Yo no maté al viejo, pero se murió porque yo quería y qué bueno, porque ese vecino turbio, de consistencia viscosa y ojos azules transparentes, nada tenía que hacer en las azoteas llamando a las niñas.
-Ven. ¿Te gustan los gatitos?
-¡qué lindo!
-Ten, abrázalo…
Y todo para tener pretexto de tocar con codicia senos que ni han acabado de nacer, para regocijarse con la reacción incrédula y asustada, para reírse y advertirte: “cuidado y le dices a alguien.”
Qué horribles la respiración agitada y el maullido del gatito cuando lo sueltas; cuando liberas la presión de sus dedotes en tus brazos, que jóvenes y ágiles, se arrancan del molusco con limón: viejo blando que soba su dolor mojado entre las piernas y te amenaza jadeando: “¡mucho cuidado, puta!”
El sabor del miedo sube a la garganta y paraliza a las niñas.
Las niñas presienten que todos las inculpan.
Las niñas lloran porque no comprenden que no son sucias y se quieren morir.
Yo no maté al viejo ¡lástima! Pero lo deseaba diario, cuando sobre mi cuarto escuchaba pasos, jadeos, y estoy segura, valvas que se cerraban para guarecer a un ostión.
No lo maté, pero tal vez contribuyó el veneno para ratas que untaba todas las mañanas en el barandal, donde el viejo ponía sus manotas y recargaba la barriga gris… Creo que sí, porque dicen que acabó retorciéndose de un dolor desconocido y diciendo: agua… ¡agua!
AQUÍ PUEDES LEER TODA LA «NARRATIVA EN CORTO» DE PATRICIA EUGENIA, PUBLICADA EN LALUPA.MX
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