Recuerdo sin nostalgia el terrible año de 1994: si bien me llenó de alegría el ganar el “Gran Premio de los 64 mil nuevos pesos” de la mano de don Pedro Ferriz Santacruz, todo el contexto presagiaba –y la hubo- sangre, violencia y muertes. El alzamiento de los neo zapatistas en cuatro municipios de Chiapas y los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y Francisco Ruiz Massieu fueron el peor ejemplo. Todo se nos desmoronaba y, para colocar la cereza en el pastel, la famosa mega devaluación del 28 de diciembre de ese año, rompía los sueños de millones de mexicanos que perdieron su patrimonio y oportunidades.
En medio de ese torbellino de desolación empezó a circular la historia de un animal desconocido que devoraba lo mismo vacunos, cabritos, cabras, cabrones, lechones, pollos y pollas, borregos y corderos. ¡El campo y los rancheros queretanos (ricos y pobres) vivían en permanente zozobra!
La Asociación de Ganaderos pidió apoyo al gobernador Enrique Burgos García y al delegado federal de la materia para hacerle frente al inédito depredador. Decían las consejas que era una gigante; otros juraban que era un murciélago de proporciones mayúsculas; varios más lo relacionaban con Pie Grande, La Llorona, las brujas y hasta con el ex presidente Carlos Salinas de Gortari, que entregó el poder precisamente en ese fatal año.
El gobernador Burgos García nos instruyó a los miembros de su gabinete legal y ampliado que durmiéramos en el Palacio de la Corregidora noche tras noche, rolándonos, porque también había fuertes rumores en la Sedena y en Segob de la proliferación de grupos neo zapatistas en la Sierra Gorda de Querétaro. En cuanto a las noches que me tocó hacer la guardia el único grito subversivo que escuché fue el de Felipe Mendoza Prat “El Patines” gritando “puuuutooosss” a Juan Ferrara y a Juan Peláez durante el rodaje de la serie histórica televisiva “La Antorcha Encendida”. Fuera de esto, mis noches las pasé redactando mi tesis doctoral y contestando las llamadas (a media noche) del Jefe Burgos.
Dentro de los logros en favor de la descentralización hacia estados y municipios, los del gobernador Burgos brillaron en materia de Educación, Turismo y Salud, por lo que se creó la Secretaría de Salud en el estado de Querétaro –para aspectos normativos- y un organismo descentralizado de Servicios Coordinados de Salud para aterrizar lo que antes era federal.
A la Secretaría de Salud llegó el 1 de octubre de 1994 mi amigo Víctor Rojas Zetina, candidato ganador de las elecciones de ayuntamiento en San Juan del Río y que se la arrebataron en la mesa de Bucareli: por ello, en retribución a su disciplina partidista se le entregaba la dependencia sanitaria. En los poderosos Servicios Coordinados de Salud llegaba mi admirado ex presidente municipal capitalino y ex delegado del IMSS René Martínez Gutiérrez, quien junto con médicos chingones en Salud Pública otorgarían los servicios con una gran calidad.
En esas estábamos y nos alcanzó el nefasto 1995 y el animalillo depredador recibió un nombre curioso: “El Chupacabras”, al que quizá importamos de Centro y Sudamérica o al que creamos en un mal logrado experimento genético. La SAGARPA y la entonces SSA no daban una respuesta satisfactoria a los productores rurales por parte de la Federación y la naciente Secretaría de Desarrollo Rural estatal tampoco daba cuadratura, así que finalmente el asunto llegó a las instancias de seguridad: La Secretaría de Gobierno, la Procuraduría General de Justicia, la Dirección de Seguridad Pública y las nacientes corporaciones denominadas “guardias municipales”.
Como “El Chupacabras” era mitad chunga y mitad en serio, el gobernador Burgos –prudente como siempre- nos reunió un jueves por la tarde, de ese año 1995, a los miembros de su gabinete en el cuarto de guerra ubicado en Sanfandila, Pedro Escobedo, para indicarnos que por la crisis económica teníamos que dar de baja a gente en la nómina, suprimir autos y gasolinas así como bonos de rendimiento. Pero su última indicación de ese día fue que estaba PROHIBIDO terminantemente que cualquier servidor público declarara sobre “El Chupacabras”, así se tratara de un reportero de banqueta o un gran periodista o dueño o directivo de medios impresos o electrónicos.
Todavía mandó llamar el gobernante a su despacho privado en Sanfandila al secretario de Salud Víctor Rojas Zetina, al coordinador de los Servicios Coordinados de Salud René Martínez Gutiérrez y al gran operador sanitario -Javier Magallanes- para subrayarles la prohibición de hablar oficialmente del cabrón animal (me refiero al “Chupacabras”, no al inteligente pero odiado Salinas de Gortari). Al día siguiente, el señor gobernador tomó el teléfono y le llamó a su viejo amigo de banca, Javier Magallanes, para volverle a repetir que se manejara con prudencia ante el aumento de casos de muertes de animales en las zonas rurales del centro del Estado.
¡Lo curioso es que estos se daban en un circuito que abarcaba las grandes zonas de granjas polleras, de Huimilpan, Pedro Escobedo, Colón y El Marqués, hasta perderse por Tequisquiapan y San Juan del Río al municipio hidalguense de Tecozautla!
Hasta los temidos policías ministeriales se mostraban medrosos y cobardes para patrullar el campo queretano por las noches y sin pareja. ¡Ya en el crucero de Galeras y la carretera 200 no se aparecía la mujer greñuda y gritona sino que era la zona favorita de “El Chupacabras”.
A falta de información oficial convincente creció la leyenda. Pues en esas estábamos los miembros del gabinete de don Enrique Burgos cuando una mañana nos terminamos de despertar al leer en el “Noticias” que el secretario de Salud en el Estado, médico Víctor Rojas Zetina, ¡reconocía la existencia de un animal sobrenatural al que apodaban “El Chupacabras”! ¡En la Mádere! Dije yo, ahora sí el gobernador Burgos se va a encaboronar. Mi prudente maestro Enrique toma nuevamente el teléfono y le hace responsable de la operación contra el depredador al eficiente y eficaz doctor Javier Magallanes para que rápido se acabara con ese formidable mito de la campiña provinciana. Recuerdo que en esa fiesta del 15 de septiembre de 1995, a mi esposa Conchita y a mí nos tocaron como compañeros de mesa en Palacio Conín el secretario del Trabajo Guillermo del Hoyo, su esposa Queta Huidobro, además de Rojas Zetina y su señora. ¡Pobre Víctor, quién sabe cómo le había ido en la regañiza del secretario de Gobierno o del gobernante! De ese tema mejor ni hablamos pero sí estaba mosqueado Víctor.
Les vendo un puerco en forma de Chupacabras.