Llevo alrededor de ocho semanas saliendo lo menos posible de mi departamento y estas palabras las escribo durante la primera tranquila desde el inicio de la emergencia sanitaria.
He modificado, escrito y reescrito decenas de textos sobre medidas del gobierno chilango para atender la situación y mi mente está hostigada, sin embargo, sentí el impulso de poner en letras algunos pensamientos que han surgido en el confinamiento.
Para empezar, no creo en los pronósticos new age sobre el cambio espiritual que vendrá por las reflexiones pandémicas, ni por el encierro consecuente. No creo que en términos generales una pandemia traiga algo bueno. Algunos se beneficiarán, pero serán excepciones azarosas, fortuitas u oportunistas.
Regresando a las buenas intenciones new age, me parece que se puede ser más cruel justificando la existencia del virus que aceptando esta constante de la vida: algunos seres minúsculos hacen colapsar a los más grandes, fuertes o racionales.
¿Por qué es cruel dar sentido a la tragedia? Porque caemos en lineamientos desalmados sobre quién merece vivir, o en asumir que la muerte de cientos de miles de personas es una especie de tributo por nuestro progreso mental y/o social. Por cierto, no se está dando tal cosa.
Ni siquiera creo que la red de colaboraciones médicas sea un avance para la humanidad, esa ahí estaba, sólo se intensificó. Asimismo, el desinterés en el intercambio de información sobre el virus se develará falso cuando las farmacéuticas entreguen el recibo por las vacunas, seguro uno con muchos ceros a la derecha.
La gente tampoco es más solidaria en el distanciamiento social. Los amables, los dedicados y amorosos son los de siempre, los que daban lo mejor de sí antes de la pandemia y redoblaron esfuerzos en cuanto empezó. En cambio, en estos tiempos salen a relucir los cobardes, quienes ceden al miedo, queman hospitales y atacan al personal de salud en un colérico arrebato animal.
Esos desplantes son comunes al perder la cabeza por el pánico,casi son naturales, como las pandemias.
Las pandemias son naturales, existen desde el inicio de la vida. Lo artificial son las vías que creamos para que lleguen chuchulucos chinos en menos de una semana al otro lado del mundo. Artificial es el viaje de unas horas entre Tokio y Los Ángeles, entre Wuhan y Turín. La velocidad de los transportes tiene múltiples beneficios y algunas indeseables consecuencias, lógicamente.
El sistema económico mundial no creó la pandemia, pero sí la distribuyó y complicó las medidas de mitigación, porque se retrasaron con tal de afectar en menor medida la economía. Podemos criticar que el bienestar general no es el centro de las grandes instituciones nacionales y mundiales, pero caeríamos en una obviedad.
Ciertamente no tenemos un sistema que pueda detenerse, ni siquiera desacelerarse sin causar grandes estragos, no porque sea imposible o destructivo, sino porque no es conveniente a la acumulación de riqueza.
En fin, ética o espiritualmente no creo que se haya movido profundamente la humanidad. Lo que se ha visto trastocado a profundidad en estas semanas son las formas de consumo, temporalmente, pero suficiente para que sectores vulnerables del mundo padezcan terribles carestías.
Las explotaciones laboral y natural seguirán más o menos iguales cuando acabe esto, las personas más poderosas del planeta tienen todo su esfuerzo en ello, esa es la normalidad que les urge recuperar.
