El encierro es global, un virus que vino de China, pero que China culpa a EU de iniciarlo en contra de su crecimiento económico. Por su parte, Alemania busca desentrañar este acertijo, mientras en Brasil, junto con el presidente, la gente sale a manifestarse para que todos salgan de sus casas. En México, aunque ya se recuperó, el precio del petróleo cae como nunca al comenzar la cuarentena, tanto que el imaginario colectivo crea un meme, en donde el don de la tienda de la esquina, sin cambio que entregarte, te lo cambia por un barril de petróleo. En Francia, el presidente emite un mensaje a la nación: “Estamos en guerra, quédense en casa y teletrabajen. ¡Amen! Todo esto, fuera de un contexto de pandemia global, a mi me sonaría como un día normal en la vida política de los países.
Me parece muy inadecuado que le digamos encierro a un poco de tiempo para nosotros. Para aquellos que son religiosos, ¿ustedes creen que el mundo se detuvo mientras el mesías se perdía 40 días y 40 noches en el desierto? Es muy poco probable. A este mesías le sirvió mucho la cuarentena, ahí venció todas las tentaciones y hasta al mismísimo diablo. Creo que en mejor tiempo no pudo haber caído esta cuaresma, en medio de esta cuarentena. Al menos todos los que la han pasado encerrados, están haciendo un sacrificio de no salir por su café de estrellabucks. Seguro cuando esto termine, la franquicia sacará un smoothie especial por el fin de la cuarentena, algo con mucho color y mucha más azúcar. Lo seguirán vendiendo en plástico, y la gente lo seguirá comprando en plástico. Pero esta cuaresma no; no se puede uno dar los lujos de antes; ¿o sí? Aunque las extravagancias no faltan, en semana santa una bendición en helicóptero por todo el estado, a la Fellini como en La Dolce Vita.
Resulta que ahora todo me lo traen hasta la puerta de mi casa. Desde los fármacos, los cigarros, hasta mi hamburguesa de Junior Karl. Marx se estaría retorciendo, o quizá estaría descargando algo de la infinidad de contenido que ruedan por la red, con la finalidad de que este encierro nos sea mucho más llevadero. Parece que nos aterra escuchar nuestra propia respiración, vaya ¡nuestros propios pensamientos! No vaya a ser que nos demos cuenta de que estamos vivos ¿Estamos vivos? ¿Somos personas, y necesitamos de los demás para salir adelante? ¡Vaya sorpresa! Creo que lo había olvidado.
Cuando apenas, la pandemia arrancaba,le pregunte a Víctor, un “viene viene” que divide su clientela entre los estacionamientos de un Oxxo y un Asturiano ¿Tú cómo ves todo esto? “Pues a mi la neta, me vale madres, así, no me importa”. Hoy, más de un mes después de que el virus mortal y satánico se desató, él sigue todavía echando aguas, abriendo la puerta y ganando unos pesos, la pandemia no le ha pegado; y más porque en medio de estas dos tiendas hay una farmacia, de esas que tiran árboles frente a sus entradas para hacer espacio para los clientes y sus carros. No vaya ser que de caminar el virus se apodere de sus almas santas. Yo todavía le debo un libro al buen Víctor, Bajo la rueda de Herman Hess, en cuanto lo vea se lo daré.
Por el río, andando por la ciclopista, es inevitable oler la caca; aunque se disfraza muy bien para los carros con los árboles que crecen a lo largo del río. Así al volante, entre el smog, el olor a caca se camufla. Pero en dos llantas, es imposible no ver la plasta densa de agua que fluye pesada río abajo. Un poco se ayuda de los desagües que caen a lo largo de Universidad; caquita fresca del Centro Histórico, patrimonio cultural de la humanidad. A la altura de Corregidora, esperando el siga, siempre admiro un par de pinos que embellecen esa glorieta, mucho más que el estorbo que logra ser la estatua del “Mensajero del destino” Ignacio Pérez (Consumada la independencia, el muy canijo cobro regalías por su valiosísima participación en la lucha de independencia. El resto de su vida vivió de eso). En esa esquina del mundo, en medio de la emergencia sanitaria, a las 10 de la mañana, alcanzo a ver a una pareja que va despertando en las jardineras del río. A mí no me molestan, pero a los que piden encarecidamente que la gente se quede en casa, quizá a ellos sí. Si no fuera por el terrible hedor de caca y otros quien sabe que tantos desechos más, a mi se me haría romántico despertar con el sonido de un río. Éste en particular, lleva el sonido del desagüe, el sonido de los motores y las discretas mentadas de madre con el claxon.
En una frutería en Bolaños, don Luis sigue abierto, siendo canasta básica, él no cierra. Nadie de los que entramos al local, llevamos cubrebocas, sonará irresponsable, y falto de empatía, pero así es, hay partes de la ciudad a donde llega más la cuarentena que a otras. Tampoco hay nadie en la entrada con camisas mandadas a hacer expeditamente para la contingencia, midiéndote la temperatura y ofreciéndote alcohol líquido para que te limpies tus manos. Todos compran su mandado tranquilamente. Por esa calle de Piscis, todas las mañanas, antes de la contingencia, los carros formaban una fila de tráfico con papis que llevan a sus hijos hasta el colegio Tom Jefferson. Ahí, los maestros se encargan de abrirle las puertas de los vehículos a los niños para que desciendan del carro y el tráfico pueda seguir fluyendo. Era esta calle, hasta hace poco, la única bien pavimentada de Bolaños. Frente al Covid-19, ningún tráfico se hace en Piscis. Una señora, de esas que lleva a su hijo casi hasta la entrada del salón, sigue viniendo con don Luis. A pesar de la contingencia se estaciona a la entrada del local, justo encima de la raya peatonal y se baja. Ella si lleva guantes, cubreboca, y unos lentes de sol. Saca de su bolsa el control del auto y cierra con seguro. Con tal contraste pareciera que todos en la frutería somos más tóxicos que los desechos que fluyen por el río Querétaro.
Los vecinos de una calle pública que se mantiene cerrada para la seguridad de los colonos, han votado a favor de levantar una barda. Utilizar recurso que se cobra por vivir en una calle para construir un muro más; de tal forma que se tenga absoluto control sobre el acceso a la calle; una calle en la que ya adentro, no importa respetar los límites de velocidad ¡a la mierda el peatón! Trabajadores, vecinos y autoridades tienen todos que pasar por el mismo filtro, tal como se hace en las cadenas de supermercados, hay acceso una persona a la vez y manteniendo distancia. En algunos hay que mantener la membresía en alto para que te den acceso. La pandemia estaba desatada mucho antes que el Covid-19 llegará a las noticias; el miedo uno del otro.
De este lado del teclado, con la tristeza que me causa un muro más en este mundo, encerrados desde nuestras casas, recuerdo la lírica de «Hey You!» de Pink Floyd, de su álbum The Wall, hoy más que nunca me parece adecuado ser el eco de aquel grito con el que termina la canción: ¡Juntos permanecemos. Divididos caemos! (Together we stand. Divided we fall!