Tirao por la vida de errante bohemio está don Alfredo anclao dentro de sí. Curtido de ópticos males, bandeado de apremios, le evoco desde este raro modo que tengo de escribir.
Nació el 28 de julio de 1934 en la ciudad de México, de padres jaliscienses –por eso le va a “El Atlas”- y llegado a Querétaro en 1938, de tan sólo cuatro años. Estudió la primaria en la escuela “Josefa Vergara”, en la mera esquina de su casa de entonces y actual, aunque ya no pertenezca a la familia sino a una vecina de feo carácter.
La secundaria la cursó en el Instituto Queretano y la prepa en la UAQ. Llegó hasta tercer año de Derecho y “por estupidez” la dejó, como él mismo lo dice. Desde niño se aficionó a la música y a la radio, ya lo traía en los genes. Solamente ejecutó música con armónica. Pero Alfredo sabe tangos como ninguno, y en cada verso pone su corazón, arrullo del suburbio su voz perfuma, Alfredo tiene pena de bandoneón.
Tal vez allá en su infancia, su voz de viola, tomó ese tono oscuro de callejón. O acaso aquel romance que sólo nombra cuando se pone triste con el alcohol. Alfredo dice el tango con voz de sombra, Alfredo tiene vena de bandoneón. Tus tangos son criaturas abandonadas que cruzan sobre el barro del callejón, cuando todas las puertas están cerradas y ladran los fantasmas de la canción. Alfredo dice el tango con voz quebrada. Alfredo tiene sangre de bandoneón.
La oportunidad en la radio comercial le llega en 1952 a invitación de Manuelito Lozada Perrusquía, para un programa infantil, en la XENA ubicada entonces en avenida Madero 25, a un lado de la librería de “El Sagrado Corazón”, en pleno centro. Poco después se lo jaló como locutor Jesús Romero Santoyo. Ahí inicia con su programa “La fiesta del tango y la canción”, que data de 1954, el espacio decano de la radio local. En 1957 obtiene la concesión para instalar y explotar la XEQG, más tarde llamada Canal 98, en Corregidora Sur casi esquina con Zaragoza. En 1968 se retira cuando mueren sus inolvidables amigos Toño Robles Ortiz y Rafael Briseño López, no pudo soportar la nostalgia de la ausencia de estos. Ya son pocos los amigos que le quedan, vamos muchachos esta noche a recordar una por una las hazañas de otros tiempos y el recuerdo de su casa que llamamos soledad.
Cabe señalar que le ganó un asunto legal por la XEQG al dueño de todas las estaciones de Querétaro: el poderoso y respetado general Ramón Rodríguez Familiar.
Su Santa Rosa de Viterbo, donde vive en Arteaga 83, es un barrio plateado por la luna, rumores de milonga que de Alfredo es toda su fortuna. Hay un Aurelio que rezonga, en la cortada mistonga. Mientras que una pebeta, linda como una flor, lo esperaba coqueta bajo la quieta luz del farol. Cuna de pajareros y cantores, de broncas y entreveros de todos sus amores. En sus muros con su acero, él grabó nombres que quiero…
Un pedazo de barrio, allá en Arteaga, durmiéndose al costado del terraplén. Un farol balanceándose en la acera y el misterio de adiós que siembra el tren. Un ladrido de perros a la luna, el amor escondido en un portón, y los sapos redoblando en la penumbra y a lo lejos la voz de Yeyo y su acordeón. Y la luna chapaleando sobre el fango y a lo lejos Alfredo y bandoneón.
Le gustaba meterse a departir la bohemia y la botana a “El Casino” y a “El Reforma”, aunque no le decía que no a “La Ópera”. Ya tiene casi 40 años sin tomar una copa. Alfredo amigo mío, contame tu condena, decime tu fracaso ¿no ves la pena que te ha herido? Y háblame simplemente de aquel amor ausente tras un retazo del olvido. Ya sé que te hace daño, ya sé que te lastimo, llorando mi sermón de vino, pero es el viejo amor que tiembla bandoneón. Y busca en un licor que aturda, la curda que al final termine la función corriéndole el telón al corazón. Cerrame el ventanal que arrastra el sol su lento caracol de sueño… ¿no ves que vengo de un país que está de olvido siempre gris tras el alcohol?
Estuvo con su gran programa en XENA, XEQG, Radio Querétaro y tras de una ausencia por diferencias con el rector Iturralde está de nuevo en Radio UAQ. Los lunes de 11 de la noche en adelante, hasta las cero horas con treinta minutos, gracias a la sensibilidad del rector Gilberto Herrera Ruiz y del secretario académico César García Ramírez. Cuántas farras con sus amigos en plena cabina de la radio, botellas, botanas, cigarros y ¡hasta admiradoras podían entrar al chacoteo en plena transmisión al aire! ¡Qué envidia! Ahora no me dejan ni fumar.
Dice que tuvo un gran amor, “como lo hemos tenido todos, pero voló, no se pudo”. Dice que no la recuerda para nada a la hora de sus canciones y tangos, pero para mí que miente, se hace guaje solo, pero yo le respeto su derecho a guardar silencio. En su mirada triste y en los chismes que me cuentan sus amigos de la época se advierte que siguió y seguirá amándola hasta el final de sus días. Escucha el ruego del ruiseñor, hoy que está casi ciego habla mejor. Buscó fortuna y halló un crisol, plata de luna y oro de sol. Calor de nido viene a buscar, está rendido de tanto amar…
Soledad, llovizna y frío, su aliento empaña el vidrio gris del viejo bar, no le pregunten si hace mucho que lo espero, un café que ya está frío y abarrota varios ceniceros. Aunque sabe que ella nunca llega, siempre que llueve va corriendo hasta el café y sólo cuenta con la compañía de un bardo que al compás de su instrumento lo destroza con placer. Café soledad, billar y reunión, dominó con trampas ¡qué linda función! Yo solamente necesito agradecerle la enseñanza que sus noches que me alejan de la muerte. Eternamente le agradezco las poesías que la escuela de sus noches le enseñaron a mis días. Soledad de soltería, son ochenta abriles ya cansado de soñar, por eso vuelve hasta la esquina del casino a buscar la barra eterna de La Llata y Tonalá. He llegado hasta su casa, yo no sé cómo he podido, si me han dicho que no está, que ya nunca volverá, si me han dicho que se ha ido. Cuánta nieve hay en su alma, qué silencio hay en su puerta. Y al llegar hasta el umbral un candado de dolor me detuvo el corazón. Ya me alejo de su casa, sin querer le digo adiós y hasta el eco de su voz de la nada me responde. En la cruz de su candado, por su pena yo he rezado y ha rodado en su portón una lágrima hecha flor de mi pobre corazón.
Todo para él se ha terminado. Todo para él se torna olvido. Trágica enseñanza le dejaron esas horas negras que ha vivido. Cuántos, cuántos años han pasado, grises su cabellos y su vida, solo, siempre solo y olvidado con su espíritu amarrado a su lejana juventud.
Lloró mi Alfredo su antigua pasión, parece que ruega consuelo y perdón. La sombra cruzó por el arrabal de aquél que a la muerte jugó su puñal.