Autoría de 12:01 pm Memorias Peregrinas - Andrés Garrido

El Querétaro intervenido (V) – Andrés Garrido del Toral

Si el gobierno de Washington no pretendía sustituir en Europa a los gobiernos monárquicos por gobiernos republicanos, tampoco estaba dispuesto a permitir que Europa reemplazara a los regímenes republicanos de América con monarquías muy imperios.

Era ya la recta final. La retirada se planteaba como alternativa única. Además de la influencia norteamericana en favor de la República hay que resaltar el valor y talento de los guerrilleros mexicanos que actuaron inteligentemente.

No había Ejército mexicano formal desde mayo de 1863 y no se iban a enfrentar en batalla formal y campo abierto al mejor Ejército de infantería a nivel mundial, así que había que hacerle como las pulgas al perro, de a poquito en poquito joder y joder.

El 2 de febrero de 1866 remachó el clavo Mr. Seward, secretario de Estado gringo, al reiterar que la presencia en México de un ejército europeo, sostén de un príncipe con atributos imperiales, sin el consentimiento del pueblo y contra su voluntad, era «fuente de temores y peligros para Estados Unidos y los estados independientes y soberanos» del continente; confiaba en que Francia viera las cosas de ese modo, y reiteraba que ninguna nación extranjera tenía derecho a intervenir en los asuntos interiores de México para darle un gobierno estable y progresista.

Mr. Seward entreabría la puerta un poquitín. Por allí encontró Napoleón la forma de escapar «decorosamente»: supuesto que el gobierno de Estados Unidos aducía el principio de no-intervención respecto a las naciones extranjeras, el de Francia recibía «con entera confianza esa seguridad«, y en ella encontraba «garantía suficiente» para proceder al retiro de su ejército en México en tres porciones, la primera de noviembre de ese año (1866), la segunda en marzo de 1867, y la última de noviembre del mismo año.

Semejante estupidez sólo podía caber en un cerebro trastornado por el miedo a Bismarck y su imperio prusiano, la actual Alemania, pues Washington no había dado ninguna «seguridad” como esa. Napoleón sólo se proponía abandonar la embarcación a punto de naufragar, y en enero de 1866 se dirigió al cuerpo legislativo de Francia para hacer el anuncio oficial de la retirada.

En México, mientras tanto, Maximiliano pasaba repentinamente del mediodía al atardecer. Decretó el 3 de octubre de 1865 que los republicanos cogidos con las armas en la mano fuesen enjuiciados sumariamente por cortes marciales, y además tuvo la humorada de dar como hecho la desaparición de República sólo porque alguien le había dicho que Juárez había salido del territorio nacional.

El 3 de octubre de 1865 dio por cierta la victoria total, y en febrero siguiente recibió la noticia de la retirada francesa. El golpe era terrible, e inmensa su amargura: Napoleón le abandonaba sin respeto alguno a sus promesas y convenios firmados. Pero frente a un emperador de pacotilla, sin una gota de sangre real en sus venas, un Habsburgo le dejaría su lección: él no abandonaría el país entre las maletas del Cuerpo expedicionario francés, amén de la carta en Orizaba de su madre Sofía.

Tampoco estaba dispuesto a someterse a los términos de la evacuación resuelta por Napoleón. «Os propongo consecuentemente, con la misma cordialidad, que retiréis inmediatamente vuestras fuerzas del continente americano.» Estupendo.

Si ejercer la dignidad suele costar la vida, merece la pena perderse cuando esa arma única de los infortunados ante la caridad irritante de los poderosos.

Después tuvo el hombre horas de flaqueza. Que si se iba; que si se quedaba. Carlota marchó a Europa para jugar su última carta con el papa y Napoleón. Apremiado por Napoleón, Bazaine echaba mano de todos los medios a su alcance para llevarlo consigo, pero afortunadamente para los republicanos mexicanos ella fracasó. El 5 de febrero de 1867 abandonó Bazaine la capital mexicana con los últimos contingentes del Cuerpo expedicionario.

El imperio estaba ya en un estrecho círculo de fuego: Juárez había salido de Paso del Norte el 8 de abril de 1866, y el 22 de enero de 1867 instaló su gobierno en Zacatecas. La espada de Miramón, recién llegado de Europa para morir con el imperio, brilló inesperadamente sobre la cabeza de Don Benito, el 27, al caer por sorpresa sobre los transitoria capital de la República. Pero ocupar unos días Zacatecas no torcería el curso de los acontecimientos si ya sólo México, Veracruz, Puebla, Morelia y Querétaro estaban por el Imperio.

Al cruzar Bazaine con sus soldados el zócalo de México, las ventanas del palacio permanecieron cerradas, en protesta silenciosa. El emperador Maximiliano no se asomó al balcón, pero si al pretil de las azoteas para verles partir. “¡Henos libres! «, dijo al perderse en la niebla de la mañana el último contingente del Cuerpo francés expedicionario.

El 13 de febrero tomó Maximiliano el camino de Querétaro con una columna de cuatro mil hombres, en compañía de Leonardo Márquez, llegando a la levítica ciudad el 19 de ese mes y año. El 22 del mismo mes se le unieron en aquella ciudad las brigadas de Méndez y Mejía, además de Miramón, quien arribó con sus pocos seguidores.

Juárez, con el gobierno, estaba en San Luis, mientras en Querétaro convergían las fuerzas de Mariano Escobedo y Ramón Corona. El 6 de febrero comenzó el sitio.

Don Benito había fijado las condiciones de la contienda: «No se pacte con ellos capitulación o arreglo alguno que los libre del castigo que merecen por la enormidad de sus crímenes».

El 27 de marzo, con luna llena, Márquez y Vidaurri burlaron el sitio rumbo a Amealco, por atrás de El Cimatario, para buscar refuerzos en México, pero nunca regresaron. La agonía de los defensores de Querétaro se prolongó hasta el 14 de mayo, el más tranquilo de los setenta y un días que durara el asedio.

Todo transcurrió tranquilamente hasta la medianoche, cuando el batallón de Supremos Poderes penetró por un hueco abierto en la tapia de la puerta del panteón del convento de La Cruz, cuartel general de Maximiliano y llave del sistema defensivo de la plaza. Les guiaba Miguel López, coronel del regimiento de la emperatriz, compadre de Maximiliano además. López recibió por eso 12 mil pesos, la garantía de su vida y su libertad. El 15 de mayo, Juárez escribía a su yerno, el cubano Santacilia que cuidaba de las hijas y esposa de Juárez en Estados Unidos; ya había firmado la carta cuando le llegó la noticia por telégrafo, y al pie del pliego agregó cuatro líneas jubilosas: » Viva México.  Querétaro está en nuestro poder».

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Last modified: 24 septiembre, 2021
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