Hace unos días, recibí una noticia que he anhelado desde hace años. Es algo que me lleva de la alegría al llanto. Me ha metido en un estado de shock y reflexión. Ahora mismo estoy divagando en los conceptos de la derrota y el ganar. Y me hizo recordar un texto que escribí en marzo del 2019, como parte de un proyecto personalísimo que llamo “Quisiera ser más yo y menos Rocío”, y que ahora comparto aquí (con algunas modificaciones), mientras trato de tranquilizar mi mente y mi corazón.
MUJERES FUTBOLISTAS PATEAN MI CABEZA
“Quería que me enseñaras a escribir de la derrota”… M. Caparrós
Me pidieron unos poemas inéditos para una revista. ¿Para cuándo?, pregunté. Para ayer, contestaron. Me metí a revisar archivos en mi computadora y encontré un poema que escribí en el 2006; en uno de los versos dice: “Mujeres futbolistas patean mi cabeza”. ¡Horrible! Cerré el archivo. Debí eliminarlo pero aún no me curo de esa manía de acumular cosas. Pero, ¿por qué escribí eso?
Después de platicar con la maestra G. A., ahora todo tiene sentido. Ella me confesó que se inició con “El declamador sin maestro. 100 poesías para declamar”, y el poema que recita con perfecta memoria es: “Cómo me dan pena las abandonadas/ que amaron creyendo ser también amadas/que van por la vida llorando un cariño/ recordando un hombre y arrastrando un niño”.
Por cosas como esas estamos dañadas, le dije. Y reímos. Yo le platiqué que en mi época de secundaria escuché en un concurso de declamación un poema del cual sólo recuerdo: “que a fuerza de llanto me entró la experiencia”. Lo que no le confesé, es que yo iba a participar en dicho concurso. Pero ya no hubo tiempo para mi turno y me quedé en la fila mirando cómo premiaban a Dara, la compañera que estaba formada delante de mí. Dara era muy lista para matemáticas y deportes, estaba en el equipo de fútbol, voleibol, básquetbol, atletismo, se fue a concursos estatales, tenía medallas. ¿Para qué quería ganar un concurso de declamación? Por años escuché en mi cabeza la voz de Dara repetir: “que a fuerza de llanto me entró la experiencia”. Y a la maestra de español decirme: ¡Siéntate, ya ganó Dara!
No conservo ningún amigo de la secundaria. Por casualidad mi madre se encontró hace algunos meses a una señora, que es también amiga de la madre de Dara y le platicó que mi compañerita de secundaria ahora es maestra de educación física y entrena un equipo de fútbol femenil. Cuando mi madre me contó, la imaginé tal cual la recuerdo, su pelo largo y negro bien trenzado, corriendo detrás del balón y golpeando sin piedad, aventándose con furia para rematar de cabeza, sin importar que el campo sea una plancha de concreto. Porque así era ella. No tenía miedo. Yo en cambio nunca pude con los deportes, en todos salía herida.
Y a mí no me gusta el fútbol. En 2017, cuando Martín Caparrós vino a Querétaro, después de entrevistarlo le pedí que firmara “Ida y vuelta. Una correspondencia sobre futbol”, libro que recopila la correspondencia con Juan Villoro, sobre su gran pasión: el fútbol. Le extendí el ejemplar y una pluma.
Abrió el libro, alisó la página, volteó para mirarme y preguntó: ¿Y a ti te gusta el fútbol?
Pensé en decir que sí, que me encantaba, que era mi deporte favorito en la vida. Pero engañar a Martín Caparrós es como mentirle a Dios Padre Santísimo. Y eso nunca.
–No, no me gusta el fútbol, pero el libro me fascinó, dije. Y esbozó una media sonrisa, que en él, creo, eso ya es mucho.
Martín escribió en mi libro: “Para Rocío estas letras con o sin fútbol”. Y agregó: Salud!
En dicho libro, en la entrega titulada ‘Dios ha muerto’,Caparrós le dice a Villoro: “Te lo pedí hace unos días, caro güey: quería que me enseñaras a escribir de la derrota, porque lo único que me quedaba era esperanza. Pero la derrota no es un relato interesante: es casi siempre igual, previsible tontita. No quiero entrar en ese coro: no quiero decir ahora que la Argentina nunca fue un equipo, que faltaban ideas y jugadores, que no teníamos medio campo, ni media defensa, que seguíamos patinando hacia la nada. No quiero decirlo ahora; lo dije cuando era triste, solitario e inicial. Ya no queda mucho por decir”.
Ahora que releo esa “Ida y vuelta”, pienso que quizá el juego (la vida) no sólo es correr detrás de la pelota, se trata de estar, de ser, de aprender. A la distancia, siento que en vano aprendí: “que a fuerza de llanto me entró la experiencia”. Lo que debí aprender, era a dominar, golpear con furia, aventarme al vacío sin miedo, antes de que ellas y cualquier otro golpeara mi cabeza, mi corazón. Pero ante todo, aprender a divertirme, total, esto es un juego.
¡Ahora me voy a jugar!