Los lugares tienen nombre, los nombres tienen significado, y los significados en muchos casos provienen de alguna forma o característica de los alrededores que nos lleva a su fundación o descubrimiento.
Esta nota es consecuencia de un artículo (Los ojos de la Tierra) de la revista Métode de la Universidad de Valencia (ver referencias), que nos ha brindado la oportunidad de conversar sobre las particularidades detrás de los nombres de los lugares. Recuerdo una anécdota cuando, hace ya varios años, unos colegas del Instituto de Geofísica de la UNAM estábamos conversando con un antropólogo. En esa ocasión, uno de mis colegas comentó: «Sería muy bueno poder averiguar si alguno de los volcanes de la Sierra Chichinautzin (refiriéndose al Ajusco-Xitle) pudo haber causado daños a algún asentamiento prehispánico», a lo que el antropólogo contestó: «Pues yo supongo que sí debe haber causado daño en el pasado, porque Chichinautzin se puede traducir como “Señor que quema”».
La toponimia es una rama de la linguística que nos lleva a recovecos de la historia, la antropología, la ecología y por supuesto de la geología. Pero también se entrelaza con lo que se conoce como etnogeología. Según una definición que pude encontrar la etnogeología es el estudio de cómo entienden las comunidades las características geológicas de un lugar, desde una perspectiva específica de acuerdo con los conocimientos tradicionales y con las historias e ideas sobre la tierra que han sido transmitidos a través de las tradiciones y la sabiduría de los ancianos.
México es particularmente rico en nombres de lugares llenos de armonía con el ambiente, heredados de nuestros antepasados, y que nos llevan a recrear la primera vez que se llegó a un lugar en particular o a la fundación de un asentamiento. Nombres como Ometepec (dos cerros), en náhuatl, Tzintzuntzan (lugar de colibríes), en purépecha, Bacalar (de Bakhalal, cerca o rodeado de carrizos) en maya, o Basaseachi (lugar de cascada) en rarámuri, además de melodiosos, son ejemplos de la diversidad de culturas y lenguas de nuestro país y el reflejo de la naturaleza en la toponimia.
Pero volviendo al artículo al que me refiero al principio, se trata de una exposición muy agradable sobre algunos conceptos etnogeológicos que no son muy (casi nada) conocidos. A continuación, a manera de entremés, les transcribo una pequeña parte:
“De manera similar a los geólogos que interpretan las rocas, los lingüistas estudian palabras para recrear formas de pensar de la antigüedad, muchas de las cuales sobreviven en la actualidad de manera semejante a como lo hacen montañas, las fuentes, ríos y algunos paisajes; o, en palabras de William Faulkner, «el pasado no está muerto; en realidad, no es, ni siquiera, pasado». Sí, el pasado y la naturaleza humana laten dentro de las palabras. Y al conocerlas, podremos sentirnos deslumbrados por la sabiduría humana y orgullosos de nuestra humanidad compartida a la par que diversa”.
El significado de los nombres nos transporta a diferentes épocas y nos evoca imágenes dando una interpretación que no deja de ser poética a algo que en ocasiones nos puede pasar desapercibido. Además, es muy enriquecedor conocer el significado de los nombres de los lugares, porque nos ayuda a conocernos a nosotros mismos a través de nuestro pasado.
DR. RAMÓN ZÚÑIGA DÁVILA-MADRID
INVESTIGADOR DEL CENTRO DE GEOCIENCIAS
UNAM, CAMPUS JURIQUILLA
REFERENCIAS:
Los Ojos de la Tierra, Introducción a la Etnogeología por Jaume Climent Soler, Daniel Climent Soler, Daniel Climent Giner. Mètode, Universitat de Valencia, http://metode.es/es/revistas-metode/article-revistes/los-ojos-de-la-tierra.html
Down to Earth With: Ethnogeologist Steven Semken, Earth Magazine, https://www.earthmagazine.org/article/down-earth-ethnogeologist-steven-semken