Autoría de 10:23 pm Los Especiales de La Lupa

Hacer graffiti en las catacumbas clandestinas de París

RELATO: MARÍA VILLALOBOS FLOTA/LALUPA.MX

“Hay momentos en que,
sea cual fuere la actividad del cuerpo,
el alma está de rodillas..»
Víctor Hugo

Emmanuel será mi guía en las profundidades de Paris. El hombre es un francés genuino, con cierto aire a Yves Montand pero de mirada lóbrega. Algo me dice que es un tipo peligroso, nos conocimos vía Internet y hoy estamos sentados en un bar en el distrito industrial de Paris. Emmanuel está preocupado por mis botas, me dice que son muy cortas. Mala señal, no quiero ahogarme junto a un hombre que habla tan mal inglés.

Terminamos el café y nos montamos en su Peugeot, el panorama de la ciudad se va perdiendo por el retrovisor. Nos dirigimos a la Banlieue, término en francés para denominar los suburbios, hay un par de cuevas que quiere mostrarme antes de ir a las catacumbas. En el trayecto me explica que en las cuevas nos reuniremos con dos cataphiles, personajes líricos que se dedican a explorar las catacumbas. Me preocupó un poco la compañía, es bien sabido que los cataphiles son muy celosos cuando se trata de dejar testimonio, y yo viajé hasta aquí solamente para firmar. No concibo andar la ruta de Jean Valjean o pasar debajo de la ópera de Paris, sin un fin epigramático.

«Nos dirigimos a la Banlieue, término en francés para denominar los suburbios.»

Tenía ocho años cuando inventé la historia de un cadáver abandonado en el drenaje, fue estupendo ver a mis amigos seguirme hasta la boca del tubo, pero ninguno se atrevió a entrar conmigo. A partir de entonces, me convertí en un morboso urbano de tiempo completo, lo que fue un juego se transfiguró a delirio.

En mi adolescencia descubrí que cada ciudad, es un sistema de órganos que se entretejen mediante ductos y drenajes. Cada edificio cobró vida, descubrí el fastidio de los lobbys y sus pisos relucientes, en contraste a los magníficos laberintos del sistema de ventilación o desagüe. Es sólo entre paredes o en el subterráneo, donde la historia olvidada se constata, donde habita la carroña estructural de la imagen histórica. Verterse entre los poros de la ciudad, reconocer su respiración y dejar un testimonio de haber estado, es una experiencia cosmológica que pocos sospechan.

«Verterse entre los poros de la ciudad, reconocer su respiración y dejar un testimonio de haber estado, es una experiencia cosmológica que pocos sospechan.»

Por fin, Emmanuel estaciona el auto en un lote donde sólo están estos dos entes enfundados en un overol y coronados con cascos mineros. Me parece arriesgado que estén a la vista con tal atuendo, evidenciando nuestras intenciones de infiltrarnos en la cuevas, cuestión que obviamente está penada. ¿Dónde está la policía?

Además de la botas, yo sólo llevo, una navaja prendida al cinto, la cámara también amarrada a la cintura, mi linterna en la mano izquierda y en la derecha pintura en aerosol. Apenas nos presentamos, los cataphiles se muestran amigables y no hacen gesto alguno por la pintura. Nos adentramos en el bosque hasta encontrar una grieta en el suelo rocoso, para mi fortuna hay una escalera, pues es una caída de más o menos seis metros. En cuanto pongo un pie dentro, me quedo pasmado por la belleza, la húmeda bóveda sobre nuestras cabezas me corta el aliento. Emmanuel lanza un grito que se esfuma con su voz, las paredes calizas absorben de inmediato el sonido, aquí no hay eco.

«La pinta no es más que el climax, el fin epigramático sobre el intangible más costoso de nuestra era: Imagen.»

Estuvimos poco tiempo admirados del paisaje, aproveche unos momentos para firmar pero la emoción de entrar a las verdaderas catacumbas nos apresura, además no queremos arriesgarnos a que la policía nos arreste tan temprano.

Lo más valioso de infiltrarse tanto en hoteles de cinco estrellas, como en edificios históricos, corporativos, hospitales o cavernas, es la violación. La pinta no es más que el climax, el fin epigramático sobre el intangible más costoso de nuestra era: Imagen. Por ello dependo de la ley, de su conocimiento exhaustivo, de su observación punzante. Requiero de la legalidad para desvestirla públicamente, mostrar su vulnerabilidad, denunciar el índice mayúsculo de corruptibilidad que padecen los que la promulgan y acatan.

«… las Catacumbas de Paris son el touche de gloria»

En estas condiciones he firmado sobre varios lugares: El hotel Royal York en Toronto fue una de mis primeras hazañas, aunque debo reconocer que por sus características de seguridad es un edificio fácil. La estación de metro City Hall en Nueva York, hoy abandonada; la fundidora Carrie en Pennsylvania una mole de chimeneas de metal; la estación de tren Mayfield en Manchester especialmente tenebrosa; no podía faltar el legendario túnel Freedom donde vibraba el metro debajo de Manhattan, muy conocido por su extraordinaria colección de graffiti. Sin embargo, cualquiera que se dedique a la exploración urbana, sabe que las Catacumbas de Paris son el touche de gloria.

«… no podía faltar el legendario túnel Freedom donde vibraba el metro debajo de Manhattan, muy conocido por su extraordinaria colección de graffiti»

En la esquina de un callejón sombrío todavía en los suburbios, nos reunimos con Jean Baptiste el gurú del subsuelo. Mi corazón golpea y hay una voz que me repite: por fin las verdaderas catacumbas no las turísticas. Jean comienza un interrogatorio que pretende ser amable: sí estoy listo para andar de nueve a ocho horas, claro que puedo mantenerme, parecía un examen para algo, algo muy serio. Las otras eran cuevas, estos son túneles hay una peligrosa diferencia.

Caminamos por un rato entre las calles, de pronto aparece algún peatón que pasea indiferente, tenemos que asegurarnos de que no nos sigan. Finalmente nos detenemos en un lote cubierto de basura, Emmanuel quita el respaldo de una silla que está recargado sobre el muro y aparece la estrecha entrada. Primero un serpenteo entre paredes y después un clavado a la oscuridad. Cada paso que doy es incierto, nos hemos cruzado con alguien, Emmanuel los enfoca con la linterna, son tres hombres, no tienen mapa; hash dealers, murmura Jean, no irán muy lejos se perderían. Llegamos a una cámara curiosamente pintada en…¿rosa? Jean es el culpable, le dieron un buen descuento en pinturas de saldo y marcó la entrada.

«Es una marcha forzada, estamos bajando en un túnel, en la pared hay soportes de metal y cables»

Es una marcha forzada, estamos bajando en un túnel, en la pared hay soportes de metal y cables, un mal paso y puedes morir atravesado por las vigas. No me llevó mucho tiempo entender el verdadero problema, debes estar muy cerca de la persona que camina adelante. Agua, empezamos a chapotear, estamos apenas un metro bajo tierra y cometo mi primer error, una de mis botas se atasca en el lodazal. En estas circunstancias todo parece trágico. Pasan veinte minutos, todo se vuelve una sola masa, por todas partes hay túneles, caigo en cuenta de que nunca, nunca, podría salir de este lugar sin mis compañeros. Estoy aterrado.

«Por todas partes hay túneles, caigo en cuenta de que nunca, nunca, podría salir de este lugar sin mis compañeros. Estoy aterrado.»

De pronto las paredes comienzan a mostrarnos sus tesoros, hay tanto que ver. Ellos comentan los detalles de esta arcaica arquitectura, yo no puedo dejar de admirar los testimonios. Con alguna frecuencia se repiten letreros de nombres de calles con fecha, absolutamente intrigantes. Son hermosos y frenéticamente ajenos (1777 a 1890), mis guías saben mi afición por el graffiti, así que me muestran lo más representativo de épocas revolucionarias (1789 y 1968), . Podría estar toda la vida en esta oscuridad.

El Bunker es una cueva a la cual se entra de cabeza en un ceñido agujero, estamos casi veinte metros bajo tierra es sofocante, debo firmar ya. Dentro, la cámara se divide en varios cuartos, con puertas de metal como robadas de un submarino, dicen que fueron los nazis, ¿para qué las usaban? Hay un letrero pintado en la pared RAUCHEN VERBOTEN, prohibido fumar en alemán. Me siento sólo unos segundos y entiendo que esto es lo más cercano a estar hastiadamente vivo. No hay señales, si la caverna se derribara moriríamos todos sepultados, nadie nos puede escuchar, nadie puede encontrarnos. ¿Qué estoy haciendo aquí? No tengo tiempo de contestarme, tomo el aerosol y escribo: DE RODILLAS.

«No hay señales, si la caverna se derribara moriríamos todos sepultados, nadie nos puede escuchar, nadie puede encontrarnos»

Un insolente sol toma la mañana del día siguiente, estoy tomando el tren que me llevará al aeropuerto. El tren penetra el túnel, la oscuridad me hace recordar dónde estoy realmente, es otro público, pero todavía sigo bajo tierra.

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Last modified: 25 septiembre, 2021
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