¿Pasada la maldita peste de estos días qué piensas hacer? ¿Irás a la playa? ¿Cambiarás las viejas costumbres? Seguirás igual que antes? ¿Tienes miedo? ¿Te atreverás a desconectarte y a guardar silencio? ¿Te siente como muerto en vida?
-¡“Quietos perros”, “quietos!”. Con voz de carrasposa y sucia, el viejo Segismundo le ordenó a sus pensamientos, ellos, enfermos, fastidiados de sí mismos rasgaban con sus garras las paredes craneales, ladraban en silencio por todos los rincones de la cabeza, se deslizaban dificultosamente entre las viscosidades de la masa cerebral, buscaban la salida inexistente, habían perdido las semanas y las horas, ahora perdían las fuerzas. Estaban con los nervios de punta, con fiebre, al borde del desmayo. Sentían el daño irreversible en sus incorpóreos y amorfos cuerpos.
¡Pusilánimes! El rabo ya sin las cosquillas de la alegría, de otros tiempos, ¿te acuerdas? Sí, No, ¿de qué? El pellejo pegado a los huesos, los ojos hundidos en la desesperación y el corazón sin ganas de bombear sangre. ¿Qué es peor? ¿Ser el amo cansado de vivir una vida amarga y sin sentido? ¿O, ser los perros hambrientos, dóciles y cobardes que no se atreven a saltar por la maldita barda que ni siquiera existe? En teoría todo es sustentable y a su tiempo todo se acomoda como Dios manda, pero en la inesperada práctica, el recuerdo es devorado por el olvido, y la tranquilidad es fatigada incesantemente por una extraña desesperación. Los lugares comunes son para otro momento. Por sí solos los pensamientos no logran nada, necesitan la fuerza y la determinación de su creador. Bah! Eso es una falacia. Detengan los relojes. No por tener pensamientos que se creen perros somos Dios. Ser un hombre rico venido a menos es la cosa más desagradable que puede haber en la vida de una persona. Perder la razón debe ser la otra cosa peor. No, no… la angustia de no poder recordar ni siquiera lo que acaba de suceder.¿Qué estaba diciendo? Ah, sí. Los expertos dijeron: “En el año 2020 todos, todos, todos nos moriremos de tristeza” Pero el decrépito anciano, no creía en esos complots de los tiempos modernos.
Coniurare doctrinae.-La sociedad contemporánea es estúpida, es todo. Así pensaban sus hambrientos canes. Pero volvamos a la peste de fantasía. Vaya, sorpresa, te das cuenta; lo tenían todo planeado. El cuento del virus se hizo tan real que la gente muerta no cabe en los panteones, y los crematorios están al rojo vivo. A la medida de la oportunidad. Es un negocio redondo, para los adoradores de la pandemia. Otros no participamos de la fiesta fatal. Para las turbas de miserables eso no da ninguna gracia. Ya sé.La soledad es cabrona, pero el encierro es peor. A la hora del espejo, dan asco, exasperan… Mascullan entre colmillos y babas como si todo estuviera de lo más perfecto. El pequeño hombre abrió su destartalado libro El ritmo de la vida, ahí estaba toda la sabiduría inútil. Basta. La humanidad se enfila al hoyo de la fatalidad. -“No quiero ver ese horrendo final. No seré un espectador de esa catástrofe”. Con las pocas fuerzas que aún le quedaban, preparó el último café, dio un sorbo desesperado y se ahogó en la última página, cansado de saberlo todo. Por todos los canes del universo:- ¿Qué será de nosotros sin el amo cruel?
– Moriremos, no somos nada, sólo somos pensamientos que se creen perros, pero ni siquiera podemos salir de la cabeza del difunto.
– No digas difunto todavía.
– Ya casi muere.
– Pero todavía no.
– Y qué debo decir entonces?
– Moribundo tal vez.
– Moribundo y muerto es casi lo mismo.
– No
– Da igual.
– Te das cuenta?
– Qué?
– Grrr.
– Muy pronto nos comerán los gusanos, pero, ni siquiera eso, no tenemos cuerpo físico, somos algo más efímero que el aire.
– Baja el ladrido que el agonizante todavía respira.
– Ya quiero que muera.
– Muérete viejo cabrón.
-Cómo si morir fuera tan fácil.