida a la de los italianos’, dijo una de nuestras hijas, mencionando lo que estaba sucediendo en Italia y el caso omiso de su población a guardarse en casa».

Esa fecha fue la última vez que convivimos en casa hijos, sus respectivas parejas e hijos, nuestros nietos, a quienes solemos disfrutar un día al semana. Fue eso uno de los primeros golpes experimentados. Antes de la segunda semana empezamos a padecer la resaca de sus abrazos y risas. Sobre todo de la nieta pequeña, de casi 6 años, para quien el abuelo previsor, anticipándose a las vacaciones de Semana Santa, encargara un Brincolín o Tomlin de suficiente diámetro para que brincara a sus anchas y largas. En el colmo del entusiasmo, en cuanto llegó el juego, el abuelo lo armó y espera en el jardín para ser estrenado. Viendo lo que aún falta para romper el confinamiento , uno de estos días le pedí lo vuelva a guardar en la caja porque siento un pequeño piquetito cada que lo veo allí, como recordatorio del inicio de una larga pausa a lo que significa una de nuestras alegrías más profundas en nuestras vidas. No le es posible volverlo a su caja, dice; porque le costó trabajo sacarlo y armar sus piezas. Volverlo a desarmar es más pesado. Se niega a que yo le ayude. No insisto.

«Antes de la segunda semana empezamos a padecer la resaca de los abrazos y risas de los nietos. Sobre todo de la nieta pequeña, de casi 6 años, para quien el abuelo previsor, anticipándose a las vacaciones de Semana Santa, encargara un Brincolín de suficiente diámetro para que brincara a sus anchas y largas».

“¿Recuerdas cuando la noticia del arribo del hombre a la luna sacudió al mundo entero y sentimos entonces que empezaba un viaje de todas las conquistas que ya nadie detendría?”, fue una de las frases que solté en estos días, mientras desayunábamos los dos solos en el amplio comedor de una casa que cada vez nos queda más grande. Asintió con la cabeza y cambió el tema. La sonrisa que quiso acompañar mi frase se estancó en una débil mueca de ironía involuntaria, al tiempo que una frase que escuché por allí , que no entra dentro de mis referencias o menciones salió a mi encuentro: “ Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. ¡Vaya! Seguramente estaría sonriendo de la mayor parte de la humanidad. Somos tan dados a hacer planes como si la vida se deslizara toda sobre mares calmos y seguros y nosotros, sus hijos, diestros capitanes de un barco a prueba de toda marejada.

A tener paciencia, concluí. Y aprovechar ahora, sin tantos distractores, para escribir material de literatura pendientes y leer, me dije. Aparté mis lectura por orden: Mi hermanita Magdalena, de Elena Garro. Releer con calma nuevamente Tiempo nublado, de Octavio Paz. Tiempos recios de Vargas Llosa. Y poesía diversa. Kyra Galván, una de mis favoritas. Y entre espacios de lecturas, revisión de artículos pendientes de Proceso y otros más que me mantienen en la actualidad informativa y los quehaceres propios de una casa que hace batallar (ante la ausencia de la chica que viene dos veces por semana), transcurren los días. ¡Claro!, sin faltar los encuentros familiares, a través del zoom, y una que otra película o serie corta de Netflix.

«A tener paciencia, concluí. Y aprovechar ahora, sin tantos distractores, para escribir material de literatura pendientes y leer, me dije».

La mañana del jueves terminé la lectura de otro material que me compartieron por diversas vías: Sopa de Wuhan, fea portada y artículos que me han decepcionado un poco. Ignoro si es mi estado de ánimo, pero esperaba filosofía más amplia. Supongo que para los expertos en el tema es buen material. Quizá mi ignorancia me hace incurrir en la soberbia de ver tendencia y hasta malicia o corta reflexión en muchos de sus autores. Me apena mi soberbia, cuya disculpa descansa en mi ignorancia. Me salva, si acaso, saber que lo soy. Prometo una nueva lectura con más cuidado para luego entrar con otro material que me hicieron favor de compartir, también.Es un conjunto de artículos de 14 filósofos y teólogos, reunidos bajo el título de Covid19. Es mi siguiente lectura de estos días.

LA TRAMPA DE LAS REALIDADES INVENTADAS

Hace mucho que gozo de una libertad que me ha dado cierta tranquilidad. La conquista de hacer respetar mis espacios físicos, mis silencios. A no permitir que me manipulen y cumplir expectativas de otros, a huir de lo vacuo, de lo frívolo. De conversaciones llenas de frases simplonas, mi rechazo al estruendo, a decir NO es NO sin dar explicaciones. En una frase: estar dónde quiero estar. Y uno de los temas que he tocado recurrentemente en mis artículos ha sido el de la violencia. A fuerza de observar los entornos cercanos y los que me rodean conozco su comportamiento y su proceso. Conozco su disfraz y la veo multiplicarse en el ámbito público. Por eso, en estos momentos, las agresiones a mujeres, a niños que se han visto obligados a estar conviviendo con sus agresores, es algo que me produce desazón. Sé como se normaliza la violencia en ambientes familiares. Como se manipulan emociones, se reprimen y agreden de manera sutil a voces disonantes, donde la mujer es la más sacrificada. Pero he visto la manera como las mujeres de una familia empoderan al macho manipulador y, a través de eso, ellas ejercen el control de la tribu que termina dócil. Cuadros neuróticos de ansiedad disimulada, desde donde se ejerce el control y se aseguran de uniformar el pensamiento de sus miembros, hasta que se termina normalizando cualquier tipo de comportamiento.

«Las cifras de aumento de la violencia y llamadas de auxilio en estos meses de cuarentena son terroríficas».

Las cifras de aumento de la violencia y llamadas de auxilio en estos meses de cuarentena son terroríficas. ¿Cómo sustraerse a esa realidad que, aunque no es mía, me llega y reverbera en mi espacio de lo humano? ¿Cómo sustraerse a esa otra violencia imparable del crimen organizado que continúa haciendo de las suyas? Y cómo ignorar los cuadros de agresiones a médicos y enfermeras, a personal de la salud que están en el centro de una de las batallas cruentas contra un virus que ha sacado mucho de lo mejor de algunos ciudadanos; pero también lo peor de nuestra sociedad que trae germinando una violencia ancestral y reprimida? ¿Qué tipo de sociedad habita este país de bárbaros y de impunidad? Los estudiosos del comportamiento explican que estas reacciones obedecen a un miedo. Que son respuestas comprensibles ante el dolor de perder a un familiar. Dicen que la zozobra e impotencia provoca ira ciega e irracional en algunos. No estoy tan segura. Creo que siempre hemos sido una sociedad violenta. Interna y externamente violenta, hoy se manifiesta lo que ha estado allí reprimido. La ausencia de conexión con la parte más profunda de nosotros y carencias para mirar con empatía al otro. Por eso y más no me asumo optimista de que esta pausa obligada por el coronavirus nos lleve a una transformación profunda, a un necesario cambio y reflexión.

Hace días, en mi articulo para Diálogo Queretano, escribí sobre la leyenda que acompaña a la comunidad judía, la cual sostiene que en cada generación nacen 36 justos destinados a sembrar buenas acciones. También aludí a las monjas de clausura y su misión de orar, de manera alternada e ininterrumpida, las 24 horas del día, porque sus oraciones interceden ante Dios para que el mundo no se detenga. Me pregunté entonces, y me pregunto ahora, si acaso es gracias a ellos que el mundo todavía gira, aunque a juzgar por los tropiezos que está dando, mucho me temo que ha disminuido el nacimiento de justos y los relevos de los grupos de monjas, cuando cambian de horarios, descuidan por segundos sus oraciones y es cuando éste empieza a dar tumbos amenazando caerse.

«También aludí a las monjas de clausura y su misión de orar, de manera alternada e ininterrumpida, las 24 horas del día, porque sus oraciones interceden ante Dios para que el mundo no se detenga».

Hago el anterior comentario con respeto a creencias y actos que se sostienen sobre pensamientos de profundo significado filosófico y teológico, pero con un dejo de ironía también ante lo poco alentador que resultan las respuestas de innumerables ciudadanos y que me llevan a ratos a pensar que hace tiempo que empezaron a nacer menos números de justos, o acaso los injustos se han multiplicado (que conste que la distancia es a propósito y no uso en ninguno de los lados el “empezamos a nacer menos justos” , o “los injustos nos hemos multiplicado”).

Acepté gustosa la invitación de José Antonio Gurrea, para compartir mi vivencia ante esta cuarentena. Y, en el texto que aludo, pedí disculpas por no estar dentro del rango de los optimistas que creen que después de esto saldremos con una sociedad renovada y capaz de dar un giro a los paradigmas que mueven al mundo. Continúo pensando igual. En cuanto en nuestro país, por supuesto que habrá algunos ajustes obligados por la propia inercia de las cosas; pero un cambio viene como resultado de un proceso reflexivo profundo que no veo se esté dando. No sólo hablo de la sociedad. Hablo también de quienes tienen en sus manos decisiones importantes y concluyentes para el país. La pobreza de las respuestas a ello, la ferocidad de las actitudes con las que se defienden verdades, el ansía del poder logrado tras años de perseguirlo y a costa de lo que sea, no me llevan al optimismo. Pero no digo más, mejor espero el cauce de las cosas.

Este miércoles salimos la calle por más despensa, en el entendido de que por estos días se agudizará la pandemia y el aumento del numero de afectados. El recorrido por varias partes de la zona sur y oriente de la ciudad, me sorprendió. Al margen de que hay personas que no pueden detener su actividad porque en ello se les va el sustento, vi señoras con hijos como si pasearan en la calle. Parejas de motociclistas o solas sin casco y cubrebocas, como si en su imaginario existiera la convicción de que no serán afectados. O quizá crean que el coronavirus es más invento que realidad. Esto y muchas cosas más no me hacen ser optimista con el anhelado cambio de mentalidad. No en nuestro país de las grandes heridas que diariamente son alimentadas con sal.

«El recorrido por varias partes de la zona sur y oriente de la ciudad, me sorprendió. Vi señoras con hijos como si pasearan en la calle. Parejas de motociclistas o solas sin casco y cubrebocas, como si en su imaginario existiera la convicción de que no serán afectados. O quizá crean que el coronavirus es más invento que realidad».

Espero equivocarme. Lo deseo profundamente. Mientras, intento refugiar mi inquietud y cierta tristeza que se cuela intrusa y a la que ahuyento ocupándome en las tantos cosas por hacer. Me refugio y abrazo mi espacio rodeados de árboles y resguardados del ruido. Uno de los sitios más bonitos de la delegación a la que pertenecemos y donde tenemos ya más de 26 años viviendo en este lugar que tanto quiero y donde conseguirlo me llevó a redescubrirme y fortalecerme, al resistir sola embates familiares feroces que pusieron a prueba mi resistencia. Todos contra una. Me crecí al castigo. Resistí y salí fortalecida.

En el cobijo de este lugar construido con esfuerzo conjunto de Guillermo y mío, decorado con amorosos detalles, espero que este mal sueño del confinamiento obligado y necesario no se prolongue. Y una vez pasado todo, aprendida la lección profunda que en lo individual y como familia saquemos todos, los abrazos pendientes vendrán desbordados y los saltos festivos de los pequeños de casa, los más amados, harán cicatrizar las heridas del inevitable punzón que llega intruso a recordarnos que nada suple el contacto físico, la mirada de tú a tú, la risa directa, el viento suave que hace la nieta al pasar corriendo por la casa, mientras preparamos en la amplia cocina los alimentos para todos, en los días de visita. Hago votos para que sea pronto y estemos salvos.

JOVITA ZARAGOZA CISNEROS ES PERIODISTA CON ESPECIALIDAD EN COMUNICACIÓN EN LA UNIVERSIDAD PANAMERICANA. HA IMPARTIDO CLASES DE PERIODISMO EN LA UVM Y LENGUAJE Y REDACCIÓN A NIVEL BACHILLERATO EN LA UVM Y EL TEC DE MONTERREY. ALTERNA PERIODISMO Y LITERATURA, PERO CONFIESA SU PASIÓN Y PRINCIPAL COMPROMISO POR EL PERIODISMO.
EN LALUPA.MX ESCRIBE «EN DO MAYOR»
CORREO:
ZARAGOZACISNEROS.JOVITA@GMAIL.COM
TW:
@VITAVITUCHIS
(Visited 14 times, 1 visits today)
Last modified: 23 septiembre, 2021
Cerrar