HISTORIA: PATRICIA LÓPEZ NÚÑEZ/LALUPA.MX
La familia Rangel dejó de tener navidades felices hace 11 años, cuando desapareció Héctor en Coahuila; desde entonces, cada 25 de diciembre se preparan para ver una silla vacía y un plato que no se servirá, pero lo que más le preocupa a Brenda, quien lucha la búsqueda de su hermano, es que siguen las desapariciones de personas.
Este año es más duro, advierte la activista de Desaparecidos Justicia. Esta vez no hubo un acompañamiento presencial que se tenía en otras ocasiones, con las marchas el día de la madre o las posadas donde podían reunirse las familias que tienen un desaparecido para contar sus historias y recordar a los que no están.
Al carecer de un programa formal que les brinde apoyo emocional, las familias de los desaparecidos se respaldan entre ellos y muchas veces funcionan como grupo de terapia, pero esta vez no es posible por el Covid-19 que obligó a todos aislarse y los hace enfrentar solos la etapa navideña, cuando duelen más los recuerdos.
“Ha sido un año muy desgarrador que nos ha marcado, no salimos el 10 de mayo para cuidarnos y cuidar a nuestros familiares, no queremos más daños, no queremos más pérdidas, ha sido un año muy difícil va a ser una de las navidades más tristes y más marcadas para nosotros porque seguimos en nuestros comedores con una silla vacía, un plato y los cubiertos que no se usarán”, confiesa Brenda.
UN AÑO CRUEL Y MUY DIFÍCIL
Para las familias de los desaparecidos todas las fiestas de fin de año son difíciles. Son tiempos de reunión con alguien que está ausente y que no se sabe si está vivo o muerto. “Sobre todo el 24 con la cena, el 31 de diciembre, los cumpleaños, pero ahora con la pandemia y en general todo el año que ha sido muy cruel, vamos a vivir un momento muy difícil”, reconoce.
Héctor, el hermano de Brenda, desapareció en noviembre de 2009 cuando tenía 27 años de edad por policías municipales de Monclova, Coahuila , quienes lo detuvieron ilegalmente en aquel estado. Su historia sigue viva en Brenda, que con su familia insiste en la búsqueda para volver a verse.
Sostiene que “cumplimos 11 años con un mes y es muy difícil, a pesar de que pasó más de una década, la situación no ha cambiado, el dolor sigue siendo igual de duro, igual de cruel, lo sientes como si hubiera sido ayer, como si el tiempo se hubiera parado”.
La temporada de fin de año es especialmente difícil, porque “nos unimos, tomamos la cena, hacemos un pequeño brindis, todos expresan lo que sentimos, todos los años se llora, todos los años; a veces no decimos nada, a veces no decimos el nombre, se nos corren las lágrimas, quienes tenemos una persona desaparecida no sabemos dónde está, si siguen vivos, si ya no están, en donde quedaron, hay muchas situaciones que se te vienen a la cabeza”, explica.
La cena de esta noche, dice, trae los recuerdos felices y la incertidumbre, todo vuelve la situación más amarga, porque cuando se encabezan los trabajos de búsqueda “ves cuando encuentran a personas desmembradas, maltratadas, mucha de esa gente era inocente e iba de paso, los confundieron o se los llevaron por una marca de coche”.
Las familias que tienen un desaparecido reciben apoyo por parte de la Secretaría de Seguridad Pública, de la Unidad Especializada en Búsqueda de Personas y la Comisión de Búsqueda de Personas Desaparecidas, pero ese apoyo se da para la búsqueda física, porque “cuando les decimos están en tal punto, acuden al sitio o se adelantan y nos ayudan a localizar”.
Sin embargo, no existe un apoyo emocional ni atención psicológica permanente para las familias y hace tiempo se tenía el apoyo de psicólogos de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ), pero esa atención no es constante, ni tiene seguimiento, así que el respaldo emocional proviene, principalmente, de los mismos familiares.
“Muchos ya no quieren hablar, están cansados, agotados, es difícil estar hablando del tema, es ponerle sal en la herida y más en estas fechas, porque muchos de los que hemos rescatado, que sabemos quién se los llevó, ya no quieren hablar, a pesar de que la información que tienen es valiosa y podríamos rescatar a otros, pero las familias nos piden respeto, no quieren hablar y no los podemos presionar”, señala.
LAS NAVIDADES DEJARON DE SER ALEGRES
Antes de la desaparición de Héctor, las fiestas navideñas siempre fueron alegres. Había música, chistes, bromas, pastel y juegos para los niños. Ahora la familia solo come o cena, dicen algunas palabras, hacen un brindis breve y se retiran, porque una desaparición “te parte el alma”.
“Nos partieron el corazón desde el momento que se llevaron a Héctor, hemos perdido muchísimo, la salud sobre todo, mi familia se ha visto muy mermada en el tema de salud y eso se replica en todas las familias con un desaparecido, han fallecido muchos papás sin haber encontrado a sus hijos, hay muchas cosas que han lastimado a familias de los colectivos”, agrega.
Cada año se hacían distintas actividades para recordarlos y exigir su búsqueda, pero este año el Covid-19 hizo imposibles las marchas y las reuniones. La posada que se organizaba tampoco se realizó, así que este año no solo deja el recuerdo de los que ya no está, sino que también se llevó el consuelo de la compañía de quienes sufren el mismo dolor.
Para los activistas, la parte más importante es recordar a los desaparecidos, no sólo para exigir su búsqueda, sino para que la gente no se acostumbre a las ausencias, porque “hay un incremento en las desapariciones, lo vemos en redes, en la gente que se acerca, especialmente en los municipios de Querétaro, Amealco, Huimilpan y San Juan del Río. Tenemos muchos reportes de adolescentes, muchos y también de personas ya adultas, pero normalmente son adolescentes”.
“Yo esperaría que la gente no se acostumbre, porque es feo y doloroso tener una persona desaparecida. Guanajuato, estado vecino es tierra de nadie, y Querétaro está empezando como empezó Guanajuato. Ha sido un año muy difícil y desgarrador, va a ser una de las navidades más tristes y más marcadas para nosotros”, insiste.
