Continuamos con la vida y obra del queretano más universal, fray Antonio de Monroy e Híjar, quien habiendo nacido en esta prócer ciudad de Santiago de Querétaro en 1634 se fue a la Ciudad de México a los doce años y de allí hizo una sorprende carrera académica en la hoy UNAM y después en el convento de los dominicos en la misma metrópoli a los que dirigió mundialmente; fue asesor del rey español Carlos II y consejero de papas, además que el papa Inocencio XI lo nombró arzobispo de Santiago Compostela en la región hispana de Galicia en 1685, a los cincuenta y un años de edad.
Si algo le debe Galicia y sobre todo la ciudad de Santiago Compostela a nuestro admirado paisano queretano es el embellecimiento y mejoras que le hizo a la imponente catedral compostelana donde reposa el Santiago de todas las Españas, la peninsular y la de América. Antonio de Monroy e Híjar, ya convertido en arzobispo compostelano, costeó de su propio peculio el terminado total del recinto catedralicio, que estaba en construcción desde el siglo IX de nuestra era, contando con muy poco apoyo de la Corona española y del jerarca de Roma y los habitantes de su arzobispado gallego. Sí señores, no solamente las obras de embellecimiento le costaron de su bolsa sino que además la construcción de bellas capillas que hoy admiramos sin saber su origen. Don Antonio era rico por los buenos negocios de su señor padre, regidor a perpetuidad de la capital de la Nueva España, pero también tuvo el genio creativo y financiero de su amigo de infancia y pariente lejano don Juan Caballero y Ocio, quien igual que fray Antonio, veneraban de manera extraordinaria a la Virgen de Guadalupe y cada año dictaban un nuevo testamento por haber aumentado sus fortunas personales y no porque hubieran menguado éstas ante tantos donativos a la Iglesia católica y a los más desposeídos feligreses.
Cabe resaltar que el rey de España, Carlos II, acudió personalmente junto fray Antonio de Monroy e Híjar a la residencia romana del Papa Inocencio IX para que aquel aceptara el arzobispado de Galicia. ¡Qué honor para un queretano y novohispano que el líder político mundial lo acompañara a ver al líder espiritual! Inocencio IX tenía bastantes problemas de la guerra en contra de los musulmanes como para recibir a un humilde siervo del Señor. Pero sucedió, así de grande era la fama del General de los Dominicos en todo el mundo: fray Antonio de Monroy e Híjar. Todavía lloro de rabia cuando me acuerdo que el ahora boulevard Luis Vega y Monroy iba a llamarse Antonio de Monroy e Híjar en 1989, pero el director local del Diario de Querétaro, don Luis Amieva Pérez, presionó mucho al gobernador Mariano Palacios Alcocer y al presidente municipal Braulio Guerra Malo para que esta gran e importante avenida llevara el nombre del periodista maestro de él, paisano queretano también. Pero no se pueden comparar los méritos de Luis con los de don Antonio, ya que éste llegó a ser el líder mundial de la orden de Santo Domingo de Guzmán y arzobispo de uno de los puntos clave del catolicismo universal, el segundo para ser preciso, solamente debajo de Roma, y aquél, solamente fundador del Club Primera Plana de la hoy Ciudad de México. Y lo que son las injusticias de la vida: ya los restos de don Luis Vega y Monroy, autor de las famosas Viñetas Queretanas, ya reposan en el Panteón y Recinto de Honor de las Personas Ilustres de Querétaro y los de don Antonio de Monroy e Híjar no, al igual que los del más grande benefactor queretano Juan Caballero y Ocio. Los de don Antonio reposan en la catedral de Santiago Compostela y los de don Juan Caballero y Ocio en La Congregación de Nuestra Señora de Guadalupe en Querétaro. Sería una imprudencia levantar el piso de ambos templos para sacar parte de los restos de estos próceres, pero bien valdría la pena llevarlos en efigie a dicho Panteón de los Ilustres Queretanos con un estatua, en dos de los tres pedestales que aún faltan de cubrir. El otro, para mí que está reservado al único santo que pisó y trabajó en tierras queretanas: San Junípero Serra.
Cabe mencionar que De Monroy ocupó los dos cargos, el de arzobispo y General de los Dominicos, al mismo tiempo casi durante un año, en lo que entregaba el Generalato, cosa que hizo en agosto de 1686 a un francés y no a un español como se lo pedía su rey Carlos II. Aún con esta mala noticia, De Monroy fue celebrado en el Palacio Real de Madrid por su real amigo, pupilo y aconsejado Carlos II, en el umbral de la decadencia del Imperio español fundado por Carlos I de España y V de Alemania, Sicilia y Países Bajos.
Ahora, a los 51 años de edad, fray Antonio de Monroy de Híjar se encuentra en la Galicia, tierra de eternidad, de lluvia constante, de un frío húmedo que cala hasta los huesos y de un verdor infinito en su nutrida vegetación, con playas heladas, sus típicas rías plagadas de mariscos y bosques de robles, castaños, hayas y pinos.
El 12 de diciembre de 1686 mandó colocar en el altar principal de la catedral compostelana la imagen que lo acompañó toda su vida, la de la Virgen de Guadalupe, regalando copias por todo el arzobispado, el que recorrió incansablemente a pie, en unas dos terceras partes. La intensa humedad del suelo gallego lo haría enfermar pronto, teniendo problemas de circulación en sus piernas a los 52 años de edad. Vistió el púrpura sedoso de arzobispo, pero en su habitación se puso tosca jergueta de ruda lana virgen. Fue parco en el comer y en el beber, levantándose diariamente a las cinco de la mañana. Era tan entregado a su trabajo que lo tuvieron que llevar sin sentido (desmayado) del púlpito a su pobre habitación. Varias veces presentó su renuncia al cargo, aún antes de la muerte de su amigo el papa Inocencio IX. Con los sucesores de éste volvieron a Roma la corrupción y el nepotismo.
No admitida su renuncia por la curia romana, enfrenta el deterioro de la catedral y sus lujosos adornos a partir de 1690, cuando la ciudad entera necesitaba cambiar su triste rostro provocado por las revueltas pasadas y que mantenían casi vacíos de peregrinos sus largos caminos y senderos.
Santiago de Compostela cambiaría también el rostro de su arte románico de origen, pasando por el renacentista del siglo XI, para pasar al plateresco y barroco. Todo allí se embellecía, menos la imagen de Santiago Apóstol tallada en madera durante el medievo: había que devolverle su galanura a Santiago, gritaba el queretano De Monroy. En 1695 Galicia enfrentó a la dama blanca del Apocalipsis, la peste, improvisando el arzobispo hospitales y camas mórbidas. En 1697 el queretano pierde casi en su totalidad la movilidad de sus piernas pero sigue en la brecha en una de las peores crisis políticas y económicas de España, mismas que provocan saqueos, asaltos, robos, violaciones y homicidios, intentando el arzobispo una especie de toque de queda nocturno, pero la población rechaza la medida por considerar que ésta atentaba contra sus libertades. Decepcionado, don Antonio vuelve a presentar su renuncia.
En 1699 muere el obispo de Puebla, México, por lo que el arzobispo compostelano ve en ello la oportunidad de regresar a su tierra original, en una demarcación religiosa más tranquila que la de Santiago Compostela, pero los feligreses compostelanos se opusieron a su cambio, ya lo consideraban “El Divino Pastor”. Los poblanos se adelantaron y ya esperaban con ansia al queretano a tal grado que enviaron al pintor Adrián Villalobos para que pintara un retrato al óleo de aquél para colocarlo en la catedral de Angelópolis. El amanecer del siglo XVIII sorprende a fray Antonio de Monroy e Híjar en el ocaso de su existencia, avejentado por las enfermedades a los 65 años, pasando la mayor parte del tiempo postrado en su cama, no quedando nada de su abundante pelo en su cabeza. Se sobrepuso a sus dolores y murió perdonando a los que le fallaron. Una nueva peste y hambruna azotó Galicia en 1708 y “El Divino Pastor” se levantó de su lecho para encabezar las procesiones.
Finalmente murió en 1715 postrado a los pies de la Virgen del Pilar, en la capilla de la catedral de Santiago que él mandó construir en favor de la Patrona de las Españas, llevando el óleo de la Virgen de Guadalupe a su humilde celda en donde la contemplaba día y noche. Quiso que lo enterraran en el cementerio municipal pero el cabildo catedralicio decidió que sus restos reposaran por toda una eternidad en la capilla de la Pilarica que renglones arriba comenté. Les vendo un puerco dominico, virtuoso y muy ilustre.