Tengo dos placeres mundanos: los puros y el café, gustos que van perfectamente entrelazados y que se convierten en pequeños disfrutes, el primero ocasional y el segundo diario. Quiero hablar de ese gusto por el café.
No pretendo ser un conocedor, sé lo que me gusta y con eso me basta. Y de nuestro país he probado el café de Veracruz, el de Chiapas, el de Guerrero, el de Oaxaca y desde luego el de nuestra Sierra Gorda. Todos me han gustado, todos tienen un lugar especial y no podría afirmar la superioridad de alguno.
El café veracruzano es de una gran variedad, que dificulta afirmar cuál es el mejor (aunque espero probar uno de Huatusco que me han ponderado mucho) y de verdad asombra ver que en las tiendas de conveniencia se venden sobres con café de una calidad altísima, que no encuentra uno en Querétaro fácilmente. Tengo uno preparado en mezcla especial para tomarlo capuchino o lechero, ideal por las mañanas. Es el único que no tomo negro, y me preocupa lo escasa ya que es mi provisión.
Con un puro de su tierra el veracruzano es imbatible, o acompañado con unas canillas si es un lechero.
El de Chiapas tiene también variedad y sofisticación. Lo hay amargo y fuerte o más suave para quien busque algo amable; al revés de Veracruz es más un producto de boutique. Sin duda también muy competente.
El de Puebla me ha asombrado. No lo esperaba. Tiene un sabor que aún no atino a definir, pero que con leche parece encontrar su mejor equilibrio. Oaxaca tiene un café muy bueno, también fuerte, aunque el año pasado me comentaron que la última cosecha no había sido la mejor.
Nuestro café de la Sierra Gorda: bronco, fuerte, aromado. Ideal para despertar, me gusta que incluso suele no venir del todo limpio; bueno para prepararlo como café de olla; es parecido el de Guerrero, que tiene además un cierto olor a anís.
Hay un café para cada día, para cada momento. Ha sido mi compañero y espero lo siga siendo siempre.
