Autoría de 12:30 am Enrique Calderón - Vidas deportivas • 2 Comments

Viví los mejores tiempos de la marcha mexicana: Martín Bermúdez

ENTREVISTA: ENRIQUE CALDERÓN/LALUPA.MX

Martín Bermúdez Mendoza, al igual que muchos niños y jovencitos, fue testigo de la hazaña de Daniel Bautista en las olimpiadas de Montreal en 1976, cuando el ilustre marchista ganó la medalla de oro en la prueba de caminata para México. Un hecho extraordinario que conmovió no sólo al deporte nacional, sino a toda la sociedad mexicana. “Fue ahí donde dije yo quiero ser como Daniel y me tracé la meta de ser marchista y darle logros y satisfacciones a mi país y a mi familia”, dice Bermúdez en entrevista con LaLupa.mx

Daniel Bautista

Puedo decir que este reportero le ganó la “caminata” a Martín Bermúdez, pues llegué primero a la cita en un café del sur de la ciudad de México, y pude observarlo caminar a paso veloz por el estacionamiento como en sus mejores tiempos, justo un par de minutos después de la hora pactada.

EL NIÑO DE ORO

La entrevista inicia con los antecedentes de la marcha en México y de los primeros campeones olímpicos en 1968: “El primero fue el «Sargento» Pedraza cuando ganó la medalla de plata en las olimpiadas de México 68″, rememora Bermúdez.

El «Sargento» Pedraza, segundo en los olímpicos del 68

«Se trató de un hecho histórico. En ese entonces había excelentes marchistas como Eladio Campos y, más adelante, brillaron figuras como Pedro Aroche, Enrique Vera, Ángel Ricardez y Domingo Colín. Después vendrían Pablo Colín hermano de Domingo, Ángel Flores el “Archie” y el más jovencito de todos ellos, Ernesto Canto, quien fue el primer “Niño de Oro” antes que Hugo Sánchez».

—¿El primer «Niño de Oro»?

—Sí, ese mote se lo ganó Canto cuando, junto con Daniel Bautista, Ángel Flores y Domingo Colín, hicieron el 1, 2, 3, 4 para México en el Giro de Roma de 1976. Él ganó la medalla de oro en Los Ángeles 84 en la prueba de los 20 kilómetros.

Raúl González y Ernesto Canto en Los Angeles 84
DEPORTISTA POR NATURALEZA

Martín Bermúdez nació en 1958 en un rancho de Michoacán llamado Carrizalillo, en el municipio de Turicato. Su madre fue María Mendoza Madrigal y su padre Alberto Bermúdez Madrigal. El lugar era un enorme ingenio azucarero que fue muy importante en la época de la Independencia de México, donde sus habitantes se dedicaban a la producción de derivados de la miel. Su padre se dedicaba a la producción de piloncillo: “En el rancho mi padre nos levantaba diario a las cinco de la mañana para trabajar con el trapiche, un artefacto de madera que da vueltas para triturar la caña y sacar el jugo. Como no había luz eléctrica, era jalado por un caballo que daba vueltas y yo caminaba a un lado del caballo para vigilarlo, así que desde ahí comencé de manera natural a realizar arduas y duras ‘caminatas’.

Martín Bermúdez en brazos

«La huerta daba mangos, naranjas, limón agrio, guayabas. Ordeñábamos vacas, éramos 7 hermanos y entre todos hacíamos con gran entusiasmo las labores de campo, mientras que mi madre se encargaba de hacer el queso, el requesón, y los fines de semana mi padre nos llevaba al pueblo a vender los productos, pero debíamos caminar tres horas con los burros cargando la mercancía para llegar al pueblo de Puruaran. Así que yo seguía caminando y caminando a los 7 años sin saber que esa ‘rutina’ con el tiempo me iba a dar grandes logros y satisfacciones”.

«NO QUIERO MARICONERÍAS»

“Por las noches en el rancho me gustaba sentarme y mirar las montañas y las estrellas, pensaba en qué habría detrás de esas montañas y soñaba con algún día conocer nuevos lugares”, comenta Martin con cierta nostalgia. En ese lugar no había escuela, no había agua potable, «extraíamos agua de la presa, aprendí a nadar, a montar a caballo, teníamos un gallinero, nunca nos faltó nada, éramos muy felices, en los ratos libres jugamos en el campo, cortaba leña, era como un entrenamiento natural, como la película de Rocky, me ayudó a desarrollarme físicamente. Mi madre me enseñó a leer a su manera, con los cuentos que traíamos del pueblo. No había doctores, un hermano muy pequeño murió por un piquete de alacrán, era un ambiente netamente rural, luego nos fuimos a vivir a Puruaran y mi padre compró una casa y una tienda de abarrotes».

Martín narra un hecho crucial en su vida cuando su hermano Félix, el mayor de la familia, se fue a la Ciudad de México y se enroló con los Guardias Presidenciales.

«Eso me inquietó, pues no quería quedarme a vivir toda mi vida en el pueblo. En ese entonces solía escuchar la radio y me entretenía con las peleas de box, las radionovelas como Chucho el Roto, Porfirio Cadena, el Ojo de vidrio, y las películas que proyectaban en el pueblo como El bueno, el malo y el feo. A los 14 años mi padre, después de mucho insistir, me dio permiso de ir a la Ciudad de México y me vine a vivir con una tía, a la delegación Venustiano Carranza, en la avenida del Taller y Congreso de la Unión. Comencé a trabajar en una panadería repartiendo el pan, a veces en bicicleta y en ocasiones caminando, así que sin saberlo seguía ‘preparándome’ para las futuras competencias atléticas.

«Mi hermano Félix me ayudó para entrar como soldado raso a Guardias Presidenciales y la verdad no fue difícil, pues estaba acostumbrado a la disciplina y al ejercicio. Una vez ahí, me inscribí en el equipo de remo. Al ir a entrenar todos los días a Cuemanco pasaba por el Periférico frente al Comité Olímpico y desde el camión veía entrenar a los marchistas y eso llamó poderosamente mi atención. Sin embargo había un general de apellido De La Torre, que no quería que yo entrenara caminata. ‘No quiero mariconerías’ te quedas a entrenar remo, me gritó. Ni hablar, como yo estaba aferrado a ser marchista y tenía muy claros mis objetivos me tuve que dar de baja de Guardias Presidenciales para poder ir a entrenar al Comité Olímpico”.

Jerzy Hausleber posa junto a algunos destacados pupilos

Al llegar a ese lugar, Bermúdez tuvo la suerte de ser recibido por el profesor polaco Jerzy Hausleber, el llamado padre de la caminata mexicana y comenzó a entrenar con Daniel Bautista y Raúl González. ”El profesor era extremadamente estricto, no le importaba dejar fuera a un campeón olímpico que a un novato. En una ocasión a mi y a un compañero casi nos regresa de Europa porque nos fuimos al cine y llegamos dos horas tarde a la cena, al otro día nos llevó al aeropuerto y ahí casi nos arrodillamos para suplicarle que no nos regresara, él aceptó condicionándonos a que bajáramos nuestros tiempos».

LOS PRIMEROS TRIUNFOS

El primer triunfo internacional llegó en Bolivia en 1977, cuando Martín Bermúdez ganó el campeonato mundial en equipos en 50 km, junto con Raúl González y Pedro Aroche. Martín iba en el lugar 11 de la competencia y Hausleber le gritaba que no podía dejarse rebasar, pues la competencia se ganaba por puntos, y aunque Raúl y Pedro llegaran en primero y segundo lugar no obtendrían el campeonato.

Bermúdez, número 97, en plena competencia junto con Raúl González (98) y Ernesto Canto (95)

“Fue una prueba durísima, sentía que me desmayaba, me daban café, miel, agua, un polaco estuvo a punto de rebasarme y la verdad no sé de donde saqué fuerzas y mantuve el ritmo, llegué en el lugar 11; logré la hazaña y nos coronamos campeones del mundo. Recuerdo que en México en el homenaje que nos hicieron en el Comité Olímpico, estaba aquel general De La Torre, el mismo que me había dicho que no quería ‘mariconerías’, y mencionó ante los presentes que yo era un elemento de Guardias Presidenciales, cuando ya no lo era, y que gracias a su apoyo habíamos triunfado. No le dije nada, simplemente lo ignoré”.

CAMPEÓN DEL MUNDO

En 1979 en Alemania la carrera como marchista de Martín Bermúdez llegó a lo más alto con el primer lugar en 50 kilómetros de caminata con un extraordinario tiempo de 3 horas, 43:36, un logro que si bien, como el mismo lo reconoce, no tiene el valor de una medalla olímpica, lo puso en los cuernos de la luna ganándose el reconocimiento de todo México. Ahí fue donde alcanzó el nivel de Daniel Bautista, Ernesto Canto, Raúl González y Carlos Mercenario y hasta del mismo «Sargento» Pedraza, pues durante 17 años de carrera Martín mantuvo un nivel extraordinario ganando primeros, segundos, y terceros lugares en Panamericanos, Centroamericanos, copas panamericanas de marcha, por supuesto en copas del mundo y tres participaciones en Juegos Olímpicos: Moscú 80, Los Ángeles 84, Seúl 88, y en infinidad de competencias en Estados Unidos, Puerto Rico, Alemania, Valencia España, Unión Soviética, Venezuela, Finlandia, Noruega, Bahamas, Canadá, Dominicana, Italia, Argentina, Corea del Sur, China… Sin duda, vivió los mejores tiempos de la marcha mexicana.

Bermúdez en una de sus giras internacionales

“Mi madre María Mendoza Aguilar fue mi guía en la vida, la que me impulsó con su trabajo, su fe, su perseverancia a que siguiera adelante en todo lo que me proponía, siempre ayudando a la gente. No le daba pena tocar puertas y pedir ayuda para los más desprotegidos de mi pueblo a pesar de que decía que no sabía hablar y expresarse bien. Cuando me volví famoso ella se volvió activista, y no se cansaba de ir a Morelia para pedir mejoras en el pueblo,  como agua, luz, escuelas, carreteras. Recuerdo que una ocasión el entonces gobernador Cuauhtémoc Cárdenas le dijo a mi mamá en son de broma: ‘señora  usted dice que no sabe hablar… ¡pero bien que sabe pedir!’”

IMPULSOR DE CAMPEONES

Luego de su retiro en 1995, Martín se convirtió en un excelente entrenador y fue impulsor de la última generación de andarines triunfadores como Carlos Mercenario, Bernardo Segura, Noé Hernández y Joel Sánchez. Como presidente de la comisión de marcha se obtuvieron las dos últimas medallas que se han ganado en Juegos Olímpicos para México. “Quise ser director de la Conade y por diversas circunstancias no fue posible. Fui subdelegado de desarrollo social en la alcaldía Venustiano Carranza, estuve en Gobernación, en la Profepa de Chihuahua, en la Semarnat de Hidalgo, y en los centros para tratamientos de adolescentes en conflicto con la ley.  Soy miembro permanente del Comité Olímpico Mexicano y sigo luchando por defender los ideales del olimpismo”, dice orgulloso.

LA ÚLTIMA CENA

Un año antes de su retiro, en 1994, Bermúdez participó en un emotivo homenaje a todos los medallistas olímpicos y campeones mundiales de caminata, junto con el querido entrenador Jerzy Hausleber. «Fue la única ocasión en que nos juntamos todos en un momento más que emotivo. José ‘El Sargento’ Pedraza, Daniel Bautista, Raúl González, Ernesto Canto, Carlos Mercenario, Domingo Colín, Ángel Flores y un servidor Martín Bermúdez. Unos meses después moriría Pedraza. Estoy seguro que si el profesor Hausleber hubiera llegado un año antes de las olimpiadas de México 68, Pedraza hubiera ganado la medalla de oro. En ese homenaje hicimos una placa firmada por todos nosotros en 1994, se puede decir que fue la ultima cena con todos los marchistas olímpicos y mundiales y uno que otro colado como Hernán Andrade ‘El Moño’, también extraordinario marchista y mejor amigo”.

Enrique Calderón y Martín Bermúdez
NI DE AQUÍ NI DE ALLÁ

«Luego de tantas victorias y reconocimientos, visitas a programas de televisión, entrevistas y galardones recibidos regresé a mi tierra michoacana, y me pasó algo por demás curioso, la gente me decía tú no eres de aquí de Puruaran, tu eres de Carrizalillo, luego iba a Carrizalillo y me decían tu no eres de aquí, eres de Puruaran.

«Total soy mexicano y debo confesar que con el paso del tiempo, ahora a mis 62 años, esas medallas, logros, reconocimientos han pasado a segundo plano, para mí lo importante es mi familia. A mi esposa, Laura Zarzosa Samperio, periodista, la conocí en el Comité Olímpico, pues como reportera cubría deportes. Ella ha sido parte fundamental en mi vida, una persona que siempre comprendió mi etapa deportiva en la que tenía que hacer muchas giras internacionales».

Su esposa Laura, periodista de deportes, posa junto a Pelé

Bermúdez revela que todas sus medallas las regaló y las donó. «Para mí ahora no tienen gran valor, lo importante es disfrutar de la vida y ayudar a la gente necesitada. Mis medallas se llegaron a subastar en medio millón de pesos para causas altruistas, mientras que por los trofeos de futbolistas no daban más de cinco mil pesos. En el trabajo ocupé puestos públicos, manejé mucho dinero y puedo decir que siempre ‘caminé por la derecha’. Ahora trabajo en la Secretaría de Movilidad y sigo haciendo ‘recorridos’ en los paraderos de los camiones. Mi caminata aún no termina”, sonríe.

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Last modified: 20 septiembre, 2021
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