HISTORIA: PATRICIA LÓPEZ NÚÑEZ/LALUPA.MX
La última vez que Flor habló con Uriel, su amigo médico, fue el 20 de abril. Por un mensaje de WhatsApp ella le preguntó si conocía gente con coronavirus. Uriel respondió que sí, “de hecho, hoy vi a uno y se me hace que va a morir”. “Cuídate un chingo, negrito” respondió Flor y terminó la plática. Uriel falleció el 4 de mayo por síntomas de Covid-19.
Desde su muerte, sus amigos conservan fotos, audios y cualquier cosa que les recuerde al médico que murió sin seguridad social y sin dejar pensión para sus dos hijas y su viuda. Las niñas recibieron una despensa y una beca cada una como apoyo tras el fallecimiento de su padre, pero Fátima, su mamá, no sabe cómo van a vivir con su ingreso como empleada.
La muerte de Uriel Elías Guzmán llegó hasta las conferencias del subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, quien ofreció revisar el caso, lo mismo que el gobierno de la Ciudad de México, sin que a casi cuatro meses del fallecimiento se brinde una respuesta a la familia que quedó sin padre.
El caso de Uriel, junto con otros similares, motivó a los médicos y personal de salud de todo el país a crear el movimiento “SOS, Héroes Caídos Sector Salud”, que denuncia las malas condiciones con las que los trabajadores de la salud mexicana se enfrentan a la lucha del SARS-CoV-2: sin contrato ni prestaciones, sin equipo de protección y sin garantías para sus familias en caso de que algo les pase.
“ÉRAMOS UNA FAMILIA BONITA”
Fátima conoció a Uriel en 2008, cuando los dos trabajaron en el Instituto de Salud del Estado de México, él como médico, ella como administrativa. Coincidían en el mismo turno y se hicieron amigos, hasta que en 2015 iniciaron una relación, a principios de 2016 ya vivían juntos y tuvieron a su primer hija.
La mayor acaba de cumplir 4 años, la pequeña tiene apenas 1 año y medio. “Éramos una familia bonita”, recuerda Fátima, quien igual que muchos de los amigos, describe a Uriel como un hombre muy amable, muy simpático, “hacía reír a todos, le gustaba hacer bromas, siempre cotorreaba con todos, como médico era muy atento y muy pendiente de sus pacientes, siempre buscaba cómo ayudar y se entregaba a su trabajo, tan entregado que le pasó esto”.
Uriel estudió medicina en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y trabajaba en la Secretaría de Salud de la Ciudad de México. Con 38 años de edad, se desempeñaba como médico legista y atendía en la coordinación territorial Miguel Hidalgo número 4 de la Fiscalía General de Justicia.
Contratado bajo el programa de Estabilidad Laboral, Uriel no tenía derechos laborales como ahorro para el retiro, apoyo de vivienda o una pensión para su familia en caso de que muriera.
Además del desamparo laboral, tampoco contaba con equipo de protección especial. Cada mes le entregaban una bata desechable color amarillo, algunos guantes, dos cubrebocas sencillos y “un cuarto de jabón”, una botella pequeña con unos 10 mililitros de alcohol y alrededor de 20 toallitas para las manos. Era un equipo insuficiente porque Uriel veía 15 y hasta 40 pacientes por día, incluso cadáveres.
“NOS VEMOS PRONTO”
La noche del 26 de abril, para amanecer el 27, Uriel empezó con fiebre de 38.3 grados y trató de controlarse, “pero no cedía, así que por la mañana nos trasladamos al hospital Zaragoza del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado (ISSSTE), ahí únicamente pasó él, no me dejaron pasar a mí, al área donde los estaban recibiendo”, explica Fátima.
Permanecieron ahí desde las 8 de la mañana hasta las 3 de la tarde. Cuando salió, Uriel le dijo a Fátima que era un caso sospechoso de Covid por los síntomas que presentaba y que debía regresar a su casa donde tenía que aislarse 15 días y tomar su tratamiento.
“Fue un lunes 27 de abril, llegando aquí se aisló, porque teníamos a las niñas, no quería que ellas corrieran algún riesgo. Comenzó la tensión, el pendiente, tomar la temperatura. La temperatura en ningún momento cedió, sólo un día bajó a 36.5 y nunca volvió a bajar de 37.5 o 38. Comenzó con un poco de tos, diarrea, falta de apetito, dolor de músculos, le dolía el cuerpo, tenía mucho sueño, mucho cansancio”, relata su viuda.
Fátima recuerda los días con exactitud, no son fechas que pueda olvidar. El viernes 1 de mayo fue a trabajar, pero la regresaron por la situación de su esposo y le pidieron aislarse. Cuando regresó a casa Uriel le informó que se sentía mal, que le costaba trabajo respirar “y que estaba saturando bajo”.
Regresaron al hospital a las 10:30 de la mañana. A Fátima le permitieron acompañarlo hasta la entrada del área de Covid y después sólo pudo verlo a través del cristal, hasta que llegara su turno de consulta. Volvió a estar con él cuando lo enviaron “a hacerse unas placas. Ahí me dijo que tenía miedo por lo que podía pasar”.
A la 1:30 de la tarde Uriel, adentro del área Covid, le informó a Fátima por un mensaje al celular que lo iban a ingresar, que estuviera pendiente porque la iban a llamar para firmar documentos y darle sus cosas. El llamado llegó después de las 2 de la tarde, cuando le informaron que se iba a quedar porque tenía dificultad para respirar y era necesario ponerle oxígeno.
También le pidieron firmar una hoja donde autorizaba la intubación, para no perder tiempo en buscarla si se ponía peor. Ahí le informaron que a partir de ese momento no se iban a poder ver y que se despidieran, porque no sabían qué podía pasar con su estado de salud.
“Lo tomé muy mal, es una frase que preocupa, que duele, es la peor frase que te pueden decir: despídete porque no pueden hacer más. Yo no se lo deseo a nadie y no podría decírselo a alguien. Me despedí de él, me dijo que quería que cuidara a las niñas, que lo despidiera de ellas. Se despidió de mí con uno ‘nos vemos pronto’. Yo le pedí que le echara muchas ganas, que tratara de ser paciente, de ser fuerte. Él se quedó ahí, en el área de ingresos, todavía de pie”.
ESPERAR UNA SEÑAL
Fátima recibió todas las cosas de Uriel, pero se quedó a esperar. El primer informe lo recibió el sábado 2 de mayo a las 11:30 de la noche, cuando le dijeron que estaba delicado, pero estable y le pidieron esperar a que reaccionara de mejor manera. El domingo 3 de mayo a las 7:30 de la noche le repitieron que seguía grave pero estable y que debían seguir esperando.
Esa noche la suplió su suegra para que Fátima pudiera regresar a cuidar a sus hijas, pero el lunes 4 de mayo a las 5 de la mañana le pidieron un spray para la nariz y a las 7:30 de la mañana la llamaron para que volviera a firmar el documento de intubación.
“A las 10 de la mañana Uriel cayó en paro, me dieron que hacían lo posible para reanimar el corazón y que esperaban lo mejor. Después de las 10:30 me informaron que no pudieron hacer nada, que su corazón no reaccionó. Lo declararon muerto a las 10:30. Mi suegra ya no se fue de ahí”.
Fátima hace una pausa para ahogar las lágrimas y después se centra en lo que urge ahora. Uriel era el principal sostén de la familia. “Yo tengo un trabajo pero nuestro mayor sustento era él”. Su muerte inició otro calvario, porque Fátima tuvo que resolver cómo pagar los gastos funerarios y encontró apoyo en un familiar que tenía un lugar en un panteón, “eso lo pagaré cuando tenga un poco de dinero”.
“El hospital me permitió sepultarlo con la condición de que así como saliera tenía que ser sepultado, porque la mayoría de los muertos de Covid eran incinerados. Él fue sepultado. Sin un velorio, sin nada. El panteón me permitió un minuto para verlo en su féretro, en el hoyo pero sin destapar el ataúd, únicamente para despedirme de él, pero fue así: un minuto. Todo sin abrir el ataúd”, narra.
HASTA AHORA NINGUNA AUTORIDAD LE HA TENDIDO LA MANO
Los compañeros de Uriel asesoraron a Fátima para pelear algo para las hijas. Todos sabían que no tenían derechos por el tipo de contratación que tenía, “pero eso no es justo”. Casi al mes de la muerte de Uriel, Fátima inició un largo recorrido en oficinas de recursos humanos y áreas jurídicas para saber cómo darlo de baja y encontrar apoyo para sostener a la familia.
Se llenó de esperanza con el anuncio presidencial de que se daría un bono de 50 mil pesos al personal de salud que muriera por Covid, pero al preguntar le dijeron que no tenía derecho a él porque su esposo no estuvo en la primera línea de atención, ya que no estaba en hospital, sino que era médico legista y no había una prueba positiva a Covid-19 como causa de muerte, porque su acta de defunción dice “paro respiratorio causado por neumonía atípica por posible Covid”.
“No le hicieron la prueba de Covid, porque el hospital dice que no tenía pruebas. Me entregaron unos documentos para llevar al ISSSTE por riesgo de trabajo, para tramitar la pensión de orfandad y eso ha implicado ir a varias oficinas. Es muy cansado estar lidiando con todo esto. Él trabajó siete años en la Secretaría de Salud”, insiste Fátima.
Hasta ahora ninguna autoridad le tiende la mano, pero sí ve promesas en muchas conferencias, como el 24 de mayo cuando Hugo López-Gatell se refirió al caso como un ejemplo de las precariedades con las que se celebraban los contratos del personal de salud, pero no pasó de ahí.
“Al principio me daba esperanza que dijeran ‘lo vamos a checar, vamos a estar pendientes, vamos a ayudar’, la verdad es que ya no creo, todo se queda en simples palabras, lo único que hasta ahorita le han dado a mis hijas son dos despensas, una para cada una, y una beca para cada una, la beca Leona Vicario y sólo incluye un depósito de 800 pesos al mes para cada una hasta que ellas cumplan 17 años 11 meses. Esas becas las dio el gobierno de la Ciudad de México”.
A Fátima se le confunden las emociones cuando habla de lo que sucede y más cuando piensa en que la gente no se cuida y el personal de salud se arriesga todos los días, porque “Uriel perdió la vida por lo que amaba y a la gente le importa poco. No saben lo que es que mis hijas pierden los momentos que pudieron haber vivido con su padre, la más pequeña ni siquiera lo va a alcanzar a recordar, es muy pequeñita, no lo va a recordar y eso a la gente no le importa”.
“CUÍDATE MUCHO, NEGRITO”
Flor conoció a Uriel en 2010 y fue fácil «amigarse» con el médico bromista y con su esposa. Flor trabajaba para una empresa de seguridad que brindaba el servicio en el mismo instituto donde laboraba el médico.
Ahí le tocó trabajar alrededor de medio año y cuando se fue, mantuvo la amistad porque Uriel era muy alegre, “era de esas personas que conoces un día y es para siempre, nos hicimos muy amigos, estábamos siempre en contacto por WhatsApp, por Facebook”.
A Uriel “nunca lo vi enojado, incluso a veces le preguntaba mis dudas médicas y él siempre muy atento, muy amable, donde él laboró dejó muchas amistades, se daba mucho a querer con la gente que iba a consulta, era de los médicos que más buscaban porque cubría el tercer turno, los sábados, domingos, días festivos. Era muy querido el doctor, muy capaz como médico”.
Flor llegó a llevarle un pastel a su casa y compartían grupos de amigos por redes sociales, así que cuando supo de su fallecimiento “fue muy duro. En uno de los grupos empezaron a avisar que había muerto por Covid y no lo podía creer, decían: ‘si tienen audios del negrito guárdenlos, no los borren’, fue terrible, él fue un amigo que aprecié mucho, sólo me senté a llorar”.
Unos días antes Flor sostuvo una plática con él por WhatsApp. “El 20 de abril fue la última vez que hablé con él. El 4 de mayo supe de su fallecimiento. ¿Tú sí has conocido gente con coronavirus? le pregunté y él con su vocabulario muy florido, igual que el mío, me dijo: ‘sí, a huevo, de hecho hoy vi a uno y se me hace que se va a morir’. Lo vio en ciudad de México y le dije; Cuídate un chingo, negrito, pero ya el 4 me enteré que murió”.
Después de saber de su muerte, Flor se enteró de la injusticia para la familia. “Ni siquiera una indemnización a su esposa, a él no le dieron el equipo adecuado para que no se fuera a contagiar, se me hace muy injusto que por ser por honorarios no hayan tenido más consideración”.
Flor lamenta la muerte de su amigo, sobre todo porque cree que hoy se tiene un panorama más amplio y más conocimientos sobre los tratamientos para el Covid-19 y tal vez “si a Uriel le hubiera tocado esa suerte, que se hubiera atendido con un especialista que le diera un tratamiento más a tiempo, todavía lo tendríamos aquí, no hubiera tenido que dejar a su esposa y a sus hijas en el desamparo”.
Para ella el caso es más cercano porque en su familia ya hubo contagios de Covid y porque es madre soltera, así que “entiendo la posición de Fátima, lo mal que la debe pasar con la pérdida de su pareja. Extraño mucho a mi amigo. Me sigue doliendo su partida, era una gran persona muy humano, yo jamás lo vi enojado, jamás una mala cara, ninguna mala actitud, muy tratable. Espero que se le haga justicia porque sus hijas quedaron desamparadas”.
Las dos mujeres esperan un acto de justicia para las niñas. Fátima sigue con trámites y no deja de tocar puertas, necesita garantizar el sustento para sus hijas, aunque por ahora vive con sus papás. “Uriel era nuestro ingreso más fuerte, nos hacía reír. Éramos una familia bonita”.