Para el 7 de mayo se programó la ceremonia del Premio de Poesía Aguascalientes 2020, en la Feria Nacional de San Marcos, pero es tiempo de estar guardados, y sólo a través de un video la poeta Elisa Díaz Castelo (Ciudad de México, 1986) habló de lo que significa para ella ganar este certamen, el más importante en México. En su breve discurso también describió la poesía como una forma de compartir la soledad, una soledad que ahora mismo todos experimentamos, en grados y circunstancias distintas. Aquí sus palabras:
“Debido a la pandemia vivimos un momento extraordinario de la historia, uno en el que muchos de nosotros nos sentimos solos y aislados, pero, irónicamente, se trata de una experiencia de soledad compartida. Pienso que eso es muchas veces la poesía, una forma de compartir la soledad, de encontrar aunque sea en soledad: una zona franca. Justo en momentos como éste, la poesía puede jugar un lugar importante, pues buena parte de ella se enfoca en aquello que nos vincula, aquello que tenemos en común, dentro de esta vida de archipiélagos, estos naufragios de sala de estar y pijama, la poesía constituye una carta náutica que establece y refuerza las rutas que hay que seguir para volver a encontrarnos los unos con los otros”.
“El reino de lo no lineal”, obra de Elisa, es el libro que el jurado eligió como ganador, por ser un “texto original, unitario, coherente, con buen manejo del verso y emotivo”.
Y en el mismo video, Elisa compartió la lectura de dos poemas, uno de ellos es “Orfelia limpia el clóset”, que sirvió para inspirar piezas de pintura, grabado, obra digital o collage, en la convocatoria lanzada por CIELAFraguas, y en su portal de Facebook ya están disponibles todas las creaciones que dieron imagen a la historia de Orfelia.
ORFELIA LIMPIA EL CLÓSET
Aún tengo en el clóset el vestido
de novia sin usar y no sé dónde
comprar la naftalina. Esto es algo
que me preocupa últimamente.
Para empezar, me inquieta
no conocer el olor de alquitrán blanco.
No tengo ese recuerdo, ninguna abuela
se desvivía en recorrer con manos maceradas
sus primeros motivos, esos días
en los que sí vivía de a deveras, años
traducidos a tela, encaje, dobladillos.
Y ahora más que nunca me duele
todo lo que no tuve y al no tener
no será recordado. No conozco
el olor de la naftalina. Es más,
no sé dónde comprarla. Es urgente.
Imagino polillas negras, sus alas con ojos,
recorriendo mi vestido blanco:
filamentos y antenas: muselina y encaje.
No quiero alimentar insectos,
mariposas de hábitos nocturnos.
Mejor que permanezca
con sus horas en blanco, sus páginas
que al no decir nada son capaces
de contenerlo todo: lo que ya no, el siempre
cortado al sesgo, rematado, el donde
no estuvimos, quienes ya no seremos.
Porque nosotros no, quiero
que el vestido permanezca, pretina,
lentejuelas y abalorios, sostenidas
todas sus costuras
por el hilo blanco de la trama
de una vida que ya no fue la nuestra.
En cualquier momento
podría ponérmelo y volver
a la persona que fui
como a la página favorita de un libro
que amamos y de tanto leerla se abre
exactamente en el mismo sitio.
Poder decirle al tiempo: esto.
Este instante que no pasó. Que siga
pasando para siempre.
O tal vez sería mejor las polillas,
en la noche perenne y polvosa de los armarios,
se alimenten de él a demanda
como de leche materna
dulcemente añejada en encaje y muselina.
Para que crisálida y oruga
crezcan y de la tela, antenas,
se conviertan en lo que deben ser
y vuelen, ala con ala, se levanten.
Serán la vida no vivida
que tomó vuelo y desenvoltura.
Serán ellas descendencia. Llevarán
mi vestido de novia
por los aires, volando
más ligero que nunca,
traducido a nutrientes,
sustento, sustancia de otra vida
a la que no le pondremos nuestro nombre.
Serán lo que no fuimos.
Porque no es absurdo ni terrible
querer que los insectos
sean lo único
que sobreviva de nosotros.