REPORTAJE: PATRICIA LÓPEZ NÚÑEZ/LALUPA.MX
ILUSTRACIONES: ALEJANDRO MASCARÚA/LALUPA.MX
Querétaro, Qro. Amaya sueña con el día que termine la pandemia para que sus hijos regresen a la escuela y ella pueda trabajar. Ese día será independiente económicamente y no tendrá que soportar los insultos, las humillaciones y la violencia económica de su esposo, que a veces se va de la casa y la amenaza con dejarla sin dinero para la renta o la comida, pero siempre regresa para tratarla peor.
Es extranjera y está sola en la ciudad. A ratos siente que cayó en una trampa y que fue víctima de trata de personas. Su esposo es “el buen vecino”. Amable con los de afuera, pero en casa, la ofende, le niega el dinero, le impide salir a trabajar, si ella necesita ir a algún lado, le mide el gasto de gasolina y en más de una ocasión llegó a maltratar a los hijos, así que acudió al DIF, donde le ofrecieron enviarla a un refugio, “pero después de eso, seguiré sola, sin casa, ni dinero para la renta ni para comer”.
“La única manera de librarme de esto es ser independiente económicamente, porque por donde nos joden es por el dinero y nos transforman en esclavas 24 horas o porque no tenemos el dinero para acceder a la ley, a un buen abogado, aunque tengamos la determinación y la convicción, aunque sepamos que esto es un delito, siempre nos joden porque nos agarran económicamente”, insiste Amaya desde una habitación donde pudo hablar vía telefónica con lalupa.mx cuando su marido salió de la casa.
DE CADA 10 PERSONAS GOLPEADAS POR UN FAMILIAR, 9 FUERON MUJERES
El foro “La Violencia contra las Mujeres durante la Pandemia”, que organizó el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE)”, como parte de las “Conversaciones CIDE: La pandemia y el futuro”, nombró lo que era evidente: la violencia contra las mujeres se incrementó en el confinamiento por el Covid-19 y hoy muchas viven con sus agresores, en sus casas, sin recibir la ayuda adecuada.
La directora ejecutiva de Intersecta, Estefanía Vela, advierte que de cada 10 personas golpeadas por un familiar en México, 9 fueron mujeres; de cada 10 personas violadas por un familiar en el país, 10 fueron mujeres, pero no se aplicaron medidas enfocadas a resolver el problema del “Quédate en Casa” y no hay cifras oficiales sobre la situación real en este periodo.
“¿Cuántas mujeres han sido asesinadas en su casa durante la pandemia del Covid-19? No lo sabemos y lo vamos a saber hasta noviembre del 2021, porque los datos oficiales se publican con un año de retraso. ¿A qué mujeres afecta la pandemia? No lo sabemos”, reconoce.
La pandemia dejó solas a las mujeres en sus casas con sus abusadores, incluso en aquellos casos en los que ellas estaban decididas a dejarlos, como Amaya, que en febrero estaba feliz porque consiguió su cédula profesional para empezar a trabajar pero cuando inició la contingencia en marzo se quedó encerrada con sus hijos, sin escuela ni alguien más para cuidarlos y ahora espera el fin de la pandemia para volver a empezar.
“SIENTO QUE CAÍ EN UNA TRAMPA”
Amaya conoció a su esposo por Facebook. Él trató de contactarla varias veces y al no conseguirlo, hizo amistad primero con sus amigos, hasta que empezó a visitarla en su país de origen. “Sedujo” a todas las personas que ella conocía. Su familia, sus amistades, sus colegas de trabajo y empezaron una relación.
Cuando se casaron, hace más de una década y ella se embarazó, vino por primera vez a México y se dio cuenta de que nada de lo que él le dijo era real. No tenía casa, no era profesionista, no tenía un negocio. Lo que sí tenía era hijos grandes de un matrimonio anterior, que también se encargan, a veces, de maltratar a Amaya y a sus hijos, cuando llegan a coincidir.
A veces en su encierro con sus hijos, siente que tal vez fue víctima de trata, porque “fue por mí hasta mi país, me convenció, convenció a mi familia, me casó, me embarazó y aquí estoy sin poder salir”.
“Lo que he vivido acá ha sido una violencia económica, al inicio él me depositaba dinero en mi cuenta de banco para hacer sus pagos. Cuando mis niños empezaron la escuela me encargué de la casa porque su idea era que estuviera acá encerrada y el dinero me lo daba exacto, él compra la despensa, no puedo cocinar algo que tenga ganas porque de las compras se encarga él y me dice que si yo quiero ir al supermercado me las arregle con mi propio dinero, que no tengo porque no puedo trabajar”, relata.
Amaya sufrió varias humillaciones a lo largo de su vida en pareja en México y algunas veces él deja la casa, porque “según él lo presiono mucho, porque duerme hasta tarde, porque no va a trabajar, pero siempre tiene dinero para otros, pero no para nosotros, acá tenemos que arreglarnos nosotros y vivir un terrorismo psicológico permanente”.
Cuando él se va de la casa le habla a los hijos para decirle que la pasa muy mal, en lugares horribles, pero que no puede regresar porque su mamá “es una floja que no hace nada o que es mala”. Cuando regresa, les hace promesas de fiestas y viajes a la playa que no cumple con el pretexto de que Amaya no le permite dormir en su cama o asusta a los niños hasta que ellos lloran y preguntan si su papá “está mal de la cabeza”.
“Es como si viviera secuestrada, porque si hoy me quiero ir tiene que ser a un refugio del DIF y si a mi esposo le pasa algo o se muere o no regresa yo no tengo para pagar la renta, mucho menos un plato de comida para mis hijos. Ahora mismo, cuando él se enoja me dice que me tengo que ir yo, que no tengo casa, no tengo muebles, no tengo nada y me lo dice si me ve llorando: tú estás sola y así es, estoy capturada en esta situación”, agrega.
“EL BUEN VECINO”
Durante el tiempo que tiene en México, el esposo de Amaya le permitió estudiar y tomar cursos por internet para tenerla “ocupada”. Hoy ella cree que fue para no permitirle trabajar y echárselo en cara, porque “dice que soy tan poca cosa que necesito un papel que me haga sentir bien y que lo que he conseguido ha sido por él”.
Su mayor presión es que si le platicara a sus vecinos o amigos la manera en la que vive, nadie le creería. “Él tiene dos caras, mis vecinas creen que me saqué la lotería, pero no saben lo que nos hace. Por ejemplo, si a mis hijos los dejaba un rato con él para entrar a una tienda a comprarles calcetines, me los encontraba llorando porque él decía que se iba a ir y nos iba a dejar para siempre, pero cuando regresaba decía que era un chiste. Es un torturador. Eso no lo creerían los vecinos a los que les regala cosas, a los que ayuda”.
Cada vez que su esposo se va de la casa, le deposita menos dinero a Amaya. Eso mismo sucedió cuando ella consiguió un trabajo en línea por las noches, por el que duerme unas 4 horas por día. Aunque le pide a su esposo que le permita conseguir sus propios ingresos, él dice que si quiere salir a trabajar consiga dinero para que le pague a alguien para cuidar a los niños, así que “me quiere siempre precarizada, tengo que tercerizar el trabajo para poderme mover de casa”.
“Si a la gente le cuento esto dirán que muchas mujeres están así, que no exagere. Hay un prejuicio de que las mujeres que caemos en el maltrato es porque venimos de patrones destructivos, no es así, yo no vengo de un patrón de malas relaciones, no me esperaba esto, me siento en un caso de trata: fueron por mí, me propusieron algo, me vendieron una historia falsa. Incluso si se lo cuentas a un psicoanalista te dice: usted está ahí porque quiere. Asumir eso cuando el otro es un manipulador es como decir que un niño abusado se lo buscó”, argumenta.
Amaya no tiene espacio para llorar. En el encierro con sus hijos debe tener buena cara, “a pesar de estar hecha mierda. Yo empecé a grabar a mis hijos, cuando él me insultaba, cuando lloraban porque él les decía que yo era una estúpida, le dio por pegarles, pero grabar no me ayuda. En el DIF me dijeron que estaba en una situación de alta vulnerabilidad, pero ¿de qué me sirve ir a un refugio un tiempo? Sólo puedo negociar con él hasta que yo pueda salir adelante sola, pero ahora no tengo herramientas”.
SIN EMPLEOS Y SIN POSIBILIDAD DE DENUNCIAR
La directora ejecutiva de Intersecta sostiene que a 7 meses del inicio de la pandemia no hay un cambio de estrategias por parte del gobierno federal para atender la violencia en los hogares durante la contingencia por la enfermedad. De lo que se habla, explica, es que en abril se tuvo el descenso más grande del registro de carpetas de investigación por violencia familiar, pero se debe a que todo se detuvo con el coronavirus.
“El problema es cuando las autoridades se cuelgan las medallas como si una reducción de las denuncias, fuera una reducción de la violencia, cuando no es el caso. Yo no veo mucha esperanza, llevamos 7 meses y el cambio de estrategias no se ve”, agrega en el foro del CIDE.
Otro de los puntos importantes es sostener los refugios para mujeres, porque muchas necesitan un espacio seguro para estar en condiciones de rehacer sus vidas, pero el año pasado, “si el dinero llegó a estos lugares, llegó tarde” y mientras los recortes por la austeridad se dan en los programas para las mujeres, el presupuesto militar sigue en aumento.
Otro problema es que la pandemia también precariza las condiciones de las mujeres: de cada 3 trabajos que se perdieron en México, 2 fueron de mujeres, de cada 10 empleos que se recuperaron, 7 fueron de hombres.
La profesora investigadora y coordinadora general del Programa Interdisciplinario sobre Política y Prácticas Educativas (PIPE) del CIDE, Blanca Heredia Rubio consideró que hay una “ceguera” hacia los problemas que hoy viven las mujeres.
En el caso de Amaya, la búsqueda de apoyo y de empleo tendrá que esperar hasta que pase la contingencia, cuando sus hijos puedan volver a la escuela. Por ahora, ni siquiera puede pedir ayuda a su familia en su país de origen, porque están en crisis económica y no tendría dónde quedarse, ni hay garantías de que su esposo cumpla sus compromisos con sus hijos o permita que ella se quede con ellos.
“Estoy sobre arenas movedizas, no tengo garantías de nada, ni mil pesos de ingresos por mes, dependo al cien por ciento de él. Cuando él se fue por más tiempo, una abogada me dijo que no lo dejara entrar ya, pero me vi obligada porque no me iba a dar para la renta. Mis hijos, que vivían sin miedo, tienen ataques de pánico, terror de quedarse solos. Yo me siento devastada, sepultada, pero lo primero es conseguir mi independencia económica. Hay que ser independientes económicamente para poderte defender”, insiste desde la casa donde vive desde hace años y que no puede dejar.