Autoría de 2:16 pm Víctor Roura - Oficio bonito

Yo, perfecto aviador – Víctor Roura

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De Saint Exupéry sí que lo era, eso de ser un perfecto aviador, pero hay que recordar que murió precisamente por ejercer ese arriesgado oficio: un día salió y el autor de El Principito jamás regresó, ni nadie supo más de él, sus huellas se difuminaron en el aire.

Otro oficio peligroso, en efecto, es el del periodista, que por no encubrir las realidades pueden sus huellas, un malhadado día, difuminarse en el viento. De ahí que numerosos practicantes de esta profesión sean vigilantes del anemógrafo para poder situarse en los climas de su conveniencia. Y vaya que pululan los oficiantes de esta oportunista (congraciada, celebrada, atingente) figura.

Por eso, cuando un anónimo (bendito anonimato que expide gratuitas licencias para verter opiniones de todo tipo aun sin tener conocimiento de lo que se está diciendo) en las redes sociales apuntó que Víctor Roura era, es, un “perfecto aviador” en Notimex me hizo recordar, de inmediato, a Antoine de Saint Exupéry, que él sí lo era, ciertamente.

No yo.

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En la jerga laboral se acostumbra decir que quien cobra sin trabajar es un “aviador”, acaso revirtiendo (o alborotándolo, o tergiversándolo a propósito) la condición natural, y razonada, de los pilotos de conservar el salario incluso cuando no están conduciendo un avión. Pero esta comprensible forma de redituar un empleo de alto riesgo se ha simplificado connotativamente para adjudicarle un sentido despreciable: el“aviador” sólo mira por encimita sin hacer nada devengando un sueldo sin merecerlo. El señalamiento juega con la metáfora previsora: el aviador está en el aire, no se le mira, está cubierto por las nubes, arriba del suelo, invisibilizado, hasta cierto punto inexistente.

La glosa, sí, es ingeniosa, tal vez peyorativa indebidamente para los domesticadores aéreos, pero sin duda un símil eficiente para lo que se quiere insinuar, término que ha sido usado en las redes sociales por un inquilino sindicalista, anónimo por supuesto, en mi contra para tratar de obnubilar mi trabajo.

Ya lo había apuntado en un aforismo: no hay mejor editor que el que aún no lo es. Porque a un editor, y los editores lo sabemos, siempre nos quieren corregir las planas (o los banners, ahora). No hay mejor jefe de sección que el que aún no lo es. Por eso hay muchos periodistas que creen que al no mirar a sus jefes en sus cubículos tienen la idea, no sé por qué, de que no están trabajando. Como si el oficio del periodista fuera una especie de privacidad burocrática.

Y no es así.

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¿Cómo transformar una sección cultural si uno no se pone también a trabajar, sobre todo cuando uno recibe un equipo menguado, que no quiere participar en iniciativas, ni proponer reportajes, ausentándose en las citas periodísticas o elaborando debilitadas notas informativas?

Una reportera, por ejemplo, no llegó a una entrevista televisiva con Regina Orozco sencillamente porque se le hizo tarde, supliéndola inesperadamente una editora. Esta reportera, como es costumbre mía (maldita costumbre mía en un medio de alteraciones consecutivas), no fue reprendida, ni suspendida, ni mereció un llamado de atención (un “extrañamiento”, como le llaman en Notimex). En otra ocasión una cuentista, que había sido entrevistada por una reportera, me dijo, desconcertada ante el comportamiento de esta periodista, que mientras respondía a las preguntas escuchaba con claridad cómo la reportera hablaba con una amiga sin importarle lo que la narradora le decía. Y de estas vergonzosas anécdotas puede hilar, con facilidad, una veintena más.

Pero uno tiene que seguir trabajando, pese a estas continuas calamidades. Entonces había que buscar colaboradores de primera magnitud.

¿Y quién debía hacer esta tarea?

No otro sino el editor de Cultura.

Y eso hice durante el tiempo en que he estado al frente de esta zona periodística hasta que se vino la suspensión de labores, a petición de los huelguistas, el pasado 8 de junio.

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Era, y lo es, arduo el trabajo del periodismo cultural. Casi todos los días me acostaba, luego de editar y seleccionar diversos textos, después de las tres o cuatro de la mañana (porque en muchos casos los textos de los reporteros, no de los colaboradores externos,los tenía que reescribir dados sus artificiosos empleos escriturales). Hubo noches que no dormía, mas esta situación es algo natural, de toda mi vida, ni siquiera era una sorpresa o algo inédito, si bien en esta coyuntura laboral en Notimex la situación se agravaba al cuadrado probablemente por una inercia inmovilizadora (¿no toda inercia finalmente es inmovilizadora?) acaecida durante la complacencia de los años transcurridos.

Por dicha circunstancia, preocupado por la desidia o el desconocimiento, o el desinterés, no sé, en su trabajo periodístico, a un reportero le dije de frente que le preguntaría algo sin ninguna inmolación en la espera de que lo entendiera. Me miró con largura.

—¿Cuántos años de reportero tienes en Notimex? —cuestioné.

Me dijo que alrededor de dos décadas.

Era demasiado tiempo.

Entonces le hice la pregunta:

—¿Por qué no has aprendido a escribir en ese prolongado tiempo?

No me respondió. Seguía mirándome con largura.

Pero es necesario, a veces, la franqueza en estos inadvertidos detalles.

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Más aún cuando el equipo inicial se iba cada vez más reduciendo por la voluntad de los participantes, que, sin saberlo yo, ni darme una mínima explicación, decidían por su cuenta condicionar sus respectivas salidas, de modo que de casi una veintena de trabajadores en el ámbito cultural nos fuimos quedando sólo con seis, de los cuales únicamente dos pertenecían a la nómina del pasado, proeza (la de sacar adelante el trabajo aun con esta brevería laboral) auspiciada por la capitanía de un periodista como Mario Bravo Soria, quien se encargaba del esfuerzo noticioso cotidiano mientras yo me arreglaba con los especiales. Por eso cuando leo vilezas, anónimas por supuesto, en redes sociales como aquello de que Mario Bravo era el ejecutante del “trabajo sucio” (en ese lenguaje gangsteril que se acostumbra en las contiendas beligerantes, no razonadas) que Víctor Roura le depositaba para lavarse las manos, no puedo sino expresar mi descompostura ante tal agravio injustificado.

Porque bastaría, nada más, una ligera lectura al trabajo periodístico realizado en casi un año para corroborar los hechos. Y conversar, mínimamente, con los trabajadores de la sección cultural para desdramatizar el diagnóstico, cosa que, por desgracia, pareciera nadie querer hacer.

orque en las batallas, se dice, todo aquel que no piensa como el que la está librando (la batalla) se convierte automáticamente en un adversario.

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Se dice fácil, finalmente, pero cuán complejo es lograr consolidar a diario una información especial para considerarla la esencial en el nuevo esquema de la sección cultural, ¡anteriormente fusionada con el espacio de los espectáculos, lo que da cuenta del menosprecio y el desinterés que se sentía por el conocimiento social!

Después de todo yo sabía a lo que me iba a enfrentar, de manera que, aun mirando el desolador panorama periodístico que tenía delante de mí, no debía justificar la evidente inoperancia del personal para mantenernos en una insoportable medianía al parecer aceptada, o resignadamente aceptada, por los trabajadores de base.

Cuán complicado puede resultar la renovación de un espacio periodístico cuando los hacedores de éste se han acostumbrado a la inmovilidad burocratizada de la escritura cotidiana. Ray Bradbury, cuyo centenario natal conmemoramos este agosto, lo apuntaba en su novela Farenheit 451: si no quieres que un hombre sea políticamente desgraciado, no lo preocupes mostrándole dos aspectos de una misma cuestión.

La costumbre suele transformarse en rutina, peligrosamente.

La cultura incomoda, aunque el empresariado de la comunicación la considere periodísticamente sin importancia. Acaso porque, sin saberlo dilucidar con las palabras precisas, están conscientes de que no es lo mismo tratar con un hombre con cultura que con un hombre sin ella. Otra vez Bradbury, en uno más de sus magníficos cuestionamientos: “¿Se sabe acaso quién puede ser el blanco de un hombre leído?”

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Porque nadie está para saberlo, pero tan despreciada, o ignorada, estaba esta sección cultural de Notimex que,cuando llegué a ella, todos los editores de las otras áreas podían meter mano en ella (en la sección) incorporando cualquier información que consideraban“cultural” —sin previo aviso tenían derecho de subir la nota en el momento que eligieran prudente—, como, por ejemplo, la aparición de una nueva muñeca Barbie, agregado que me desorbitara al grado de pedir a la dirección editorial el fin de aquellas intervenciones, petición que me fuera favorable.

Si yo no interfería en sus áreas, ¿por qué estos demás editores lo hacían con entera benevolencia en la sección que yo dirigía?

Lo que se hacía en el pasado, dije, queda en el pasado. Las cosas tenían que modificarse de una vez por todas.

Y así fue. La directiva admitió tal equívoco de las administraciones anteriores y desde entonces ningún otro editor volvió a intervenir en los asuntos de la cultura.

Como yo tampoco, jamás, en sus terrenos por respeto a sus decisiones editoras.

Cada quien en su campo, como debía de ser.

8

Ir a fondo en las cosas aparentemente nimias es un deber en el periodismo. Y si es necesario no dejarse mirar con tal de conseguir material de primera manufactura, el editor está en su derecho de hacerlo.

Es una tarea normal, e incluso elemental sobre todo en las redacciones desvencijadas, que todo periodista sabe, con excepción del anónimo sindicalizado que apresuradamente, con encono y displicencia, ha escrito en un tuit que yo soy un“perfecto aviador” porque no me veía en la redacción (ni tenía por qué saber, tampoco, que varias veces discutía con el plantel apropiado en una cafetería enfrente de la agencia).

Pero mientras menos me haya visto esta persona (o varias personas que firman como una sola, no lo sé), mejor para mí. Porque soy periodista, no un aparador de prensa.

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(Alguna vez una bella doctora me advirtió que si vivíamos juntos no creyera yo que iba a ser mía todas las noches. Era claro, entonces, el desamor, o el amor a escalas, o el amor a cuentagotas. Porque también, en el amor, hay aviadurías. Son “aviadores” o“aviadoras” los que en casa no se tocan pero fuera de ella se consumen con los, o las, amantes.)

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“Aviadores”, en efecto, hay muchos en la prensa. Que se me haya insinuado que yo lo fuera (no sólo “aviador”, sino “perfecto aviador”, lo que conlleva ya un grado supremo de cínicas habilidades o una enfática aceptación corruptora), no quiere decir que no existan o que yo no los haya visto volar en las numerosas redacciones en las que he caminado.

Y los hay en sus diferentes formas. Porque hay “aviadores” que dictan sus textos, o los mal escriben, o los copian de otros lados pasándolos por suyos, o los que se mantienen las ocho horas en sus lugares haciendo como si trabajaran, o los que están por ser parientes, o lindas amistades, o los que están ahí, muy visibles, sin hacer como es debido su tarea periodística. Porque, cómo no, hay aviadores visibles, que uno los mira todo el tiempo como ornato periodístico.

Esto de la aviaduría, efectivamente, tiene sus complejidades laberínticas.

o conozco a varios aviadores de prestigio, que cobran a veces por su silencio.

¡Vaya milagrerías permisionadas del periodismo!

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(El jueves 20 de agosto la agencia Notimex cumple  52 años de existencia justamente en su inexistencia porque, por vez primera, esta redacción periodística del Estado mexicano se halla paralizada, y con un destino incierto, a causa de una huelga la cual, al parecer, nadie, o casi nadie, quiere solucionar introducidos, todos —tanto los que claman por el triunfo sindical como los que miran las cosas en sentido contrario—, en supuestos a los que nadie quiere llegar al fondo.

¿Por qué?

Esa es la gran pregunta que tampoco nadie quiere ver solucionada.

Y, además, es un tema periodístico que parece no importarle, extrañamente, a ningún periodista, o a muy pocos periodistas, para no ser determinante en la aseveración. El hecho de la difuminación nunca antes había sucedido, ni tampoco que un hackeo haya eliminado, de golpe, informaciones construidas con denuedo. Y a nadie parece importarle estos hechos inéditos.

La prensa está siendo completamente desnudada, por eso mismo, como nunca antes había ocurrido en México. Los intereses velados, la ponzoña, los diretes, las insinuaciones, los agravios, los golpeteos, las artimañas, las veleidades y las mezquindades han salido a flote en este sexenio acaso revelando que, ciertamente, no hay peor enemigo de un periodista que otro periodista.)

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De Saint Exupéry en efecto era, sin ironía de por medio, un perfecto aviador, pero el mismo oficio, aquí sí irónicamente,del buen literato francés —cuyo 120 aniversario natal se cumplió, por cierto, el pasado 29 de junio, 21 días después de que se anulara la agencia de noticias Notimex— fue el que lo llevó a su muerte.

Tal como ocurre, también ocasionalmente, con los buenos periodistas, porque, sí, hay oficios de alto riesgo, como el de la aviaduría y el del periodismo.

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Last modified: 19 octubre, 2021
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