Agosto de 2005. Arrellanado quizá en las mismas sillas donde los republicanos españoles se sentaban –entre tabaco negro, café y chocolate– a conspirar contra Franco, y, años más tarde, Fidel, Raúl y El Che hacían lo propio contra Batista, el director de la revista que se encarta los lunes en el periódico más longevo del país se resiste antes de aceptar lo obvio: sí han existido casos de censura contra su hebdomadario.
En un solo mes, el poderoso propietario de la empresa periodística que edita ese antiguo diario, ubicado en Bucareli y Reforma, ha impedido la publicación de dos reportajes de portada ya impresos, y listos para ser distribuidos: en uno se mencionaba a uno de los amigos del dueño (un poderoso empresario vecino de calle, ex mueblero, también dueño de un diario, además de una radiodifusora y de la pomposamente llamada “tercera cadena de televisión”) como beneficiario de los permisos para centros de apuestas entregados por Santiago Creel, quien fuera secretario de Gobernación en épocas de Vicente Fox. El otro, abordaba la transferencia de recursos al equipo de transición también de Fox, cuando éste era presidente electo.
En el índice de una de las revistas queda, por descuido o con toda la intención, el rastro de un reportaje no publicado, lo que a la postre da las pistas sobre la mano censora.
En el diálogo, a momentos tenso, llevado a cabo una tarde-noche en el legendario Café La Habana de las calles de Bucareli y Morelos, quien esto escribe le hace ver al director de la revista sus evasivas y sus mentiras de días pasados cuando a pregunta expresa, éste negaba que hubiera censura. “Los reportajes no se publicaron porque les falta solidez”. Punto no había más. Ahora, después de que la nota de un semanario político muy influyente ha evidenciado sus falacias, el director reconoce que sí ha existido la censura. Aunque insiste en que no mintió, pues los reportajes “no eran lo rigurosos que debían haber sido”.
No es el único tema espinoso de la plática. Al director también se le plantea la posibilidad de renunciar. “¿Qué vas a hacer si la próxima semana o el próximo mes te vuelven a silenciar. Tu subdirector es el único que hasta el momento ha mostrado dignidad, pues renunció después del segundo caso de censura” (paradojas: el entonces subdirector es hoy director editorial del diario propiedad del empresario beneficiado con los permisos para centros de apuesta y cuyo caso provocó el primer golpe de censura). Sin embargo, el periodista que carga en sus hombros con más de 20 años de experiencia niega, enfático, cualquier posibilidad de hacerlo. “La lucha debe darse desde dentro”, asegura. No hay ni habrá la más mínima posibilidad de renunciar”, y pide la cuenta, un tanto molesto, pero sin abandonar los buenos modales que dicta la corrección política
Pocas semanas después el director es despedido. Se entiende su jugada. Era justo lo que él deseaba, que lo corrieran, para hacerse de una muy buena liquidación, pues así lo establecía su contrato laboral. La mayor parte del equipo que elabora el semanario se va con él sin indemnización alguna.
Entre quienes se quedan a laborar con el nuevo director designado por el dueño del diario se encuentra uno de los reporteros censurados. Hasta hace unas semanas se encontraba indignado por los actos perpetrados contra su reportaje, por parte del poderoso empresario de medios. Sin embargo, su discurso se ha adaptado a la medida de los nuevos tiempos, de los nuevos intereses (muera el rey, viva el rey, faltaba más). “¿Cuál censura?”, me dice “Finalmente se descubrió que el ex director inventó todo. Se hizo la víctima para que lo corrieran y le dieran una buena indemnización…”
–¿Y tu reportaje, entonces…?
–Él lo censuró… hizo todo este teatro para hacerse la víctima…
El ahora ex director, por su parte, funda una nueva revista. En el editorial del primer número se admite sin cortapisas, ahora sí, la censura: “… a fines de julio de 2005, directivos del más alto nivel de esa compañía editorial decidieron intervenir y darle un giro de 180 grados al contenido del semanario: ordenaron no publicar material que incluso ya se encontraba impreso, listo para su distribución…” No se habla más de reportajes poco rigurosos. Tampoco de dar la lucha ‘desde dentro’. “Ante la imposibilidad de seguir haciendo periodismo (…) la mayor parte de los editores, reporteros, columnistas, diseñadores y fotógrafos decidimos renunciar”.
Clap, clap, clap, clap… los radical chic aplauden con fervor las frases para el bronce, y, siempre generosos, ofrecen su óbolo para que el nuevo hebdomadario sobreviva en los siempre accidentados caminos editoriales.
Pese a los donativos y las buenas intenciones, el semanario siempre vivirá entre precariedades económicas, quincenas a deber y demandas laborales. Al final, cuando cumple diez años de su nacimiento se declara en quiebra y baja las cortinas. Decenas de periodistas se quedan colgados de la brocha, sin salarios caídos, ni liquidación…
Al experimentado periodista no le va tan mal. Con la llegada de Morena al gobierno federal es nombrado coordinador de comunicación social de un área legislativa.
Sin embargo, el arribo de Morena no es benéfico para todos. El empresario censor vive la peor crisis de su historia. La agonía del periodismo impreso, el fin de los jugosos contratos de publicidad suscritos con el gobierno priista y la estulticia de sus herederos provocan la caída del tiraje: los 120 mil ejemplares diarios se desploman a 20 mil. En tanto, más de mil 500 trabajadores son echados a la calle. Eso no es todo. El patriarca en turno incluye a ese diario, con más de 100 años de vida, en la lista negra de los enemigos reales o imaginarios. Aterrado, el otrora poderoso magnate ve como su imperio se tambalea bajo el nuevo régimen, que lejos de terminar con la discrecionalidad gubernamental en materia de publicidad sólo cambia los nombres de los beneficiarios y de los proscritos.