HISTORIA Y FOTOS SANTOS MENDIETA/LALUPA.MX
Marzo pandémico. Las muertes por coronavirus ya alcanzaban el millar en España cuando Ignacio Peñín Fernández, científico madrileño establecido en Querétaro, fue invitado a colaborar en el laboratorio de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ) en el proyecto de detección del SARS-Cov-2. Fue por esos días cuando el virus se le presentó de manera abrupta desde el monitor de la computadora.
“Cuando se comenzaron a reportar los primeros casos, me dediqué a ver cuáles eran los grupos poblacionales más afectados. Pensé en mis padres, porque estaban en un grupo no de riesgo, sino de muchísimo riesgo. Eran personas mayores y que arrastraban muchas enfermedades: operaciones, infartos, infartos cerebrales, diabetes, obesidad.”
Tanto él, como sus hermanas –quienes viven en diversas partes de España e incluso en Francia–, insistían en la importancia de que no salieran de casa, especialmente a su padre, quien salía con regularidad hasta que el confinamiento en España fue obligatorio por ley.
Ignacio y sus hermanas organizaron una videoconferencia familiar a través de Skype. Se pusieron al tanto de sus vidas, de cómo iba todo en la casa familiar con sus padres, Don Marino y Doña Resurrección; con las dos hermanas que viven en España –una es bióloga y la otra profesora–, o en Francia con la tercera hermana que es fisioterapeuta. Por supuesto, hablaron de los múltiples proyectos de Ignacio en Querétaro y de su inminente incorporación a un laboratorio de detección de SARS Cov-2. “Ten cuidado, no te vayas a contagiar”, le dijeron en aquel encuentro virtual. Don Marino nunca fue muy elocuente, pero ahora estaba más serio que de costumbre y de pronto se levantó del sofá.
“Mi padre estaba muy callado, no decía absolutamente nada. Se levantó del sofá, iba a ir al baño y de repente se cayó y rompió una mesa de vidrio”, rememora Penín ese aciago día.
Momentos de impotencia y terror. A través de un dispositivo de reacción inmediata, Doña Resurrección emitió una alerta a los cuerpos de emergencias y en algunos minutos llegaron a su hogar para atender a Marino. Le tomaron la temperatura: tenía fiebre alta. Permaneció en casa un día y su estado de salud empeoró por lo que fue trasladado al hospital donde se confirmó lo peor: Marino estaba contagiado de Covid-19.
Desde que Marino fue internado se perdió comunicación directa con él. Fue a través de algunas amistades del hospital que lograban saber cómo estaba y cómo se sentía, aunque a veces los informes sobre su evolución llegaban con uno o hasta dos días de retraso, ya que los hospitales estaban colapsados.
“Ya en el hospital él decía que estaba bien, que solamente estaba aburrido, pero nosotros obviamente sabíamos que estaba asustado, porque en el momento en que entró al hospital ya no pudimos tener contacto con él. Al principio parecía que no iba tan terrible, pero un día colapsó, le bajó la saturación de oxígeno a muy poquito y al parecer lo sedaron…”.
Tras varios días hospitalizado, Marino, quien se había desempeñado como ingeniero en importantes empresas del ámbito de la construcción y superado graves padecimientos y neumonías cada vez más regulares, finalmente perdió la batalla contra el coronavirus el 26 de marzo de 2020, un día antes de que Ignacio, su hijo, ingresara al laboratorio de la UAQ.
Ante la imposibilidad de viajar a Madrid no sólo por las restricciones, sino también por el riesgo que representaba exponerse a ser contagiado y contagiar a su vez a su madre, Ignacio Peñín transformó en poesía el dolor que sintió tras la muerte de su padre y plasmó en “Obituario (Adiós)” la despedida inconcretada en figuras literarias.
“He intentado mantenerme muy ocupado. No he tenido mucho tiempo para darle demasiadas vueltas. Y mi forma de afrontarlo es si no lo pude salvar, ni ayudar allá, pues tratemos de ayudar en la medida de lo posible acá”.
IGNACIO PEÑÍN, EL CIENTÍFICO DE LOS MUNDOS FANTÁSTICOS
Inquieto, multifacético y aventurero, Ignacio Peñín transita entre la amplitud del pensamiento filosófico y la precisión del rigor científico. Cuando no se encuentra extrayendo el material genético del nuevo coronavirus, Ignacio emula a su compatriota Francisco de Quevedo sintetizando el vasto lenguaje en versos poéticos, o quizás esté interpretando a un personaje en alguna obra de teatro, o bien dando clases de inglés, o tal vez esté practicando Aikido, siguiendo el Budo, Jiu Jitsu, Muso JikidenEishinRyu, o cualquier otra arte marcial de origen japonés.
Después de varias semanas sin descanso, Ignacio por fin tiene días libres y llega a la entrevista con lalupa.mx a bordo de su bicicleta. Con cubreboca, mezclilla y una playera de la Federación de Budo México (de la que, por si fuera poco, es secretario general), el joven científico madrileño comparte detalles de su vida.
Desde muy pequeño desarrolló un profundo interés por el medio ambiente, por la ecología, después se fue interesando por los animales, luego por los insectos, y así fue reduciendo sus campos de estudio en los amplios mundos de la microbiología hasta la investigación de las magnitudes nanométricas entorno al ARN del SARS-Cov-2.
“Primero me encantaron los insectos, las arañas. Todos los artrópodos en general era lo que me apasionaba. Los artrópodos sociales tipo las abejas, las avispas, al mismo tiempo que me daban pánico me parecen maravillosos y después cada vez fui reduciendo el tamaño de mis intereses. Dije: ‘si las abejas están chidas, las hormigas están más chidas todavía. Si las hormigas están chidas, las bacterias son cojonudas’. Poco a poco fui llevándolo a un ámbito más chiquitito”.
Ignacio heredó de Doña Resu la confianza de emprender nuevos retos y de Don Marino la importancia del método. De igual manera siempre vio a sus hermanas, una de ellas bióloga, otra fisioterapeuta y otra más maestra, como modelos a seguir por lo cual, a sus 34 años, Ignacio Peñín estudió Biología y continuó con la maestría en Microbiología. También ha realizado estudios de maestría en Profesorado y en Filosofía, hasta que ingresó al doctorado en Ciencias Biológicas.
“Me gusta mucho acumular conocimiento inútil”, señala con humor Ignacio Peñín. “La culpa la tiene mi hermana mayor. Ella se metió en biología cuando yo tenía 7 años. Me gustaba estudiar mucho lo que estaban estudiando mis hermanas”.
La crisis que vivió España en 2012 había afectado los planes académicos de Ignacio Peñín, quien sufrió los recortes presupuestales que derivaron en la cancelación de su beca. Sin embargo, sus deseos de seguir estudiando aún seguían intactos. Después de algún tiempo buscando alternativas, las opciones se redujeron a dos: una maestría en Beijing, China, sobre Educación Política, o en Querétaro, México, el doctorado en Ciencias Biológicas.
“Cuando me llegó la oferta dije: ¿Qué es Querétaro? La busqué en el Google Maps. No conocía la ciudad ni de oídas, pero en una semana ya estaba todo atado para venirme para acá”, recuerda Peñín Fernández, quien en aquel entonces fue invitado por la doctora Karina Acevedo a un proyecto de investigación entorno al Lobo Marino de California y su respuesta al sistema inmune de acuerdo con determinantes geográficos-ambientales.
DEL ESTUDIO DE LA INMUNIDAD DEL LOBO MARINO A LAS PRUEBAS DE SARS-COV-2
Al término de esta investigación, Ignacio se integró al cuerpo académico de la UAQ, al tiempo que emprendió nuevos proyectos como docente, así como en el ramo de la actuación, la literatura y las artes marciales.
Al integrarse como voluntario al laboratorio de pruebas de SARS Cov-2, Ignacio Peñín fue coordinador de un equipo encargado de transformar el material genético del virus SARS Cov-2 de ARN a ADN, para que después fuera procesado para hacer otras pruebas.
A varios meses de trabajo dentro del laboratorio, Doña Resu sigue preocupada por su hijo científico, mientras que sus hermanas están más interesadas sobre el tema técnico. A pesar de la muerte de su padre, no estaba en su mente regresar a España.
“No tenía permiso mental mío para poder abandonar el proyecto, recién comenzamos y abandonar el proyecto me hubiera parecido muy poco ético de mi parte. No me sentía mal como para no trabajar. Me sentía triste, sí, pero la tristeza no me convierte en una persona inútil. No soy de las personas que se deprimen y dejan de ser activos, prefiero estar triste trabajando y haciendo lo que creo que debo hacer, antes de bloquearme, tirarme en la cama mirando al techo”.
Actualmente, Ignacio Peñín es parte de otro equipo de trabajo para realizar las pruebas LAMP, una técnica que trabaja directamente con el ARN que permite identificar de manera más rápida la presencia de SARS-Cov-2, logrando resultados en cinco horas, mientras que otras técnicas lo obtienen hasta en tres días.
DE LA EXTRACCIÓN DEL ADN A LA SÍNTESIS DEL LENGUAJE
Dentro de las múltiples facetas de Ignacio, uno de sus mayores intereses es la literatura. Aunque escribe de todo tipo de temas, su predilección es la fantasía épica y El Señor de los Anillos su saga de referencia, obra que lo marcó de por vida.
En el terreno poético, el autor que más le llama la atención es Francisco Gómez de Quevedo, escritor del Siglo de Oro español, cuya ironía y sarcasmo son de especial interés para Ignacio.
“La poesía me ha ayudado a concretar un mundo diferente al de la ciencia”, define Peñín Fernández.
El amor, el desamor, el tiempo y la muerte son de los temas de los que escribe el científico madrileño, quien durante esta pandemia ha tenido la oportunidad de plasmar en letras su forma de vivir esta contingencia mundial.
“Escribí una poesía sobre la muerte de mi padre. Fue mi forma de arrancarme el dolor, de manipular mis sentimientos para que no me afecten y dejarlos plasmados en poesía”, comparte Peñín Fernández, quien busca con su literatura y su trabajo científico lograr una sana convivencia entre el humanismo y el conocimiento científico.
«Me gustaría dejar un legado. Que la gente me leyera dentro de un par de generaciones y que digan: ‘no manches, habría que seguir este camino’. Mi camino es que el humanismo y la ciencia no estén alejados, que podamos trabajar de la mano, siendo responsables y respetar los conceptos y los contextos”.
Obituario (Adiós)
Ignacio Peñín Fernández
Titilan las últimas gotas del rocío;
la cara de la posguerra se perfila
como flor de un invierno y se marchita.
El llanto en hospitales siempre es frío.
Titilaba en espiral la misma muerte,
se acercaba paso a paso hacia su sino.
Se disfrazaba de esperanza ante los tibios
¡al cabo todos correrán la misma suerte!
Titila aún un amor nunca entregado,
brillante en la frialdad de algunos ojos.
Hay quien para entregarlo enfrentó abrojos
y le hizo mofa el destino con su hado.
Titilará eternamente una despedida inconcretada
pendiente sobre la sociedad de la paradoja;
tanta comunicación para estar al final a solas
mientras se apaga un monitor en la distancia.
Titilan al caer hacia el olvido
estas palabras cuyo destinatario encontró alivio.
Aunque el llanto se congele en hospitales,
hoy, veintiséis de marzo no hace frío.