Las desventuras de un burócrata ruso de bajo nivel que en un nuevo capote encuentra la posibilidad de ascender socialmente, de ser reconocido como un ser humano; pero también lo lleva a perder la paz y descubrir los tortuosos caminos para denunciar.
Este cuento de Gogol (búscalo en Internet y veras la imagen de alguien que pudo anunciar shampo para el cabello) lo he tenido en dos ediciones, la primera perdida hace mucho, y la que tengo que compré hace poco en una feria de libros viejos en la Plaza de la Constitución, en un estupendo compendio con otros cuentos clásicos del mismo autor como «El retrato» y «La nariz» bajo el nombre de «Novelas de Petersburgo». De esas ediciones muy cuidadas que se hacían en la Unión Soviética.
Como cualquier texto hay distintas maneras de leerlo, una es apreciar la caída en la locura y en la muerte (que no termina con la primera) de un personaje, esta podría ser la lectura psicológica. Otra enfatizaría el castigo por desear el lujo y disfrutar de un mayor reconocimiento social, en la que podríamos llamar la lectura moral. Una visión ética tal vez resaltaría la hipocresía de la sociedad que cambia su postura hacia una persona dependiendo de las ropas que lleva.
Yo propongo una lectura política: el derecho positivo y la autoridad se presentan como algo inalcanzable si no se conoce ni a las «personas adecuadas» ni el «procedimiento debido», que desde luego se oculta celosamente. El maltrato que sufre el personaje que pide justicia por parte de un funcionario de mediano nivel urgido de demostrar su poder no es sino un ejemplo de lo que sucedía en la Rusia zarista, y que también sucede hoy en México.
¿Qué se puede hacer para que la función pública sea vista como un servicio y no como una canonjía?
En esta visión Gogol se vuelve un autor de derecho y ciencia política, o al menos su obra admite tal lectura, y entonces deja de ser un autor ruso del siglo XIX para ser, como lo fue Zarco, un autor mexicano del siglo XX.
