Autoría de 1:52 am Lenin Robledo - Gran Vía

Pongamos que hablo de Madrid – Lenin Robledo

Eso que parece una locura,
mañana será uno de tus
mejores recuerdos

Desde pequeño lo soñó. Viajar y volar no era algo cercano para él, pero siempre lo deseó. Con la ilusión de un niño de 6 años, acompañado de sus padres y hermano, se sentaban a ver por horas la llegada y salida de los aviones en una especie de show callejero en el que incluso aplaudían cuando el aterrizaje era exitoso. Bueno, quizá eso sea producto de la imaginación de ese pequeñajo, que en una grada montada a un costado del Aeropuerto de la Ciudad de México, se reunían decenas de personas con el mismo fin, observar el despegue y aterrizaje de esos enigmáticos y gigantes pájaros de acero.

Pensaba en toda esa gente que iba ahí dentro. ¿A dónde se dirigen? ¿A quiénes verán? ¿Qué comerán? ¿Qué lugares conocerán? ¿Cómo se comunicarán? Algunas de las tantas preguntas que pasaban por la cabeza de ese niño que no sabía lo que era subirse a un avión. Y es que para algunos, tomar un vuelo de avión y viajar por el mundo es un asunto normal, casi cotidiano, pero no para la gran mayoría, incluso, muchos se han muerto sin vivir esa experiencia o más allá, sin siquiera salir de su pueblo o ciudad.

¿Se necesita tener dinero para viajar? Evidentemente, sí, pero, ¿se necesita ser millonario para hacerlo? Definitivamente, no.

Durante un par de años, su misión fue ahorrar para hacer realidad ese gran sueño. Sí, sí, gran sueño. Lo común era pensar en Estados Unidos como destino inmediato, pero no, nunca le llamó la atención. Darín lo hizo pensar en Argentina, Los Beatles en Inglaterra y Almodóvar en España.

Junio 5 de 2003. El boleto comprado marcaba como destino, Madrid, España, con fecha de regreso en 17 del mismo mes. Pensó, ingenuamente, que era tiempo suficiente para encontrar trabajo, quedarse y no tomar ese avión de regreso.

El Aeropuerto de Barajas lo esperaba.

Con una backpack a cuestas, que contenía unos cuantos cambios de ropa y con 300 euros que había colocado dentro de una especie de cangurera hechiza que le había regalado su abuelo hacía ya muchos años y que se plegaba perfectamente en el pantalón para evitar que los dueños de lo ajeno hicieron de las suyas, este hombrecillo se fue con una maleta llena de emociones en busca de quién sabe qué.

Estaba nervioso. Sabía que regresaban a mucha gente a la que le descubrían sus oscuras intenciones de quedarse de forma irregular en el país. Sabía que no podía cantar victoria hasta que atravesara esas puertas automáticas.

Eran casi las 9 de la noche. Aún había luz solar. Normal, era verano en España. Sin mayores contratiempos, pasó el control migratorio. Su corazón iba a mil por hora. Salió y se encontró con Eduardo, quien se convertiría en el tío Edu y en una guía bajada del cielo en esa nueva ciudad.

Como niño con juguete nuevo, intentaba recoger todos los detalles de la que sería su nueva ciudad. El olor a tabaco que a la postre descubriría que era de unos Ducados Negros con la caja azul, que lejos de ser ligth, eran muy fuertes, pues la primera vez que los fumó, casi se ahogó. Le llamó la atención esa sensación de seguridad, de no salir corriendo del aeropuerto para buscar un “taxi seguro” que le garantizara llegar con todas sus pertenencias. De hecho, no fue necesario el taxi, más bien, se subió al metro. Estación Aeropuerto T4 Línea 8, transbordo a Nuevo Ministerios Línea 6 hasta llegar a la estación O’Donnell, que debe su nombre al militar y político español Leopoldo O’Donnell.

La cena esa primera noche: tabla de quesos y embutidos. Jamón serrano, chorizo, lomo, diversos quesos y el vino tinto no podía faltar. Charla, preguntas, dudas, incertidumbre, entusiasmo, miedo, todo mezclado.

Así fue su primera noche fuera de su país, así lo recibía Madrid.

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Last modified: 22 octubre, 2021
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