Como muchos de mi generación, y otros antes y otros después, fui un niño de bocho. Al menos recuerdo uno que tuvo mi abuela, dos de mis padres, además de uno de mi propiedad, desde luego ya no siendo un niño sino un joven Mediador del Tribunal Superior de Justicia.
El mío era un bocho azul con los asientos despachurrados. Se lo compré a alguien que lo usaba para transportar perros, y como se había roto el asiento del conductor, le había acomodado un huacal que mantenía el respaldo en su lugar. Tan buena era la solución que no me atreví a mandarlo soldar.
Pero no quiero hablar de ese auto reciente, sino de los de mi infancia. Mi abuela, rauda como siempre fue, manejaba habilidosa su auto en las calles de la Ciudad de México, en los tiempos en que nacían los ejes viales bajo la regencia, si la memoria (que el buen Borges decía que era como el olvido) no me falla, del mexiquense Hank González.
En ese auto viajé poco. Pero cuando lo hice, sin duda fue a mayor velocidad que en los otros.
De los bochos de mis padres recuerdo dos, uno naranja de 1972, y otro color vino de finales de los ochentas. El primero nos trajo a todos apeñuscados a Querétaro en 1979, y lo recuerdo en Constituyentes, aún llamada por muchos Carretera Panamericana, cuando pocos autos circulaban.
El segundo, flamante, el primer (y único) auto que tuvo mi madre de agencia, lucía un color que le otorgaba cierta elegancia. Digamos que, sólo por su piel exterior, podría ser llamado un bocho de lujo.
Lo vendieron para comprar un Maverick y un Fairmont, ambos Ford. Mis padres pasaron de mantener cuatro cilindros a pagar la gasolina de catorce.
Recuerdo en particular los viajes en el bocho naranja. Me ponían, con mi hermana o con mi hermano, en la parte de atrás, esa especie de recoveco que había entre el asiento trasero y el motor; de niño me divertía, ahora creo que la razón principal de colocarnos ahí era que el calor del motor y del sol que entraba por la luneta nos amodorraba.
Sin embargo no recuerdo que alguien se haya insolado.
Buenos esos bochos. Varios siguen rodando y seguirán haciéndolo por mucho tiempo.