Autoría de 12:12 pm Memorias Peregrinas - Andrés Garrido

El Querétaro intervenido (III) – Andrés Garrido del Toral

EEl 31 de mayo de 1863 Juárez y el gobierno abandonaron la hoy Ciudad de México ante la proximidad de las fuerzas de Forey. El presidente se instaló en San Luis Potosí, mas como el 4 de diciembre Tomás Mejía y sus imperialistas entraron en San Miguel de Allende; el 9 cayó Guanajuato, y el 15 estaba en León nada menos que Bazaine con el Cuerpo expedicionario, don Benito tomó el camino de Saltillo, el día 22, sin presentir la sorpresa que le deparaba Santiago Vidaurri, gobernador de Coahuila y Nuevo León, apenas cinco años antes pomposamente llamado “Espada de la Reforma”.

Entre el gobernador Vidaurri y el gobierno federal mediaban antiguas pugnas cuyos pormenores no caben en esta historia, todas ellas consecuencia de sentirse don Santiago dueño de “su” estado, en tanto que Juárez extremaba su celo en cuanto a las facultades y derechos del gobierno federal. Vidaurri era el clásico cacique mexicano del siglo XIX, norteño por añadidura, o sea bronco y taimado a la vez, independiente y atrabiliario a más no poder. Como ahora “El Bronco”.

De político nada tenía Vidaurri, claro, y en cuanto Juárez se instaló en Saltillo con su “camarilla corrompida”, el gobernador le mandó una nota de nada calurosa bienvenida. Pero Juárez necesitaba recursos, los exigió de las rentas federales retenidas por Vidaurri de tiempo atrás, y el gobernador se negó. Cuando Juárez exigió al administrador de la aduana de Piedras Negras la entrega de las rentas a su cuidado, el empleado se negó, también “por ser muchas y repetidas las órdenes en que en contario tengo recibidas del superior gobierno del estado, de quien inmediatamente dependo”.

Como la situación se agravara en los siguientes días, y el gobernador no se presentara en Saltillo a saludar siquiera al señor presidente, éste decidió instalar su gobierno en Monterrey, donde entró el 10 de febrero de 1864 como un indeseado.

Vidaurri se había encerrado en la Ciudadela regia, y cuando al fin decidió entrevistarse con don Benito, la reunión no duró más de diez minutos. El gobernador pretendía que la división de Guanajuato, guardia personal del presidente, saliera de la ciudad, y Juárez quedara bajo la protección de las fuerzas del estado.

Pero don Benito no estaba para semejantes bizantinismos, y volvió a Saltillo dejando rotos los puentes: el 16 mandó Vidaurri que las autoridades del estado no obedecieran las disposiciones del gobierno federal, y Juárez mandó publicar en Saltillo dos decretos: uno separando a los estados de Coahuila y Nuevo León, y el otro para declarar a este último en “estado de sitio”.

El tramo final de la novela política correría por cuenta de Vidaurri: el primero de marzo mandó colocar dos libros en las cabeceras municipales del estado para que los vecinos votaran por la paz o la guerra, o sea por la Intervención o la república, y Juárez declaró a don Santiago traidor de la patria.

Legalmente estaba liquidado el caso Vidaurri, pero eso no era todo. Ante la proximidad del cuerpo francés expedicionario, Juárez tomó la decisión de cruzar el desierto e instalar en Chihuahua, bajo el gobierno del general Luis Terrazas, soplaban vientos de fronda. Pesqueira en Sonora, en Chihuahua Luis Terrazas, y Vidaurri en Coahuila y Nuevo León fueron tres hombres y tres riesgos; como esto lo entendía don Benito, se explica que fuese testigo de defecciones por todas partes.

Al presentarse en Monterrey varios enemigos chihuahuenses del gobernador, y argumentar que Terrazas no había prestado ningún apoyo, material o humano, para la defensa de Puebla, con pruebas, según ellos fehacientes, de que Terrazas se hallaba en tratos con Bazaine para seguir el ejemplo de Vidaurri, Juárez decidió atajar el nuevo escándalo mediante el único medio a su alcance: suspender a don Luis en sus funciones y declarar a Chihuahua en “estado de sitio”.

El gobernador protestó su inocencia ante los graves cargos, y posiblemente su primera intención fue resistir, más por fortuna resolvió someterse a la decisión del presidente; entregó el gobierno a un señor Casaventes, y dejó al tiempo la reivindicación de su conducta.

Decisión sensata de Terrazas, y también la de don Benito Juárez al no ejercer prematuras represalias. Ambos hicieron bien, pues luego mediaron entre ellos magníficas relaciones: en Chihuahua bailó Benito, su pasión favorita, y don Luis no dejó lugar a sospechas sobre su fidelidad a la causa de la República. Al cambiar la suerte de la guerra, el 21 de marzo de 1866, don Luis derrotó a los imperialistas, recuperó la ciudad de Chihuahua, y en ella reinstaló al presidente a su vuelta de Paso del Norte, quien iba rumbo a la capital en 1867.

Pero entre 1863 y 1864 la situación del gobierno republicano era desesperada. Al aproximarse los franceses a Monterrey, resuelto favorablemente el falso problema del gobernador Terrazas, Juárez decidió instalar su gobierno en Chihuahua.

Corría el mes de agosto, y quienes desconocen esa tierra no entienden qué significa cruzar 500 kilómetros sin ríos de corriente permanente en gran parte del trayecto, sin un árbol para sestear en el camino.

Sólo hay montañas peladas, alguna noria o aguaje, y muy a lo lejos algún villorrio con gente a quien sólo alimenta la esperanza de la resurrección, día tras día con el maldito sol sobre la cabeza. El maldito sol, demonio de esa tierra.

“En mi tierra -dice Fuentes Mares- el hombre principia a vivir al desaparecer el sol: corren entonces por el campo los conejos; los hombres conversan; las mujeres van por agua, y la noche se llena de luciérnagas, pequeños soles inofensivos. Nadie entiende allí, ni lo entenderá jamás, cómo hay gente capaz de pagar por tener encima al sol, macho fecundador tal vez en otras tierras, pero aquí verdugo del hombre y del paisaje.”

El 12 de octubre de 1864, aniversario de la fundación de Chihuahua, Juárez y sus compañeros llegaron a la ciudad, con su alameda de Santa Rita llena de gente endomingada. En Chihuahua no había ningún Vidaurri; hasta los curas de la parroquia eran liberales.

El gobernador Luis Terrazas.

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Last modified: 24 septiembre, 2021
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